Escudo de Torreón

Escudo de Torreón

martes, agosto 28, 2012

Tinaja lagunera / Metalúrgica

















La llegada de las aguas del Río Nazas por su cauce original, solía ser todo un acontecimiento para muchísimos habitantes de la Comarca Lagunera. Probablemente nuestros visitantes de regiones más favorecidas, encontraban gracioso y hasta inconcebible tanta alegría por algo tan “cotidiano” como el paso del agua por el lecho de un río.

En La Laguna, la llegada de las aguas suscitaba el mismo fenómeno de alegría y reverencia con que los habitantes del Alto y Bajo Egipto recibían las crecientes del Nilo. En el desierto, el agua es vida, y también riqueza. La madre tierra y el padre Nazas han sido personificados desde hace muchísimo tiempo por los laguneros. Parte muy simbólica de esta alegría generalizada era la ceremonia de la preparación y libación de “la tinaja”. Esta podía ser una tinaja común o ponchera, la cual se llenaba con diferentes bebidas e ingredientes, para derramarla sobre las primeras aguas que llegaban. 

De esta manera, “bebiendo”, el padre Nazas era hecho partícipe el regocijo de la población por su llegada. Este era un brindis que compartían los agricultores reunidos con este fin junto al Nazas, y que marcaba el inicio de las bonanzas algodoneras que hicieron tan famosa y rica a la región. De alguna manera, esta ceremonia festiva rememoraba fuertemente las bendiciones sobre las aguas del Nilo. 

En alguna ocasión, hace algunos años, durante una comida con el alcalde de Torreón, tuve oportunidad de charlar con algunos de los integrantes de la Comisión Asesora del Museo del Algodón, es decir, con los señores Alberto González Domene, Germán González Navarro, Ramón Iriarte Maizterrena y José Fernández Torres. Sus familias han sido tradicionalmente algodoneras, o han tenido fuertes nexos con el cultivo y el aprovechamiento del algodón, como sucede con el alcalde mismo.

Una de las cosas que yo traía pendiente por entonces en mi agenda de investigación, era la composición exacta de la bebida con la que los agricultores laguneros brindaban y arrojaban al Río Nazas a la llegada de sus aguas. Tras un refrescante desfile de recuerdos, los comensales llegaron al consenso en lo que a continuación se refiere:

Cuando las aguas del Nazas estaban próximas a brincar los vertedores e iniciar así la distribución del agua de riego en La Laguna de Coahuila, los terratenientes se juntaban en un lugar para celebrar el inicio del ciclo algodonero. Ahí se colocaban mesas para el banquete, y sobre las mesas había poncheras. En estas poncheras se vertía hielo frappé, champaña, vino blanco, cuadritos de manzana y un toque de kirsch. Tanto al recipiente como a la bebida preparada se le conocía como “la tinaja lagunera”. Con esta bebida se festejaba la llegada de las aguas. Y sin duda, se trata de una bebida muy comarcana. 

Las poncheras, que en ocasiones eran de plata, servían tanto para contener la bebida que se preparaba tradicionalmente para los banquetes de bienvenida de las aguas del río, como para para arrojar su contenido a las aguas del Nazas, haciéndolo así partícipe de la alegría general.


La Compañía Metalúrgica de Torreón

Una de las compañías industriales más prósperas en la historia de nuestra ciudad lo fue, sin duda, la Compañía Metalúrgica de Torreón, la cual se fundó cuando nuestra población era apenas una estación del ferrocarril, una pequeña congregación, tres años antes de que fuera elevada al rango de villa.


Esta compañía mexicana y lagunera, se fundó en 1890, según el “Álbum de la Paz y el Trabajo”, con un capital inicial de $ 1,250.000.00, que de acuerdo a la escritura pública de 20 de junio de 1900 se aumentó a $ 2,500,000.00 y más tarde a $ 3,500,000.00 en vista del crecimiento de sus operaciones, las cuales demandaban mayor inversión para obtener todo el éxito que finalmente tuvieron. Este éxito fue causa de cuantiosas derramas económicas para los capitales invertidos, al grado de que en diferentes ocasiones se decretaron dividendos hasta de un 25% sobre el monto del capital.
El consejo de administración, en 1910, estaba constituido por un presidente, el señor Ernesto Madero, un vicepresidente, el señor Carlos González, un secretario, el Lic. Praxedis de la Peña, un tesorero, el señor Pedro Torres Saldaña, y seis vocales, los señores Ernesto Madero, Tomás Mendirichaga, Joaquín Serrano, Francisco Frumencio Fuentes, Rómulo Larralde y Marcelino Garza.

La planta de fundición en Torreón tenía (en 1910) ocho hornos con capacidad para fundir en conjunto, cien toneladas diarias de minerales. Producía por entonces mil quinientas toneladas mensuales de plomo de obra que exportaba a Inglaterra para su afinación. Compraba minerales de todas clases pagando los mejores precios. La fundición comenzó a funcionar con cuatro hornos en 1902, y en 1904 ya había duplicado su capacidad.

“El Diario”, en su edición del jueves 25 de octubre de 1906, página siete, primera columna, publicó un artículo que intitulaba “La Compañía Metalúrgica de Torreón”. En este artículo, mencionaba lo siguiente:

“El Consejo de Administración de esta Compañía industrial ha convocado una asamblea general extraordinaria para el día 22 de Noviembre próximo con el fin de discutir y aprobar, si así lo cree conveniente, el aumento de capital a $ 5,000,000.00 por medio de una emisión de 15,000 acciones con valor a la par de $100.00 cada una, de las cuales, 12,500 acciones se ofrecerán a los accionistas de esa Compañía, en proporción a sus representaciones y 2,500 acciones serán cambiadas por igual número de bonos fundadores.

Esta Compañía cuenta actualmente con un capital efectivo completamente pagado de $ 3,500,000.00 representados por 35,000 acciones de a $ 100.00 cada una. Las acciones de esta compañía industrial se cotizan en plaza a $127.00, el año pasado se cotizaron como máximum a $ 175.00 y como mínimum a $ 140.00”.

