Quienes están familiarizados con la teoría política
inglesa de finales del siglo XVII, conocen sin duda las afirmaciones de John
Locke, si no el ideólogo, sí justificador de la caída de los Estuardo en favor
de la casa de Orange en Inglaterra.
Clásico contractualista, para él la paz de la nación
se basaba en la existencia del “Contrato Social”. El rey no estaba puesto en el
trono por “derecho divino” ni era inamovible. El rey era solamente un
“gerente”, un gestor a favor del bien común. En la medida en que hiciera bien
su trabajo, podía mantenerse en el trono. Pero si sus acciones dejaban de
orientarse hacia el bien de toda la población (bien común) y se dedicaba a
beneficiarse él o a ciertos sectores de la aristocracia por encima de sus
“commoners” o vasallos plebeyos, entonces se le consideraba un tirano. Es
decir, un rey que había roto el contrato previamente estipulado de velar por el
bien de todos los ciudadanos.
De acuerdo con Locke, un rey así ya no merecía estar
en el trono, y sus gobernados podían deponerlo.
Los estadounidenses de 1773, concretamente en Boston,
se inconformaron por un impuesto al té decretado por los ministros del rey, y
usando la teoría política de Locke, organizaron un motín (Tea Party) y
desconocieron al rey Jorge de Inglaterra, se consolidaron como 13 colonias
unidas y proclamaron su independencia política de Inglaterra en 1776.
El hecho le causó mucha gracia a los Franceses y a
los Españoles (ambos con reyes Borbones, enemigos de Inglaterra) y apoyaron a
los rebeldes con barcos, armamento, dinero, instructores militares (como
Lafayette) hasta que la independencia de las 13 colonias fuera reconocida por
Inglaterra. Las 13 colonias unidas se convirtieron en los Estados Unidos.
España se arrepentiría posteriormente, cuando esos
Estados Unidos le hicieron la guerra para quitarle Cuba, Puerto Rico y
Filipinas.
La teoría política de Locke resultó incendiaria,
primero en Estados Unidos, donde creó la primera revolución (1776) y
posteriormente en Francia (1789). Los franceses miraron el modelo
estadounidense como el “estado deseable” de “libertad, igualdad y fraternidad”
con un contrato social justo.
Nuevamente tenemos el caso de un rey que no entendió
las necesidades de su pueblo, un pueblo que padecía hambre y deterioro,
mientras la realeza, la aristocracia y el clero, resultaban ser los sectores
favorecidos. El rey pensaba que solamente a Dios le daría cuentas, pero el
pueblo, ya en plena ilustración, pensaba en la teoría de Locke difundida por
los pensadores franceses, según la cual el rey puede ser un buen o un mal
gerente (ejecutivo) y que se le deja o remueve según su desempeño. Así que Luis
tuvo que dar cuentas a un tribunal francés.
Ese “pequeño descuido” intelectual de Luis XVI le
costó, literalmente, la cabeza y la caída de la monarquía francesa.
A veces pienso, con grande temor, en las reformas que
el congreso está aprobando en México con singular alegría. Las alzas de
impuestos en diferentes rubros serán mortales para la ciudadanía, en el
contexto de una economía y de un poder adquisitivo ya por décadas tan
deteriorados. Es preferible que el gobierno mexicano busque hacer más eficiente
su propio funcionamiento, o que aprese a los “megapillos” que andan libres, o
que limpie de corrupción a empresas como “Pemex,” antes que seguir sangrando a
la ciudadanía, cuyo salario (si lo tiene) no crece, ni remotamente, como
lo hace el alza de precios.
Las
clases gobernantes mexicanas deben dar señales claras de que les interesa el
bienestar de las familias mexicanas, de ésas que no tienen poder político ni
grandes capitales. Porque, como la historia lo demuestra, esos “olvidados” son
los que inician los grandes estallidos sociales.