Anoche, en el Museo de la Revolución, a partir de las 20 horas, fue presentado el libro “El Torreón que vivimos. El viento y la arena del desierto, forjaron nuestro carácter”. Los autores y comentaristas del mismo fueron los señores Nicolás Zarzar Charur, Belarmino F. Rimada Peña, Marco Antonio Morán Ramos y Germán Froto y Madariaga, quienes demostraron un gran poder de convocatoria, pues el lugar estuvo abarrotado. Tuve el honor de ser invitado por ellos para escribir el prólogo y para acompañarlos en la presentación.
La recepción del nuevo libro fue excelente. Así lo demostraron los comentarios de los presentes, y la crecida cantidad de personas que solicitaron a que su ejemplar del libro fuera autografiado por los autores.
Tras el evento, la Directora del Museo, Mtra. Silvia Castro Zavala, ofreció el tradicional vino de honor.
A continuación transcribo el texto con el que participé en la presentación, y que de hecho constituye el prólogo del nuevo libro.
“Cierto día, no hace mucho, el Lic. Marco Antonio Morán Ramos, amigo a quien mucho aprecio y respeto, me solicitó con cierta timidez si querría yo escribir el prólogo para la publicación de unas memorias escritas por sus amigos y por él mismo. Le comenté que sería un honor para mí poder hacerlo, pues, en efecto, ese era, y es, mi sentir.
Al leer el manuscrito, me di cuenta de que se trataba de algunas experiencias y anécdotas autobiográficas juveniles de cuatro destacados laguneros, que son, por orden de aparición, Nicolás Zarzar Charur, Belarmino Rimada Peña, Marco Antonio Morán Ramos y Germán Froto Madariaga.
A medida que fui leyendo el texto, la narración me fue cautivando más y más. Con una prosa clara, precisa y de marcado sabor regional, los autores expresaban vivencias que iban desde lo cómico hasta lo doloroso. Pero lo hacían de una manera tan atractiva, tan auténtica, tan llena de veracidad y de fuerza vital, que me resultó imposible dejar de leer hasta que hube terminado la última línea del manuscrito.
Adelantaré al lector algunos de los rasgos característicos que hacen de estos autores —y lógicamente de este texto— algo tan sabroso como atractivo.
El nombre que los escritores acuñaron para el texto es “El Torreón que Vivimos. El viento y la arena del desierto forjaron nuestro carácter”, con lo cual ya denotan una intención claramente testimonial para los habitantes de un Torreón que, de alguna manera, ya no es aquél que los autores recuerdan. A través de la sucesión de párrafos que se engarzan y dan cuerpo al libro, surge una clara consciencia de la temporalidad, de lo inevitable del cambio, de un mundo que se hunde lentamente en el ocaso mientras amanece otro diferente.
Ante esta sensación de pérdida del Torreón que fue y no será más, la estrategia asumida por los autores es la de encomendar a la memoria y a la escritura la tarea de preservar lo irrepetible de cada experiencia personal. Cada autor ocupó un lugar único desde el cual actuó y padeció la vida cotidiana torreonense. Así, cada uno nos ofrece su propia lectura de la vida diaria. No obstante, los textos no son individualistas en lo absoluto. Algo que llama la atención es que hay en las anécdotas una constante referencia a la vida gregaria, a la vida colectiva, aunque el narrador sea uno solo. La niñez y la juventud torreonense de la segunda mitad del siglo XX se vivía y se disfrutaba en grupo. En los relatos de los cuatro autores, la ciudad de Torreón y el barrio, esa patria mínima y entrañable, aparecen como actores mudos, aunque no menos relevantes. Ritmos vitales diferentes, espacialidades diferentes, necesidades diferentes y valores diferentes van apareciendo mientras la ciudad se nos revela como era, y ya no es más. Son estas remembranzas textos cuyo contexto era una ciudad que dejó de existir hace tiempo.
En el caso de Nicolás Zarzar Charur, la descripción es valiosa herramienta para lograr sus fines. Con precisa narrativa nos regala descripciones que van forjando imágenes en nuestra mente, hasta que nos encontramos inmersos en otro tiempo y espacio. Así, la descripción de los orígenes de un linaje peregrino, y la percepción del propio nacimiento, de los juegos infantiles, del béisbol, de las misas dominicales y de la vida religiosa, de las cartas, es decir, de la comunicación interpersonal escrita en papel, de los carros y la tecnología que los caracterizaba, la descripción de la feria de Torreón.