Para 1910, Torreón era una floreciente ciudad de economía agroindustrial que producía telas, jabones y otras manufacturas. Sin embargo, cuando vemos la lista de exportaciones torreonenses a los Estados Unidos, notamos que casi el 100% estaba constituido por materias primas, incluyendo los metales de la Compañía Metalúrgica.

En 1910 el valor de las exportaciones torreonenses a los Estados Unidos durante el primer trimestre, fue el siguiente, de mayor a menor:

Guayule $3, 934, 330.07; plata $1, 173, 354.11; pieles sin curtir, $399, 356.32; oro, $306, 067.09; plomo, $293, 863.48; pieles curtidas, $87,724.42; arsénico, $21, 811.44; glicerina cruda, $20, 816.10; semilla de algodón, $11,587.28; cerda, $3, 224.42; mercurio, $765.05; guano, $586.17; cuerno $305.05 y maquinaria, $305.05.

jueves, agosto 23, 2012

Familias de la historia nacional




Los Iturbide Huarte. El matrimonio formado por don Agustín de Iturbide y Aramburu y doña Ana María Huarte Muñiz, tuvo una vasta progenie que se distinguió en el servicio de la Patria Mexicana, lo mismo en el campo de las armas que en el de la política o la diplomacia. Por tratarse de información poco conocida, y por estar tan cerca el mes de las fiestas de la independencia nacional, considero relevante publicar estos apuntes, que están muy lejos de mostrar la vasta realidad de esta interesante familia. Las fuentes utilizadas consisten en diversos documentos, y como Cronista, conservo copia de los mismos para certificar su procedencia. Agradezco a los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días su gentileza al permitirme el acceso a sus archivos. 

Pero examinemos primero los datos personales de don Agustín de Iturbide y Aramburu, libertador de México bajo los esquemas el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba, de 24 de febrero y 24 de agosto de 1821, respectivamente, consumados con la solemne entrada a la ciudad de México, el 27 de septiembre de ese año.

Su partida de bautismo, que se encuentra en el sagrario de la catedral de Morelia, dice a la letra, con la grafía actual:



























“Agustín Cosme Damián. En la ciudad de Valladolid [Morelia], en primero de octubre de mil setecientos ochenta y tres, el Sr. Dr. D. José de Arregui, canónigo de esta santa iglesia catedral, con mi licencia exorcizó solemnemente, puso óleo, bautizó y puso crisma a un infante español que nació el día veinte y siete del próximo pasado septiembre, al cual puso por nombre Agustín Cosme Damián, hijo legítimo de D. José Joaquín de Iturbide y de Da. María Josefa de Aramburu. Abuelos paternos: D. José de Iturbide y Da. María Josefa de Arregui; maternos, D. Sebastián de Aramburu y Da. María Nicolasa Carrillo. Fue su padrino el reverendísimo padre ministro Fray Lucas Centeno, prior provincial de la Provincia de San Nicolás Tolentino de Michoacán, a quien amonestó su obligación, y para que conste, lo firmé. José Peredo. José de Arregui”.

En la Nueva España de la época, y en las partidas parroquiales, se calificaba como “español” a cualquier individuo de raza blanca, aunque su familia llevara 200 años de antigüedad en el país. Cuando se quería anotar que era peninsular de nacimiento, se le llamaba “originario de los Reinos de Castilla”.
Así que Agustín de Iturbide era lo que llamaríamos actualmente, un “criollo”, palabra que no se usaba en los registros parroquiales.

Los linajes Iturbide y Arregui procedían de Peralta, en Navarra. Por otra parte, el abuelo materno de Agustín, Sebastián de Aramburu, nació en el Valle de Oyarzun, en Guipúzcoa. Era vecino de Pátzcuaro y viudo de Antonia de Zuloaga, hasta que casó con la abuela de Agustín, Nicolasa Carrillo y Figueroa, originaria y vecina de Acámbaro, e hija de Joaquín Carrillo y Figueroa y de María Villaseñor Cervantes y Villegas, estos últimos originarios de Maravatío. 

Como podemos ver, Agustín de Iturbide y Aramburu era un hijo de la Nueva España, particularmente de Michoacán.

El joven Agustín de Iturbide casó con otra criolla, Ana María Huarte. Su partida de matrimonio, ubicada en el Sagrario de Morelia (fragmento) aporta información adicional:














“Casamiento y velación de D. Agustín Iturbide y Aramburu = con Da. Ana María Huarte. En la ciudad de Valladolid [Morelia] en veinte y siete de febrero de mil ochocientos cinco años, previas todas las diligencias conciliares…por licencia concedida por el señor provisor y presentada al señor cura de esta santa iglesia catedral, en casa particular casó por palabras de presente que hicieron legítimo y verdadero matrimonio a D. José Agustín Iturbide y Aramburu, originario y vecino de esta ciudad, alférez de las Milicias Provinciales de ella, de veinte y un años de edad, hijo legítimo de D. José Joaquín de Iturbide y de Da. Josefa Aramburu = con Da. Ana María Huarte, española de este mismo origen y vecindad, de diez y nueve años de edad, hija legítima del regidor alcalde provincial D. Isidro Huarte y de Da. Ana Manuela Muñiz, difunta, y al siguiente día los veló según orden de nuestra santa madre iglesia, en el oratorio de la casa de su morada, siendo testigos con calidad de padrinos el licenciado D. Isidro Huarte, y Da. Nicolasa Iturbide, el señor Intendente Corregidor de esta Provincia, D. Felipe Díaz de Ortega, el regidor D. Isidro Huarte, y D. Domingo Malo, alférez del regimiento de infantería, como consta por la certificación…”

El primogénito de la que llegó a ser la pareja imperial, Agustín Gerónimo José de Iturbide y Huarte fue bautizado el 30 de septiembre de 1807 en el Sagrario Metropolitano de la ciudad de México.

