Aunque
la empresa de Cortés y de sus acompañantes europeos comenzó como una ambiciosa
aventura personal y con un robo (un “madruguete” a Diego Velázquez, gobernador de Cuba), el conquistador procuró
legitimar los hechos reclamando las tierras sometidas para el emperador Carlos
I y para Castilla.
La
caída de México-Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521 marca el fin del
imperialismo mexica y la llegada del imperialismo español. Las viejas naciones
sometidas a los mexica permanecieron subyugadas a la corona de Castilla, y
otras —que se habían mantenido independientes— fueron conquistadas e
incorporadas en un nuevo orden de naturaleza eurocéntrica.
Como
hemos visto anteriormente, los tlaxcaltecas —al obedecer las voces de sus
antiguos oráculos— se convirtieron en activos protagonistas de su propia
historia en un continuum sin ruptura. La alianza con las fuerzas españolas era
para ellos el punto de partida para un nueva configuración política y para un
mestizaje étnico y cultural de alcances insospechados, pero que estaban ya
anunciados.
No
es de extrañar que adoptaran el cristianismo católico español con tanta
sinceridad. Desde el punto de vista tlaxcalteca ambas “majestades” merecían ser
servidas: el rey de España y el Dios de los cristianos. Sin mirar atrás,
dejaron a “Camaxtli”, su dios guerrero, por el Dios de los europeos. Esta
voluntaria disposición al cambio les mereció un notable grado de autonomía y el
ser considerados oficialmente como aliados de la Corona durante toda la era
virreinal.
Desde
el punto de vista de la historia de los mitos y de las mentalidades, españoles
y tlaxcaltecas compartían una creencia común: el cielo estaba dispuesto a
apoyar —y de hecho apoyaba— sus esfuerzos bélicos. De cuando en cuando, el
taumaturgo apóstol Santiago aparecía para combatir al lado de ambos pueblos
hermanados.
Esta
lectura estaba ya presente desde las primeras batallas hispano-tlaxcaltecas
contra los aliados de Moctezuma. Muñoz Camargo nos refiere que en la batalla de
Cholula, antes de que el primer español entrara a la ciudad de
México-Tenochtitlan: “Los tlaxcaltecas nuestros amigos, viéndose en el mayor
aprieto de la guerra y matanza llamaban y apellidaban al Apóstol Santiago
diciendo a grandes voces…¡Santiago!; y de allí les quedó que hoy en día
hallándose en algún trabajo los de Tlaxcala, llaman al Señor Santiago”.
En
una batalla tan decisiva para la conquista del Imperio Mexica como fue la de
Otumba, los indígenas creyeron haber visto al apóstol Santiago. En
este lugar vieron los naturales visiblemente pelear uno de un caballo blanco,
no le habiendo en la compañía, el cual les hacía tanta ofensa, que no podían en
ninguna manera defenderse del ni aguardalle; y ansí en memoria de este milagro,
pusieron en la parte que esto pasó, una hermita del Apóstol Santiago…
Santiago
Matamoros era el nombre con que los españoles de la reconquista identificaban
al venerado apóstol gallego transfigurado en guerrero que luchaba contra los
musulmanes. Algunos conquistadores dijeron haberlo visto pelear a su lado
contra los indígenas, según nos dice Bernal, aunque aclarando que él no había
logrado verlo.
Santiago
Matamoros y su no tan honorable versión americana, Santiago “Mataindios”,
fueron innovaciones añadidas a la imaginería popular del arte novohispano.
En
el septentrión, el apóstol y santo guerrero era favorito para fungir como
titular y protector de las poblaciones españolas y tlaxcaltecas. Santiago del
Saltillo, San José y Santiago del Álamo (Viesca, Coahuila), Santiago de la
Monclova, Santiago de Mapimí (Durango). Dondequiera que hubiese peligro de
enfrentamientos con los indios belicosos, Santiago era un poderoso patrono. Es
muy significativo que su emblema fuera precisamente una cruz-espada.
