Escudo de Torreón

Escudo de Torreón

sábado, julio 26, 2014

Testimonio desde Pensilvania





Sra. Dulce Miller (arriba) e hijas. 


“Don Sergio Antonio Corona Paez,

Mi nombre es Dulce Miller y habito en el estado de Pensilvania en los Estados Unidos. Trabajo como profesora de español y siempre estoy buscando artículos interesantes para mis estudiantes. Hace unos días haciendo una investigación en el internet me encontré con su artículo:“Un torreonense de 1860” El artículo  está fechado: Lunes agosto 22, 2011. Y como usted lo describe  al inicio del documento “siempre existen sorpresas…” bueno, permítame corroborarlo con usted.

A pesar de que ahora vivo en los Estados Unidos, la mayor parte de mi infancia la viví en la ciudad de México, en la colonia Atzcapotzalco, DF para ser más precisa. Mis padres y mis hermanos todavía viven en México. Mi abuelo, que también vivió gran parte de su vida  adulta  en el DF siempre contaba historias de su infancia, sus padres, y abuelos. Las anécdotas e historias de mi abuelo (siempre muy pintorescas- por supuesto) provenían de su muy amado Torreón. Yo crecí, escuchando estas historias y el amor y la curiosidad por estas  me llevo a iniciar una búsqueda de los lugares de los que mi abuelo hablaba. 

Buscando y buscando me encontré su Blog que por supuesto incluye el documento que habla de Torreón y sus habitantes en el año de  1893. ¡Qué sorpresa! Párrafo a párrafo, y al ir leyendo su crónica,  empecé a identificar  los nombres de las personas ahí descritas. Don Sergio Corona yo soy descendiente directa de  Cruz Chavarría y Apolonia Olguín, padres de María Ignacia Chavarría Olguín (“La abuela Nachita”). Mi abuelo contaba historias de estas personas todo el tiempo y ahora finalmente después de 100 años  y mediante sus investigaciones, las historias que contaba mi abuelo se materializaron.

Como dato curioso, permítame decirle que mi abuelo contaba que su abuela, María Ignacia Chavarría era una mujer de raza negra y se especulaba que  se había salido huyendo de los Estados Unidos  a México para escapar de la esclavitud. Ahora la información que pude encontrar en su crónica abre un sinnúmero de nuevas posibilidades. Porque a pesar de que María Ignacia, físicamente tenía todos los rasgos físicos de la raza negra, no pudo haber venido a Torreón por sí misma escapando de la esclavitud en los Estados Unidos. De acuerdo a los datos presentados en la crónica, ella ya tenía padres que habían estado habitando en Coahuila, ella y su familia por- varias generaciones,  habían estado o eran originarios de Coahuila  ( Si bien es cierto que el presidente Lincoln declaro la independencia  de los esclavos en 1863 y las fechas y la situación geográfica,  pudiesen corresponder y avalar la historia del escape hacia la libertad de Ignacia a México,  los hechos y los datos de residencia  sus padres y abuelos están en Matamoros Coahuila)

Pero ahora y una de  las situaciones que más me intriga es saber ¿De dónde venían y cuando llegaron estas personas de raza negra a México? ¿Fueron llevados a México como esclavos durante la época de la colonia? Porque de acuerdo a mi abuelo, ella no era mulata era 100% de raza negra. Desafortunadamente no tenemos ninguna fotografía o documento oficial de ella, pero me pregunto si habrá algún medio de poder saber de dónde provinieron  ella sus padres y sus abuelos. 

En fin, Don Sergio Corona ha sido un enorme placer haber leído la información de las crónicas históricas en su blog. No tengo palabras para expresar mi agradecimiento por el tiempo que ha dedicado a sus investigaciones. Su trabajo realmente está impactando positivamente la vida de muchas personas (entre otras la mía). En cuanto inicie el semestre mis estudiantes y yo estaremos visitando su blog como parte de nuestros trabajos de investigación.  Y quien sabe, tal vez un día con la ayuda de la tecnología moderna pueda yo encontrar los verdaderos orígenes de  las personas de las que mi abuelo hablaba y que de una u otra forma  siguen  siendo parte de mi vida.