Cuando su padre fue proclamado Agustín I, Emperador Constitucional de México, el joven de 16 años se convirtió en Príncipe Imperial de México. Tras la caída de la monarquía, vivió en Estados Unidos y se dedicó a la diplomacia. Don Agustín Gerónimo murió en diciembre de 1866, apenas a dos semanas de haber regresado de un viaje por Europa. El deceso ocurrió en el Clarendon Hotel de Nueva York, y la causa fue una complicación renal del llamado “Mal de Bright”. No tuvo descendencia.

Ángel de Iturbide y Huarte, el segundo hijo varón de Agustín de Iturbide y Ana María Huarte, fue bautizado con los nombres de “Ángel María José Ygnacio Francisco Xavier” en 1816, en Querétaro. Recibió una esmerada educación en la Universidad de Georgetown, en Washington. En 1854 fue nombrado Secretario de la Legación Mexicana en los Estados Unidos. Se casó con la señorita Alice Green, bella jovencita originaria del Distrito de Columbia, hija de un capitán del ejército estadounidense del mismo apellido. Alice tenía fama de ser una de las grandes bellezas de los salones de sociedad estadounidense durante la Guerra Civil Estadounidense. De este matrimonio nació Agustín de Iturbide y Green, nieto por línea de varón del primer emperador mexicano. Don Ángel de Iturbide murió el 18 de julio de 1872.

Salvador María de Iturbide y Huarte fue el tercer hijo varón de la pareja imperial, y fue bautizado el 17 de julio de 1820 en la ciudad de México.

Felipe de Iturbide Huarte fue el cuarto hijo varón del Emperador Agustín I. De él no tengo información disponible.

Agustín Cosme de Iturbide y Huarte, el quinto y menor de los hijos varones de la pareja imperial, ingresó al ejército mexicano, donde ostentó el grado de Teniente Coronel. Durante la guerra de los Estados Unidos contra México, Agustín estuvo presente en las batallas de Monterrey, Buenavista, Cerro Gordo, y las que se libraron en los alrededores de la ciudad de México. Acompañó a Santa Ana a Puebla, desde donde fue enviado con despachos tan solo para caer prisionero de los rangers del Capitán Walkers en Huamantla, Tlaxcala, en 1847. En 1854 fue nombrado Ayuda de Campo de Santa Ana. Nunca se casó.

En 1865, la segunda pareja imperial de México, Maximiliano I de Habsburgo y su esposa Carlota Amalia de Sajonia-Coburgo, en vista de que no podía tener descendencia propia, adoptó al pequeño Agustín de Iturbide y Green (nacido hacia 1862) como heredero de todos sus bienes y como sucesor en el trono de México. A la vez, se le otorgó el título de “Príncipe de Iturbide” con el tratamiento de “Alteza”. Estos decretos entraron en vigor al ser publicados en el “Diario del Imperio”, el periódico oficial de Maximiliano, el 16 de septiembre de 1865. En dichos decretos se menciona también al joven Salvador de Iturbide Marzán, como sujeto de los mismos privilegios que Agustín, su primo. Previamente, en el castillo de Chapultepec, con fecha del 9 de septiembre de 1865, Maximiliano y los jefes de la familia Iturbide habían firmado un tratado de ocho puntos relativos a la adopción, honores y pensiones de los miembros de la familia. Por el Emperador firmó su Secretario de Relaciones Exteriores y encargado de la Secretaría de Estado, don José J. Ramírez. Por los Iturbide firmaron Agustín Gerónimo, Ángel, José y Alice Green de Iturbide.



























Cuando Carlota Amalia zarpó rumbo a Europa para buscar apoyo político para Maximiliano, se llevó consigo al pequeño Iturbide. En La Habana, primera escala del viaje, lo recuperó su madre, la señora Green de Iturbide, y lo llevó a Washington, donde residió una buena parte de su vida..

En junio de 1867, poco antes de la caída de Querétaro, algunos diarios norteamericanos dieron a conocer la existencia de la carta de abdicación de Maximiliano en favor del infante Agustín de Iturbide y Green. Decían que, cuando a Márquez no le quedó duda alguna de la traición de López en favor de los republicanos, para entregarles Querétaro, procedió de inmediato a la apertura de algunos documentos que le había entregado Maximiliano en persona. Entre ellos encontró la ya mencionada abdicación del Emperador, firmada de su puño y letra. Una vez enterado del contenido del documento, Márquez procedió a proclamar a don Agustín de Iturbide y Green como Emperador de México y sucesor de Maximiliano, bajo la regencia de la Emperatriz Carlota. La autenticidad de la carta de abdicación nunca fue impugnada.

En enero de 1877, según una reseña de la época escrita en Nueva Orleans, el príncipe Agustín de Iturbide y Green, título por el cual se le conocía desde su adopción por Maximiliano, se encontraba entre los pasajeros del vapor “Jamaica”, con destino a Liverpool, en Inglaterra. El objeto del viaje era el de convertirse en alumno de la Academia Militar Woolwich. Se le consideraba un joven brillante e inteligente, de unos quince años de edad, y hablaba el inglés con buen acento. Había estudiado en las escuelas públicas de Washington y en la Universidad de Georgetown, el Alma Mater de su padre. Su discurso de graduación llamó la atención por haberlo escrito sobre el tema “Democracia”, sistema político al que se mostró muy favorable, y por ser, a la vez, heredero de dos emperadores.

En 1888, el príncipe Agustín de Iturbide causó conmoción al aceptar una comisión de manos del presidente Porfirio Díaz y portar el uniforme de teniente del ejército mexicano. El todavía influyente Partido Monárquico Mexicano juzgó de suma importancia el hecho, cuya relevancia radicaba en el acercamiento que se daba entre monárquicos y republicanos. Hemos visto ya que el príncipe Iturbide había estudiado en la Academia Militar de México, en Chapultepec, así como en los Estados Unidos y en Europa. Por orden directa del presidente Díaz, Iturbide fue destinado al famoso Séptimo Regimiento, comandado por un oficial que fue coronel del Regimiento de la Emperatriz durante el reinado de Maximiliano.

A pesar de los buenos augurios políticos, el joven Iturbide expresó en público algunas críticas contra el gobierno de Díaz, razón por la cual se le siguió consejo de guerra y prisión. Sus amigos de Washington comentaban que la crítica era tan solo la de un impetuoso y joven ciudadano a su presidente.

