En octubre de 2006, (número 95 del “Mensajero”) escribía que, en las investigaciones históricas, la hemerografía, es decir, aquélla información contenida en periódicos y revistas, suele resultar de utilidad si tomamos en cuenta su naturaleza relativa, sus ventajas y sus desventajas.
El artículo hemerográfico que es coetáneo (contemporáneo) del hecho o fenómeno descrito, puede ser útil para contar con referencias del hecho o fenómeno en lo general. Nos permite ubicar un hecho en el tiempo y en el espacio, con bastante aproximación y credibilidad. Sin embargo, el detalle de los hechos testificados puede no resultar igualmente verosímil.
Esto es comprensible, pues el testimonio hemerográfico suele ser el de un reportero, o el de una persona o personas entrevistadas por aquél. Aquí entra una gama de posibles factores de distorsión de los hechos, desde la ignorancia, la falta de comprensión, carencia de espíritu crítico o la interpretación sesgada, deficiente o subjetiva.
Estas consideraciones relativizan y limitan la credibilidad que le podemos dar a una publicación de esta naturaleza. Al igual que sucede con los viejos documentos, no podemos sacralizar su contenido por el simple hecho de que sean antiguos, o porque sean públicos, como sucede con los diarios o revistas.
Las declaraciones asentadas en un diario pueden ayudarnos a localizar fuentes primarias que traten sobre el tema en cuestión. Podemos conocer nombres y apellidos de personas que aparentemente estaban involucradas en un asunto cualquiera, o bien fechas de eventos de interés. Los diarios nos ayudan bastante para evaluar cuestiones relacionadas con la manera como una sociedad percibe o recibe cierto acontecimiento, aunque sin olvidar que los reporteros o columnistas no necesariamente son representativos de la sociedad en la que vivieron.
Como mero ejemplo de errata de información de interés histórico en un artículo hemerográfico, mencionamos la presunta muerte del Dr. J. W. Lim durante la matanza del 15 de mayo de 1911, dada a conocer por el New York Times en su edición del 22 de mayo del mismo año. El reportero del prestigioso diario se basó en la información proporcionada por un maquinista estadounidense, por un conductor y por cuatro ferrocarrileros que conversaron en Laredo y lograron un “consenso” en torno a la realidad de los hechos.
Sin embargo, sabemos que el Dr. J. W. Lim, conocido y estimado lagunero de origen chino, estuvo presente cuando una comisión internacional tomó testimonio a los sobrevivientes de la matanza. La declaración del Dr. Lim consta en el Archivo Estrada, de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
En pocas palabras, el Dr. Lim sobrevivió a la matanza del 15 de mayo e incluso dio su testimonio detallado sobre la misma. Existen documentos posteriores a 1911 que testifican sus actividades en Torreón. Nótese pues que, a pesar del consenso de las seis personas entrevistadas por el reportero del New York Times, la verdad era que el Dr. J. W. Lim no murió en aquella ocasión.
Este es un buen ejemplo de cómo los medios masivos pueden construir, de manera maliciosa o de buena fe, una “realidad mediática” diferente a la realidad “real”. De aquí que el historiador deba asumir una actitud crítica ante sus fuentes. En este caso, el testimonio presencial de seis personas fue defectuoso o abiertamente fallido. La verdad surge solamente a partir de la comparación inteligente de las fuentes.