Belarmino Rimada Peña, nos presenta un “Baúl de los recuerdos” repleto con anécdotas que relatan experiencias compartidas, mismas que a veces implicaban complicidades. Con una prosa ágil y muy eficaz, el autor nos cuenta sobre la mar de cosas no tan castas que presenció “el árbol de la Leandro Valle” y las travesuras de quienes subían a sus ramas para presenciarlas. Nos relata las regatas de barquitos en las acequias de la Alameda Zaragoza, del abusivo sastre de las cachuchas, de las playitas del llano, apartado éste que nos muestra una manera diferente de relacionarse con el entorno físico urbano, porque entonces el entorno físico de la ciudad era otro. Dar cuenta del cambio es historiar.
Marco Antonio Morán Ramos, en su texto “De aquí y de allá” nos regala los recuerdos del mundo escolar de la época. Como actual docente y defensor de los derechos del universitario, toma nota de la violencia física que se ejercía sobre los estudiantes como una forma aceptada y aceptable de disciplina escolar. En ese primer apartado, “La escuela”, nos narra de la alegría (y de los peligros) de los festivales organizados por las instituciones educativas. Otros apartados donde deja clara memoria de sus vivencias se refieren a los juegos, la “doctrina” (religiosa), el Pentatlón, la bicicleta, la alberca Esparza, los aparadores, los juegos mecánicos y el circo, el tren, los viajes (imaginarios), los perros, un secuestro fallido, y los deberes familiares. La corrección de su relato es prueba fehaciente de que la vida se percibe de acuerdo al perceptor. La sensibilidad ante la agresión y la injusticia inquietaba el alma del joven Morán Ramos desde su juventud. No debe extrañar, pues, que se haya convertido en abogado.
Germán Froto y Madariaga, con el estilo reflexivo de un comunicador erudito y pensador nato, nos ofrece su participación, intitulada “De sueños y quimeras”. En “La magia recurrente” hace un verdadero ejercicio memorístico para recordar con el corazón. Para el autor, el corazón es verdadero cofre de aquellas cosas que valen la pena ser recordadas, con el corazón se convocan las vivencias del pasado a la vida del presente. Su texto muestra una siempre juvenil capacidad de asombro ante el estímulo que impacta los sentidos: la luz de las estrellas, de las series de foquitos navideños, los adornos, el aroma de los pinos y la gobernadora, la temperatura ambiente, la sensación acogedora de la pertenencia al propio barrio, las ceremonias familiares y el niño Dios.
En el capítulo “A los que vienen detrás” Froto Madariaga escribe un legado sobre la percepción y el significado de algunas cosas y valores propios de los torreonenses de mediados del siglo XX, como la tecnología televisiva, los transportes y comunicaciones, el amor romántico, la santidad de la palabra empeñada, la verdad, la mentira y el honor, la amistad, la familia y la mujer. En “Cosas del pasado y del futuro” el autor se convierte en Jano, el numen romano que miraba hacia el pasado y el futuro a la vez, en un puente de comunicación dialógica entre los torreonenses del pasado y los del futuro. A través de “Una vuelta al pasado” hay una remembranza de experiencias relativas a la niñez y juventud en el seno de la comunidad representada por el barrio. El discurso de la vida cotidiana y la convivencia con los vecinos, seres próximos de carne y hueso, con nombres y apellidos. En “Sueños y quimeras” se nos manifiesta la perenne necesidad de escapar de la telaraña mortal del pragmatismo de los adultos, para ejercer esa cualidad del niño, soñar. Y así, soñando, crear nuevos y significativos vínculos con el mundo que nos rodea, y con nosotros mismos.
En suma, se trata de un libro que todos los torreonenses debemos leer. Los adultos descubriremos en él, mucho de nosotros mismos. Este es un libro hecho a semejanza de un cristal azogado con letras, un espejo que nos devuelve nuestra imagen de años ya pasados. Los jóvenes encontrarán en él un Torreón que quizá no imaginan, pero que resulta sumamente atractivo, porque el espíritu juvenil que lo inspira siempre ha sido el mismo, por mucho que cambien los escenarios y las formas de relación e interacción.
Felicito calurosamente a los autores de este excelente libro, que sin duda alguna, refleja, desde la autobiografía y el lenguaje pulcro y sabroso, las diferentes formas como Torreón cobró vida y sentido para cada uno de ellos.
Sergio Antonio Corona Páez
Cronista Oficial de Torreón”