No obstante lo anterior, el príncipe Iturbide fue condenado a un año de reclusión bajo el cargo de falta de respeto al régimen de Díaz. Su madre, la señora Alice Green, lo estuvo visitando y apoyando en prisión, hasta que ella contrajo una enfermedad que le costó la vida en enero de 1892.

El 5 de julio de 1915, el príncipe Iturbide contrajo nupcias con la señorita Mary Louise Kearney, hija del General Brigadier James E. Kearney. Ofició el reverendo J. M. Cooper, de la iglesia católica de San Mateo de Washington.

lunes, agosto 20, 2012

Familias en la Historia Nacional



Los Morelos-Almonte. El presbítero José María Morelos y Pavón fue uno de los grandes caudillos de la guerra de independencia mexicana, y seguramente uno de sus más brillantes estrategas.

José María Morelos fue bautizado con los nombres de “Joseph María Teclo Morelos Pabón”, el 4 de octubre de 1765 en Valladolid (actualmente Morelia, capital de Michoacán). Sus padres fueron don Manuel Morelos y doña Juana Pabón, como se puede leer en el libro de bautismos de dicha parroquia.

Pero, ¿cuáles eran los antecedentes de sus padres? La mayoría de las veces, los grandes héroes parecieran haber surgido de la nada, como si hubieran aparecido simplemente por voluntad de quienes les necesitaban. Por supuesto que José María Morelos tuvo ascendientes, y también descendientes. 

En la partida de matrimonio de sus padres, podemos leer lo siguiente: “Casamiento y velación de D. Joseph Manuel Morelos con Da. Juana María Pérez Pabón. En la ciudad de Valladolid, en diez y ocho días del mes de febrero de mil setecientos y sesenta, habiendo precedido todas las diligencias que dispone el Santo Concilio de Trento, y no resultando impedimento alguno, yo el Bachiller Dn. Francisco Gutiérrez de Robles, teniente de cura, casé in Facie Eclesie y velé según orden de nuestra santa madre iglesia, a D. Joseph Manuel Morelos, español originario del vecindario, y vecino de esta ciudad desde pequeño, hijo legítimo de D. Gerónimo Morelos y de Da. Luisa de Robles, con Da. Juana María Pérez Pabón, originaria de la ciudad de Querétaro y vecina de ésta desde hace más de cuatro años, hija legítima de D. Joseph Pérez Pabón y de Da. Juana María de Estrada, difunta. Fueron padrinos Lorenzo Sendejas Casilda Hernández. Testigos: Marcos Pérez, Antonio Matabuena y otros, y para que conste, lo firmé. Br. Francisco Gutiérrez de Robles”.  Una anotación marginal a esta partida, dice “Se sacó en 20 de julio de 1801”. Esta clase de notas se escribían cuando había que dar testimonio de la partida de referencia, por diversas razones. 





La partida de matrimonio de los abuelos paternos de don José María Morelos, dice lo siguiente: “Casamiento y velación de Domingo Gerónimo Morelos y Luisa de Robles. En el año del Señor de mil setecientos cuarenta y uno, en el día quince de mayo, el Bachiller D. Joseph Carrillo, teniente de cura, casó por palabras de presente y veló según orden de nuestra santa madre iglesia, a Domingo Gerónimo Morelos, hijo legítimo de Diego Morelos y de Juana Sandoval, con Luisa de Robles, originaria de la ciudad de Pátzcuaro, hija legítima de Tiburcio de Robles y de Nicolasa García. Fueron padrinos Miguel Morelos y Matilde Andísavar. Testigos, Bicente Aguilar Y Antonio Francisco, y para que conste, lo firmé. Br. Joseph Carrillo Altamirano”. 
















A finales del siglo XVIII, el padre José María Morelos fue designado cura de Carácuaro y Nocupétaro, comunidades de Michoacán. Ahí conoció a una joven llamada Brígida Almonte, con quien tuvo un hijo, Juan Nepomuceno. El niño, quien nació en 1803, siete años antes del Grito de Dolores, fue llamado Juan Nepomuceno Almonte, porque, por ser su padre un sacerdote católico consagrado y en funciones, no podía llevar su apellido.

El niño pronto se acostumbró al fragor de las batallas, pues su padre lo llevó con él a los diversos sitios donde se peleaba por la independencia. No era de extrañar que tomara la carrera de las armas y de la diplomacia. Fue nombrado general por Antonio López de Santa Ana, y sirvió durante la guerra texana. De hecho, los relatos de la “Masacre de El Álamo” se hicieron siguiendo los apuntes de su diario, que fue encontrado por los rebeldes en el campo de batalla.

Por los servicios distinguidos que prestó durante la batalla de San Jacinto, el general Almonte fue designado Secretario de Guerra por el presidente Bustamante. Posteriormente, Almonte fue designado embajador de México en los Estados Unidos, y pasó a residir en Washington, donde su simpatía y modales le ganaron muchas amistades entre los prominentes de esa capital. Almonte también representó a México en las cortes de Francia e Inglaterra.

El general Juan Nepomuceno Almonte se casó con la señorita María Dolores Quezada el 1º de marzo de 1840, en la parroquia de San Miguel Arcángel, en la ciudad de México (libro de matrimonios 1836-1866). Con esto, doña María Dolores se encontró en el extraño caso de ser la nuera de uno de los padres de la Patria Mexicana, el cura don José María Morelos.

A la vuelta de Santa Ana a México, el general Almonte volvió a ser embajador de México en Washington. No deja de ser curioso que el hijo de don José María Morelos fuera un monárquico recalcitrante. Precisamente por el gran prestigio de que gozaba como hijo de uno de los líderes insurgentes, se dedicó a afianzar la idea de establecer una monarquía en México. El Arzobispo de México y el general Almonte tuvieron un rol protagónico para ir a Miramar y convencer a Maximiliano de que debería venir a reinar a México.