Dulce Miller”. 

jueves, julio 24, 2014

La cocina colonial en el sur de Coahuila


Las cocinas de la mayoría de las señoras del sur de Coahuila durante los siglos XVII y XVIII eran sumamente sencillas.  Las mejor equipadas tenían una especie de fogón de adobe integrado a la pared al estilo de las cocinas poblanas de la época, aunque sin el precioso ornato vidriado de éstas  La gran mayoría simplemente contaba con humildes braseros (por lo general de cobre) y un asador. 


Estufa estilo colonial coahuilense


El mobiliario y el ajuar de una cocina promedio incluía el imprescindible metate para la molienda del  maíz o del cacao; un “almírez”, un molcajete; un comal, de barro o de hierro; una artesa, vasija que servía para amasar el pan o para llevar la comida a la mesa en un solo plato común; dos o tres cazos de cobre u ollas o cazuelas de barro; una pala de madera para sacar y meter el pan al horno, en aquellas casas que lo tenían.

Solía haber una mesa de madera, cuadrada o rectangular,  con una o dos bancas largas –también de madera- a los costados, y en las casas mejor dotadas,  sillas individuales de respaldo, muy sencillas. A veces se completaba el ajuar con un barril quintaleño (uno que tenía capacidad para un quintal).  En algunos inventarios se menciona el garabato de hierro, es decir, el gancho o jaula de reja que servía para colgar trozos de carne. 

Doña Petrona María, vecina de Parras en el siglo XVIII y esposa de don Lázaro Miguel, pequeño vitivinicultor indígena, contaba con los siguientes utensilios de cocina: dos metates, tres cazos medianos, uno pequeño, y una artesa grande.  Había, además, una banca y una mesa grande en su cocina; sus cubiertos consistían en ocho platos de estaño.  No hay referencias de cucharas, tenedores, ni cuchillos.

El clérigo presbítero don Buenaventura de Organista –también parrense y tlaxcalteca de ascendencia- manifiesta, a través de los utensilios de su cocina y cubiertos, una posición social mucho más pudiente y cosmopolita.

Así encontramos referencias a una olla y un jarro de cobre, un cazo mediano, batidor, metate con su mano, asador, almírez y un comal de fierro.  Incluye también dos braseritos de cobre y dos botijas (para agua o vino).  Los cubiertos consistían en vasos de vidrio de Benencia[1] (sic por Venecia), cinco tazas “calderas” y cinco pozuelos, todo de China (porcelana).  Hay además dos cucharas de plata.  El presbítero comía en una mesa equipada con dos bancas.  Se  agrega  a lo anterior dos sobremesas de bayeta (tela de lana floja y rala) verde, nuevas, de cinco varas de longitud; manteles de “terlinga” y cuatro servilletas; y un paño de manos de “Ruán” (tela francesa de algodón).

En el caso de la también parrense del siglo XVIII, doña Ignacia Nicolasa Hernández, esposa de don Felipe Cano Moctezuma, pequeño vitivinicultor e indígena, los utensilios de cocina que tenía a su disposición eran los siguientes; dos cazos medianos, una artesa grande y un asador, además de una mesa grande.


Utensilios coloniales de cocina más comunes en el sur de Coahuila en el siglo XVIII

Utensilio
Funciones Primarias


Cazos
Calentar, cocer, contener
Metates
Moler nixtamal y cacao
Almírez o molcajete
Moler o licuar chile y especias
Comales
Cocer tortillas de maíz o harina
Asador
Asar carne al fuego directo
Artesa
Amasar, contener comida hecha.
Brasero
Generar calor para cocer


Platones

Platos chicos y grandes

Saleros de una o dos piezas

Tembladeras grandes y medianas

Cucharones, cucharas y cucharitas

Jarros de diversos tamaños

Tazas





[1] En Parras, pueblo de cultura vitivinícola, el término venencia (vaso con asa larga para muestrear el vino o el mosto de las botas Jerezanas) era mucho muy conocido. Seguramente prevaleció esta grafía sobre la del nombre de la ciudad italiana. 