En
la iglesia parroquial de Viesca, que como recordaremos fue un asentamiento
tlaxcalteca fundado en el primer tercio del siglo XVIII, se conserva una imagen
del señor Santiago, que junto con san José, era el santo titular. Es de llamar
la atención que si san José era el patrono de los moribundos o de “la buena
muerte”, Santiago era el patrono de los guerreros. A partir de sus santos
titulares, la parroquia perfilaba claramente para sus feligreses una
expectativa de vida de lucha, o, en su defecto, de una buena muerte. Esto era
particularmente importante si se toma en cuenta que las partidas de indios
belicosos arremetían y asesinaban de improviso, sin que las víctimas tuviesen
acceso a los últimos sacramentos. Ésta era una clase de muerte documentada
innumerables veces en los archivos parroquiales de la Nueva Vizcaya.
Santiago, el modelo tradicional
El Santiago de Viesca, Coahuila
El presbítero Jorge Soto, quien fuera párroco de Viesca, tuvo la gentileza de permitirnos tomar una instantánea del señor Santiago que se venera en dicha población. Se trata de un óleo del siglo XVIII, neoclásico por la escuela a la que pertenece, popular por el pincel que lo realizó. En un ambiente de gran serenidad, el apóstol jinete carga y arrolla a un resignado moro. Santiago porta en la mano izquierda un estandarte cargado con la cruz que lo caracteriza, y con la derecha blande una espada a punto de dar el golpe. El apóstol mira de manera extática hacia el cielo. Es evidente que esta representación enseñaba que combatir a los “infieles” era un acto de obediencia, de comunión con Dios. El moro, que por su calidad de “gentil” o “incrédulo” no podía gozar de la visión beatífica, mira hacia el jinete, que era como manifestación visible y poderoso instrumento de un Dios al que no podía gozar, pero sí sufrir. Solamente el caballo mira hacia el espectador con una mirada racional, casi humana.
Mostrar al apóstol Santiago con la banda o faja roja de los generalísimos denotaba claramente para los tlaxcaltecas de Viesca que se trataba del comandante espiritual de una hueste de colonizadores y cruzados que habrían de luchar no sólo para defenderse, sino también para establecer y consolidar el cristianismo católico en tierras de gentiles. Sabemos que en Viesca el conflicto no era entendido como una guerra de conquista sino más bien como un enfrentamiento espiritual, porque el referente es el “Santiago Matamoros”, clara alusión a una lucha, no de conquista, sino de credos: cristianos contra paganos. Tlaxcaltecas contra chichimecas. Hay un término maravillosamente descriptivo que aparece en algunos manuscritos laguneros del siglo XVIII: “arrochelado”. Se le aplicaba a la situción en que indios paganos en guerra se encontraban fortificados en algún bastión. Este era un vocablo que hacía referencia la Francia del siglo XVII, cuando los hugonotes, “enemigos religiosos” de los católicos franceses, se encontraban protegidos e inexpugnables en “La Rochelle”, la fortaleza portuaria francesa. Esto denota con toda claridad que la lucha se percibía como una guerra religiosa, antes que cultural.
La Rochelle
En el desértico sur de Coahuila, el fatalismo era quizá la característica de personalidad menos presente entre sus pobladores. Un medio ambiente relativamente poco favorable o abiertamente hostil hace que el ser humano se valga más por sí mismo y que a la vez cobre conciencia de su poder transformador. Casi tres siglos de mestizaje entre culturas que valoraban el esfuerzo y la oportunidad, como eran la española y la tlaxcalteca, moldearon el carácter de las gentes. Poca era lo que podían esperar del lejano centro de la Nueva España. Su destino dependía de ellos mismos. La fuerte autoestima de ambos pueblos dio origen a un tipo de norteño seguro de sí mismo, de espíritu libre, franco, emprendedor y muy hospitalario.