Cuando Maximiliano tomó el poder, nombró al general Almonte su embajador ante Napoleón III, cuya confianza se ganó. Sin embargo, al caer el Segundo Imperio Mexicano, Almonte ya no pudo volver a México. Murió en París la tarde de un domingo de marzo de 1869.

El general Almonte y doña María Dolores Quezada tuvieron una hija, la cual casó con un general Herrán, español al servicio del pretendiente don Carlos de Borbón.

Fuentes: Archivo de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días; “The New York Times”, 24 de marzo de 1869, p. 1; “La Iberia”, 7 de julio de 1869, p. 1. 


Los Elizondo-Villarreal. A veces, a los seres humanos no les son suficientes sus pobres luces intelectuales o morales para decidir en casos de conciencia, y deben recurrir a la experiencia, erudición o razones de otros para fortalecer, y a veces cambiar, las propias convicciones.

Este es el caso del tristemente célebre teniente coronel Ignacio de Elizondo, soldado insurgente que desertó de las filas de Allende e Hidalgo para pasarse a las de los novohispanos leales al gobierno establecido. Peor aún, si hubiera demostrado su cambio de lealtades de manera abierta, no se le hubiera tomado en cuenta sino como mera mudanza de opinión y vuelta al servicio de las autoridades constituidas, a quienes originalmente les había jurado obediencia. Pero hacerlo de manera encubierta, traicionando la confianza que sus antiguos superiores tenían en él, eso lo convirtió en un renegado, un traidor, un hombre sin honor.

Como es de todos bien conocido, el teniente coronel Ignacio de Elizondo capturó en Acatita de Baján al grupo de insurgentes que se dirigía desde Saltillo hacia Texas, y de ahí a los Estados Unidos. Ignacio de Elizondo estuvo al mando de esa operación en que fue cercenado de golpe el impulso libertador que comenzó en la parroquia de Dolores, en Guanajuato.

Tómese en cuenta, aunque sin disculparlo en lo absoluto, que fue aconsejado por hombres de iglesia, hombres “de ciencia y conciencia” como el subdiácono J. Manuel Zambrano (en 1815 recomendado por el obispo de Nuevo León, Primo Feliciano Marín de Porras) o el cura de Monclova, el padre Galindo, para cometer traición. Debemos recordar que no era el ejército ni el pueblo, sino el clero mismo, quien más odio le tenía a Hidalgo, quien era un sacerdote consagrado y en funciones antes de ser excomulgado por el obispo Manuel Abad y Queipo. Desde el punto de vista del clero fiel al virrey, Hidalgo ponía en peligro la relación entre la Corona y la iglesia novohispana. Y en el ejército de Hidalgo militaban muchos religiosos rebeldes. Era natural que el clero considerara a Hidalgo un gran seductor del clero y del pueblo, y que quisieran capturarlo a cualquier precio, incluso el de la traición.

El teniente coronel Ignacio Elizondo provenía de una antigua familia de militares distinguidos, valerosos y honorables, originarios de lo que actualmente llamamos Coahuila y Nuevo León. Sería una pena que por la trayectoria de un solo individuo pudiera mancharse el prestigio de un linaje completo.

Francisco Ignacio de Elizondo Villarreal nació en Salinas Victoria, Nuevo León, donde fue bautizado el 20 de marzo de 1766, siendo hijo de José Marcos de Elizondo González y de María Josefa de Villarreal (libro de bautizos 1721-1790). Por ironías de la vida, la parroquia en que fue bautizado fue la de Nuestra Señora de Guadalupe, la misma advocación del estandarte guía del padre Hidalgo.

Su partida de bautismo dice, a la letra: 

“En veinte días del mes de marzo de mil setecientos sesenta y seis años, en esta Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de Guadalupe de Salinas, bautizé solemnemente a Francisco Ignacio, de once días [de] nacido, hijo legítimo de D. Joseph Marcos de Elizondo y de Da. María Josepha de Villarreal, españoles vecinos de este valle. Fueron padrinos Dn. Francisco de Elizondo y Da. Clara María Martínez, a quienes amonesté su obligación y parentesco espiritual, y para que conste, lo firmé. Lic. Joseph Antonio Martínez”.






El teniente coronel Francisco Ignacio de Elizondo Villarreal era nieto paterno del capitán Bartolomé de Elizondo de la Garza y Francisca Javiera González Treviño. Era bisnieto del general Pedro de Elizondo González, quien nació en Saltillo hacia 1670, y de María de la Garza-Falcón y Rentería. Era tataranieto del capitán Francisco de Elizondo de Aguilar, y de Beatriz González de Paredes y Olea.

Los Elizondo, de acuerdo a los estudios efectuados y documentados por sus actuales descendientes, se apellidaban Elizondo-Urdiñola, y procedían de Oyarzun, en Guipúzcoa. De ese lugar era originaria la familia del conquistador Francisco de Urdiñola.

El teniente coronel Francisco Ignacio de Elizondo Villarreal se casó con Gertrudis García de la Garza, con quien tuvo once hijos e hijas.
Francisco Ignacio tuvo un hermano llamado José Nicolás de Elizondo Villarreal, quien se casó con una hermana de Gertrudis García de la Garza, María de Jesús García. Este matrimonio procreó a María Victoriana Coleta Elizondo García, quien casó con Francisco José Madero Gaxiola, matrimonio que a su vez procreó nada menos que a don Evaristo Madero Elizondo, patriarca y genearca de los Madero de la Comarca Lagunera.

De esta manera, aunque los Madero no descienden del teniente coronel Francisco Ignacio de Elizondo Villarreal, sí descienden de un hermano de él, y comparten la ilustre y centenaria ascendencia de las familias Elizondo, Villarreal, Treviño y González-de-Paredes.

Como podemos ver por este caso concreto, las familias no pierden su prestigio por las acciones torpes de un solo individuo. Hay muchos descendientes de las ramas Elizondo que han sido y son ciudadanos ejemplares. Es tiempo de quitarles de encima el deshonor de un solo individuo que obró mal, a título personal.
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sábado, agosto 18, 2012

Lo sobrenatural como fuente de seguridad

















En mi clase de “Historia, arte e identidad regional” que imparto en la  Universidad Iberoamericana Torreón, uno de los fenómenos sociales que más mencionamos, es la necesidad del ser humano de tener paz mental. Es decir, que el hombre necesita paz interna o balance psicológico para poder enfrentar con eficacia las tareas y peligros cotidianos del mundo externo.