lunes, julio 21, 2014

San Julián, pequeño rancho algodonero




“San Julián” era el nombre de un típico rancho algodonero de antes y después del reparto agrario en La Laguna. Se encontraba en el municipio de Matamoros, (en la esquina sur-oeste de su histórico cuadro) a unos 30 kilómetros al sureste de la ciudad de Torreón, sobre la carretera que va a Mieleras, a la altura del cruce de ésta con las vías del Ferrocarril Central (México-Ciudad Juárez) las cuales pasaban sobre las tierras de San Julián.

Este rancho, propiedad del señor Luciano Fernández Collada y de su esposa, la señora María Antonia González García (originaria de San Pedro, Coahuila), había pertenecido en un principio al señor Narciso Larregui, y constaba de 500 hectáreas, que, tras el reparto de Cárdenas, se redujeron a 200. 

Don Luciano Fernández Collada nació en Bozanes, parroquia de San Juan de Amandi, en el concejo de Villaviciosa de Asturias, en 1888. De 18 años embarcó para México, a donde llegó en 1907. Como muchos otros españoles, a base de trabajo y esfuerzo como administrador de ranchos (“El Barro” entre otros) obtuvo el ahorro necesario para comprarse predios agrícolas, entre ellos el de San Julián.

Este rancho contaba con tres estructuras principales, distribuidas en forma de herradura alrededor de un gran patio central. Primeramente estaba la casa, luego, la hilera de viviendas de los empleados, y en tercer lugar, las bodegas. Una acequia bordeada de sauces e higueras separaba a la casa del patio y de los otros edificios. Esta casa contaba con su huerta, en la que había emparrados, frutales y todo tipo de hortalizas y legumbres. También tenía su corral para aves  y ganado menor.

La casa constaba de recibidor, sala comedor, tres recámaras, despacho y un baño. El cuidado de la casa estaba a cargo de un ama de llaves, un mozo, varias mucamas y una nana.

La sección de casas de los empleados de tiempo completo comenzaba con la casa del mayordomo, don Juan Sánchez. Todos los empleados tenían servicio médico, ya en la Beneficencia Española, de la cual don Luciano fue uno de sus socios fundadores ya con médicos particulares. Había otras prestaciones y privilegios para los trabajadores. Todo lo que se elaborara en el ejido contiguo (ejido San Julián, obviamente) se le compraba al ejido, y no se fabricaba en la casa: tortillas, nieve y toda clase de productos confeccionados por las familias de los trabajadores.

Las bodegas guardaban en su interior algodón en hueso, forrajes, y otros productos e implementos agrícolas. Al lado de las bodegas había un corral para vacas lecheras, y por la parte posterior, pasaba la vía del ferrocarril.

San Julián celebraba, con gran regocijo, su santa protectora. El 4 de julio es la fiesta de Nuestra Señora del Refugio, patrona de Matamoros, Coahuila, en cuya jurisdicción estaba San Julián. Por toda la región había danzas de matachines, y había un grupo en especial que tenía la “manda” de danzar continuamente desde la madrugada hasta la medianoche. Esta comparsa se presentaba en San Julián al mediodía. La danza era una dramatización de hechos históricos y míticos, y todos los participantes desarrollaban un argumento preciso conforme a un guión preestablecido. Terminada la danza, todo el grupo pasaba a comer. En la casa se habían preparado, previamente, grandes ollas de menudo. Al terminar la comida, los danzantes, en fila india, pasaban a saludar y agradecer a doña Antonia González su hospitalidad.

Tras el reparto agrario, don Luciano Fernández destinaba 60 hectáreas de San Julián al cultivo del algodón; 40 se destinaban al trigo y otras 20 para maíz blanco. El rendimiento promedio de algodón en San Julián era de 4.5 toneladas por hectárea. En aquellos años, los precios de compra de la fibra eran buenos. 