Este es un fenómeno atemporal, es decir, se encuentra presente en todas las épocas que ha vivido la humanidad. Por lo que se refiere a la Comarca Lagunera, los testamentos e inventarios nos dan buena cuenta de esta necesidad. Porque si los habitantes de nuestra región tenían representaciones de santos en cantidades que ahora nos parecen exageradas —veinte o treinta imágenes— era, precisamente, para tener paz interior. No se trataba de amor al arte pioctórico, sino de apego a la vida por medio de la protección de aquéllos.

En efecto, los peligros mortales de ataques de indios, animales ponzoñosos, sequías prolongadas, granizos, heladas, plagas, accidentes y enfermedades, todos ellos eran factores de gran incertidumbre. La gente, de alguna manera, debía encontrar algo o alguien que le pudiera dar tranquilidad y estabilidad mental, para poder vivir de una manera funcional. Y en la era colonial, esa era la función de los santos, pues era creencia común que ellos se encontraban por encima de estas amenazas, y que, a través de su intercesión, todos estos peligros podían ser conjurados. Los laguneros no estaban tan necesitados de una protección sobrenatural, cuanto de la serenidad (o resignación) que ella les proporcionaba.

Todavía en el censo de la Comarca Lagunera de 1825, entre las cualidades de los habitantes de estas tierras, se menciona, por encima de todas, la de ser “religiosos”. Por entonces, todavía sometidos a los ataques de los apaches y a los caprichos de la naturaleza, los laguneros necesitaban la seguridad que les brindaba la fe.

Sin embargo, al acabar con los ataques de indios, al dominar la mayoría de las epidemias y enfermedades mediante las vacunas, al contar con antibióticos que nos curan de un gran número de enfermedades antes mortales, al diversificar la economía logrando una gran estabilidad en los ingresos, al controlar de tal manera nuestras circunstancias, lo sobrenatural dejó de ser, en general, un factor de importancia en la vida cotidiana regional. Nuestra seguridad ya estaba en nuestras manos.

Desde el 2007, La Laguna vive una etapa de inseguridad comparable a las etapas locales de las luchas revolucionarias, o a la era en que los apaches merodeaban y asesinaban a los colonizadores, a mansalva. Aquéllos historiadores que idealizaban y suspiraban por las luchas de la Revolución, de una manera entre romántica e ingenua, se encuentran silenciosos. Porque la gente suele olvidar lo que realmente implica la violencia, en términos de incertidumbre, de dolor y de vidas humanas. Quizá la mayor prueba de este olvido consiste en que no existe un solo monumento para el millón de muertos causado por las luchas de la Revolución Mexicana. Eso sí, recordamos a Zapata, a Madero, a Villa, a Carranza, a Obregón, etc. pero no a esa multitud que hizo posible el “triunfo” de éstos. Los “mesías” sin seguidores que les hagan el trabajo, son “nadie”. 

Las circunstancias de inseguridad que experimenta nuestra ciudad, sin duda se traducirán en un incremento en la búsqueda de la protección de lo sobrenatural, pues de nueva cuenta, las circunstancias nos desbordan. Nuestras vidas no están en nuestras manos, y se necesita paz interior para poder enfrentar los desafíos de la vida cotidiana con serenidad. El ser humano necesita paz para trabajar con buen desempeño, para vivir el presente con cierta intensidad y dicha, y para esperar un futuro mejor.



viernes, agosto 10, 2012

Oribe Peralta, medallista olímpico

























¿Quién en La Comarca no sabe quién es Oribe Peralta Morones? Guerrero destacado del equipo local de futbol, el Santos Laguna, héroe del pasado campeonato de liga, y actualmente artífice principal de la victoria de México contra Japón en Wembley, en el marco de los Juegos Olímpicos. Por lo tanto, pieza clave en la obtención de medalla olímpica, al poner un pase a gol, y también un gol con su firma, de los tres que logró la escuadra mexicana en ese duelo. Oribe es torreonense de nacimiento, vecino de La Partida, municipio de Torreón, actualmente en la zona suburbana de esta ciudad. Hijo de otro jugador de balompié, trae en la sangre la inquietud por este deporte.

Jugador noble y sufrido, sin actitudes protagónicas, entiende bien que un equipo no está configurado por puros goleadores, sino que a veces hay que sacrificar el lucimiento personal para dar un buen pase, un pase que pueda convertirse en gol, aunque sea bajo otro nombre y apellido. Para él, el secreto del trabajo en conjunto está en que cada jugador haga su trabajo, aunque al final, solo haya un goleador. Finalmente, el gol se le acredita al equipo entero. Con esta mentalidad, Oribe ha contribuido de manera significativa a la victoria de México sobre Japón, pues fue factor decisivo de dos de los tres goles mexicanos.  

Realmente fue tan hermoso como espectacular su gol, un cañonazo que fue directo al ángulo superior derecho de la portería nipona, con un tino tan milimétrico, que dejó boquiabierto al portero y al estadio británico. Ojalá mañana sábado nos toque festejar la presea de oro para la selección Mexicana. Sea como sea, nuestra ciudad ha contribuido a tan histórico logro del deporte mexicano, a través de un destacado torreonense, un guerrero del Santos: Oribe Peralta.

Para pasar a otro tema, diremos que otra de las viejas familias de Torreón que aparecen empadronadas en 1892, es la constituida por Pedro Ugalde, de 36 años de edad, empleado, casado con Ceferina Adame, de 21 años. De acuerdo al censo, sus hijos serían Julia, Refugio, María, Cirila, Camila, Alberto y Daniel. Los que nacieron posteriormente fueron Altagracia, Félix y José Juan.

De acuerdo al libro de matrimonios 1870-1885 de la parroquia de Nuestra Señora del Refugio, de Matamoros, Coahuila, la pareja se casó el 27 de noviembre de 1882. En el asiento matrimonial, Ceferina usó su segundo apellido, Ramírez.  Según los registros genealógicos de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, los apellidos de Pedro eran Ugalde Guillén, y los de Ceferina, Adame Ramírez.

Pedro habría nacido en Matamoros, Coahuila, en 1860, y era hijo de Cruz Ugalde Escobedo y de Camila Guillén Espino, quienes se habrían casado en la jurisdicción eclesiástica correspondiente a Matamoros en 1852. Sus hermanos eran, según esta fuente, Sixto Ugalde Guillén, que nació en Matamoros en 1853; Jorge, que nació en 1864; Manuel, nacido en 1867; Félix, nacido en 1869 y José Julio, nacido en 1881.

Los abuelos paternos de Pedro, según este mismo estudio, habrían sido Carmen Ugalde y Leandra Escobedo. Los registros parroquiales más antiguos sobre los Ugalde Escobedo se encuentran en Viesca, Coahuila, donde nació María Nazaria Celsa el 28 de julio de 1833.

Esta es una de aquellas familias que nutrieron la inmigración de origen regional hacia Torreón. Familias de Parras forjaron a San José y Santiago del Álamo, después Viesca; luego poblaron Matamoros y posteriormente se asentaron en nuestra localidad. Eran familias que iban siguiendo las oportunidades donde éstas surgían. Gente deseosa de progresar en la vida, ni conformista ni fatalista. Gente de trabajo.

De Ugalde o Ugalde es un apellido de origen vasco. En la Nueva Vizcaya (Durango, Coahuila, Chihuahua) hubo varias familias con este nombre.

Por lo que se refiere al apellido Adame o de Adame, diremos que era muy característico de la Nueva Vizcaya. Había familias con este nombre en Parras, en Saltillo, en Viesca, en la ciudad de Durango, en Mapimí y por supuesto, en Matamoros.

Los de Matamoros, Coahuila, proceden de Parras y de Viesca, ya que esta familia se encontraba entre aquéllas que fueron expulsadas del rancho del Saucillo en 1809 para evitar que de meros arrendatarios se convirtieran en propietarios (ver "La Comarca Lagunera, constructo cultural", pp. 110-111).

Muchas de las mujeres de este linaje usaron por nombre personal María del Refugio en honor de la advocación de dicha virgen, la cual se venera en Matamoros, Coahuila, de donde es titular y patrona.

domingo, agosto 05, 2012

Coahuila: la deconstrucción de su historia (2)























En el primer artículo sobre este tema, mencionamos cómo el expansionismo del Imperio Mexica tenía en su agenda la conquista a las naciones soberanas vecinas que resistían sus pretensiones hegemónicas.

Revisamos también la diferente lectura que los tlaxcaltecas hicieron de los “prodigios” que antecedieron la llegada de los españoles, a los cuales combatieron fieramente hasta que se convencieron de que Cortés y sus tercios eran aquellos hombres a quienes sus dioses habían anunciado. Según estos oráculos, los españoles llegaban para establecer un orden mayor. Los tlaxcaltecas entrarían en él en pie de igualdad, se darían mutuamente en matrimonio, engendrarían una nueva raza y acabarían con el odioso dominio de México Tenochtitlan.

Es verdaderamente notable que —para bien o para mal— existan pueblos capaces de convertir sus creencias en realidades. Sin querer entrar en una discusión providencialista, sino más bien desde el ámbito del estudio de las mentalidades, diremos que los tlaxcaltecas, al igual que los mexica, se tenían a sí mismos por pueblos escogidos. Pero mientras que los oráculos mexica anunciaban la inminente caída del Imperio, los presagios tlaxcaltecas anunciaban la supervivencia de su nación al incorporarse a un orden político más amplio. Este nuevo orden implicaba asimismo la creación de lazos de consanguinidad con aquellos que habrían de llegar, mezclando las virtudes de ambos pueblos en uno solo. Un dato importante que no debe pasar desapercibido es que los tlaxcaltecas creían que dicha alianza sería fundamental para cambiar la balanza del poder militar que prevalecía en 1519 en lo que ahora es el centro de México.

Sería fácil acusar a los tlaxcaltecas de “reescribir su historia” desde el futuro, es decir, una vez que ellos habían ya consumado la empresa de desmantelamiento del Imperio Mexica al lado de los españoles. No lo podemos hacer porque ya en 1519 Bernal Díaz del Castillo había escuchado el contenido del oráculo de propia voz de los tlaxcaltecas, con gran “espanto” de su parte, como él mismo refiere. Y suponiendo —sin conceder— que Bernal hubiese tomado por fuente el manuscrito de Muñoz Camargo para la redacción de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España a mediados del siglo XVI, aún así Bernal, testigo fiel de lo que vio y oyó, menciona haberlo escuchado él mismo en Tlaxcala junto con otros compañeros españoles, en 1519.

¿Se inventaron los tlaxcaltecas una historia “sobrenatural” para lograr la alianza española en 1519, poco antes de la llegada de Cortés a Tlaxcala? Es posible, aunque no probable. Algunos de los signos y prodigios precedentes a la llegada de los españoles fueron documentados tanto por los mexica como por los tlaxcaltecas, aunque con interpretaciones diferentes. La autoestima y la conducta de los tlaxcaltecas durante la era colonial es muy consistente con la creencia de ser un pueblo “especial” o “predestinado”. Esto no significa que no hubiera resistencia al cambio en algunos. La historia de los niños mártires de Tlaxcala ilustra claramente la tendencia de ciertos individuos a mantener la fe en los antiguos dioses. Pero si hacemos una revisión sobre la historia de los iconos católicos coloniales más reverenciados, veremos que los tlaxcaltecas están directamente relacionados con el surgimiento, promoción y culto de muchos de ellos. Así las prodigiosas apariciones del Santuario de Nuestra Señora de Ocotlán (1541), Tlaxcala; San Juan de los Lagos, Jalisco; La Purísima y Nuestra Señora del Roble, en Monterrey; el “Señor de Tlaxcala” en Bustamante, Nuevo León; el “Señor de la Expiración” en Guadalupe, Nuevo León. Son devociones tlaxcaltecas las de Nuestra Señora de los Dolores en Hualahuises, Nuevo León; La Santa Cruz en Villaldama, Nuevo León; la de Nuestra Señora de Guadalupe en Parras, Coahuila y la del “Señor Santiago” en Viesca, Coahuila.