Originalmente se cultivaba con arados de mulas, que fueron con el tiempo sustituidos por 4 arados y 4 tractores. Además había 2 rastras de discos para tractor, 2 rodadillos, 1 subsuelo John Deere, 1 bordeadora de ala, un “roll” de desvare, 1 plataforma, 1 cortadora de alfalfa, 1 fumigadora para mulas, 1 fumigadora de motor para 6 surcos, 1 cultivadora para tractor, 1 arado de 4 discos John Deere para tractor, 4 arados de hierro Oliver, 2 arados Oliver B, 6 arados Oliver A, 6 cuchillas, 6 escardillas, 4 sembradoras de bote.

Durante la época de la pizca, se contrataban unas 50 personas. El algodón cosechado se transportaba en camiones. En San Julián había, además de lo mencionado, 12 mulas, 2 caballos y 2 norias de 8 pulgadas, una de 300 pies de columna y la otra de 280.


martes, julio 01, 2014

Educación de ayer y de hoy




Una nota periodística del corresponsal de “El Demócrata. Diario Constitucionalista”, fechada el 11 de diciembre de 1915 (hace 99 años) nos da a conocer que el Gobierno del Estado de Coahuila dispuso que en Torreón fueran abiertas tres escuelas para la instrucción “del proletariado”.

El objetivo era que los obreros torreonenses lograran un “pronto mejoramiento intelectual”. Estas escuelas ya tenían días funcionando, y se encontraban ubicadas, una en el edificio de la Escuela Benito Juárez, otra en el edificio de la Escuela Hidalgo, y la tercera, en la Escuela Número Dos.

Se tuvo mucho cuidado en la elección del personal docente, del cual se dijo que se encontraba garantizado por su instrucción y moralidad.

Este tipo de mejoras en la calidad de vida de los obreros, fueron algunas primicias de la Revolución Mexicana (en su etapa constitucionalista) en nuestra ciudad.

Para cambiar de tema, debo señalar que pareciera que en México nos cuesta demasiado trabajo ponernos en los zapatos del otro. El “otro” suele ser una simple idea, una abstracción que no conocemos personalmente ni valoramos. Por lo general, su sentir nos resulta indiferente. Y muchas veces, hasta nos reímos de su mala suerte.

Esa capacidad de sentir con el “otro” suele ser llamada “empatía”, y su ausencia denota una gran pobreza para la vida social. Quizá sea por eso que a la generalidad de los mexicanos se nos dificulta tanto el trabajo en equipo, porque nunca nos ponemos en el lugar del “otro”, ni nos interesa hacerlo.

¿Cuánto valoramos la integridad o la vida de los demás, si somos tan capaces de embriagarnos hasta decir “basta”, y aún así, manejar nuestros coches como si nada?

Bien pudiera ser que tengamos la conciencia y la mente cerradas, al punto de que no seamos capaces de imaginar la enorme facilidad con que podemos generar accidentes. Parece que a nadie le importan las “pequeñas” situaciones que pueden convertirse en grandes desastres. Muchos culpables suelen confesar “nunca pensé que esto pudiera ocurrir”. Pero ahí está el problema: ¿por qué somos tan incapaces de evaluar, de proyectar nuestras acciones al futuro inmediato en función de la integridad, de la salud y de los derechos de los demás?

Muchos otros manejan sus frustraciones por medio del acoso, de la agresión contra los demás, o peor aún, contra todo lo que se mueva. No son personas que busquen ser felices, buscan hacer desgraciados a los demás, hasta la destrucción misma, si fuera posible. No podemos seguir viviendo en el mundo mágico de la irresponsabilidad, donde las cosas nunca pasan, o donde se arreglan solas o a base de influencias y “mordidas”. Ser humano significa ser responsable. Y si verdaderamente los humanos somos los seres más inteligentes de la creación (lo cual creo que estamos autorizados a dudar con cierta frecuencia) será para crear bienestar para todos los seres vivos de este planeta, comenzando por nuestros semejantes. ¿De qué sirve la inteligencia si no es empleada responsablemente, de manera constructiva?

Debemos educar a las nuevas generaciones bajo el principio de que vivir en sociedad implica velar, de manera responsable, por la seguridad y el bien común.