La verdad es que los tlaxcaltecas abrazaron voluntaria y sinceramente el catolicismo español con la convicción de que entraban en el nuevo orden que se les había profetizado. Era la religión de sus aliados europeos anunciados por los dioses ancestrales. Sería la de ellos mismos y la del pueblo que habría de nacer de la unión de ambos. Los tlaxcaltecas se percibían como conquistadores, no como conquistados. Esta percepción llegó a ser particularmente cierta cuando cuatro grupos de tlaxcaltecas —uno de cada señorío— salió a fundar colonias en el norte novohispano. En 1591 el grupo de Tizatlán fundó —junto a la villa del Saltillo— el pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala. En las capitulaciones firmadas ese año, el virrey Luis de Velasco, segundo de este nombre, les confirmó para siempre el estatus de conquistadores exentos de impuestos y alcabalas. A lo largo del período colonial, otros virreyes y la Audiencia de Guadalajara les habrían de confirmar sus privilegios originales a los tlaxcaltecas de San Esteban y a sus descendientes establecidos en nuevas colonias.

Es claro que los tlaxcaltecas en general y los tlaxcaltecas norteños en particular nunca experimentaron el “trauma de conquista” que el inigualable Octavio Paz atribuye a todos los indígenas vencidos y a sus descendientes. Los hijos de Tlaxcala lucharon hombro con hombro al lado de españoles y mestizos para defenderse, prevenir o castigar los ataques de los indígenas guerreros del septentrión. Coahuila era una región “fronteriza”, una avanzada de la cultura cristiana europea, criolla, mestiza y tlaxcalteca que padecía continuos ataques de diversos grupos y etnias guerreras. Los españoles necesitaban a los tlaxcaltecas, y éstos, a los españoles. En el norte, la alianza con la Corona de Castilla estuvo vigente hasta el fin de la era virreinal.

Desde tiempos inmemoriales, el sur de Coahuila constituía el ecosistema de multitud de grupos nómadas y seminómadas. En el siglo xvi los españoles agricultores, ganaderos y mineros entraron en contacto con los grandes grupos indígenas conformados por “Guachichiles” en el Saltillo, y los genéricamente denominados “Laguneros” de la Laguna de Parras (Mayrán) y Río de las Nazas.

Con los españoles fueron llegando criollos, mestizos, indígenas sedentarios tlaxcaltecas, mexicanos, michoacanos, otomíes, indígenas locales, negros, mulatos y castas. De entre tantas etnias, las más numerosas, fuertes, prominentes y prestigiadas socialmente fueron la española y la tlaxcalteca, y ambas lograron configurar una sola mentalidad y cultura por un largo proceso de contigüidad física, préstamos culturales, mestizaje e interacción cotodiana. 

Los españoles y los tlaxcaltecas estaban libres de complejos. Era gente de armas, acostumbrada a hablar llanamente, con toda libertad. Es muy probable que los rasgos del norteño trabajador, franco y aguerrido procedan del secular ejercicio cotidiano de las virtudes y libertades de ambos pueblos. Estos rasgos corresponden al mestizaje cultural surgido de un fenómeno de larga duración. El tan conocido, popular y delicioso pan de pulque del sur de Coahuila es un alimento mestizo que se fabrica con los dos elementos característicos de las culturas madres: el trigo español y el pulque tlaxcalteca. Muchos de los nahuatlismos que existen en una ciudad tan joven como Torreón, llegaron —en gran medida— con los descendientes regionales de ambas etnias.

Los tlaxcaltecas de San Esteban (en Saltillo) fundaron nuevas poblaciones en Coahuila y en otros lugares del septentrión novohispano. En 1598 comenzaron a poblar Parras junto con algunas familias de indios laguneros y vecinos españoles con tanto éxito que el pueblo de Santa María de las Parras logró configurar una boyante economía vitivinícola con el reconocimiento y apoyo de la Corona española. Los tlaxcaltecas de Parras llegaron a ser tantos que a principios del siglo xviii tuvieron que fundar el pueblo de San José y Santiago del Álamo, conocido actualmente como Viesca, en Coahuila. Desde ahí siguieron participando en la población de nuevos lugares, como Matamoros o San Pedro, ambos en Coahuila, en los siglos xviii y xix.

En 1825, apenas a cuatro años de consumada la independencia, el alcalde de Parras y de su partido —que abarcaba la región de Parras y toda la Comarca Lagunera de Coahuila— decía que aunque él no había nacido en esta región, no tenía empacho en reconocer que sus habitantes eran

“…activos, enérgicos, intelectuales, especulativos, profundos, empresarios, sobrios, fieles, sociales, patricios, generosos, rectos, valerosos, y más que todo, religiosos.” (Ver Corona Páez, Censo y estadística de Parras (1825). Coedición Universidad Iberoamericana Torreón e Instituto Municipal de Cultura de Saltillo, Torreón, México, 2000).

En esta descripción podemos reconocer las cualidades heredadas por igual de españoles y tlaxcaltecas. Incluso los torreonenses, tan proclives como somos a pensar que el espíritu de empresa, el carácter enérgico y activo, la generosidad y el espíritu sociable y hospitalario nos llegó con los inmigrantes extranjeros de finales del siglo xix, debemos reconocer que esas cualidades estaban ya presentes y eran reconocidas en los habitantes de la comarca a fines de la era colonial. No podemos inventarnos una historia étnica, ni mucho menos cultural, libre de elementos indígenas o mexicanos. Los laguneros tenemos un origen verdaderamente cosmopolita, y nuestra región, ha sido desde finales del siglo XVI, un crisol étnico y cultural.