Escudo de Torreón

Escudo de Torreón

sábado, febrero 27, 2016

Arde el Coliseo






Ayer viernes por la noche se registró un incendio en el Coliseo Centenario de esta ciudad. Comenzaba a presentarse un espectáculo de rodeo, y los fuegos de artificio utilizados llegaron al domo del edificio, donde se incrustaron ardiendo, y comenzaron así el fuego. Se reportó que tanto los espectadores como los animales fueron puestos a salvo de inmediato. 

El Coliseo Centenario de Torreón se inauguró el viernes 8 de febrero de 2008, con capacidad para diez mil espectadores. Para algunos, se trataba de la mejor plaza de toros del norte de México, y hasta del país. El edificio, multifuncional en su diseño y actividades, ha sido usado también para presentación de artistas e incluso para eventos políticos, como fué el último informe de gobierno de Humberto Moreira Valdés. 




Este recinto semeja, toda proporción guardada, el Coliseo de Roma. En 2008, para su inauguración, hubo representaciones de luchas gladiatorias de inspiración romana. La formal declaratoria corrió a cargo del Lic. José Ángel Pérez Hernández, por entonces alcalde panista de Torreón, con la presencia de algunos funcionarios estatales y por supuesto, con la presencia y bendición del obispo de Torreón. 

Es una triste coincidencia que haya sido inaugurado un viernes de febrero, y también en un viernes de febrero se haya incendiado. 


miércoles, febrero 24, 2016

195 años del Plan de Iguala


Bandera de las Tres Garantías



Hoy, 24 de febrero, muchos recordamos que el verdadero objeto de celebración de este día no es la bandera, sino del plan con el cual se realizó la independencia de México en 1821, el Plan de las Tres Garantías simbolizadas con el verde, blanco y rojo.

Por supuesto que amamos a nuestra bandera. Nos resulta significativa por dos razones: porque es nuestro símbolo nacional (Territorio, Gobierno, Población), y también porque es la expresión gráfica del plan mediante el cual nos convertimos en una nación libre. Amamos y respetamos a nuestra bandera, pero también amamos y respetamos la verdad completa de su origen.

El Plan de Iguala se proclamó el 24 de febrero de 1821, hoy cumple exactamente 195 años. En esa época y dadas las circunstancias políticas en España, a los novohispanos se les hizo sentir profundamente amenazados en aquello que más amaban, su religión. Insisto, esto era lo que ellos percibían. No es ningún secreto que a México lo mueve la política, pero lo mueve mucho más la religión. La reciente visita del papa Francisco lo pone de relieve.

En 1821, el Plan de Iguala (que nada tenía que ver con los insurgentes) garantizaba el ejercicio de la religión católica (blanco) mediante la independencia política (verde). Y para evitar el temor que causaba el recuerdo de las pasadas guerras de independencia, se garantizó también la vida y bienes de todos los ciudadanos, fueran del color o condición que fueran (rojo). Es decir, los hombres de todas las etnias nacionales serían iguales ante la ley y se respetarían sus derechos y haberes. En esto Iguala superó a los Estados Unidos, ya que en México no habría esclavos.

Este plan proponía continuar bajo el sistema monárquico que existía desde los emperadores Mexica y posteriormente bajo los Austrias y Borbones. Nada de extraordinario tenía. Pero no sería una monarquía despótica ni absoluta, habría división de poderes y una constitución. Es decir, la modernidad de los grandes pensadores ingleses y franceses del siglo de las luces iluminaba este plan.

Realmente se ha minimizado de manera sistemática hasta el olvido, el valor que tuvo Iturbide para nuestra nación, acusándolo, como en su tiempo lo hicieron con Napoleón, de incongruente, oportunista y advenedizo al trono. Pero suponiendo —sin conceder— que lo hubiera sido, sus servicios para nuestra patria fueron inmensamente mayores y perdurables.

lunes, febrero 22, 2016

Respeto por la escritura de la historia






Texto del siglo XVI: probanza de méritos y servicios


Es un axioma que el historiador escribe desde el presente y para lectores del presente. Este historiador está condicionado por la educación (cultura, mentalidad, valores) que ha recibido en el presente. Es muy posible que su formación demócrata choque con el entusiasmo monárquico de la gente del siglo XVII. 

Si desea ser un historiador veraz de fenómenos sociales del siglo XVII, debe aprender a pensar y a sentir como lo hacía la gente del siglo XVII. Si no está dispuesto a hacerlo, será mejor que este aprendiz de historiador se convierta en aprendiz de literato y dé vuelo a su pluma sin que acalle ni le atormenten las voces del pasado. 

Porque el historiador debe ser un intérprete fiel de las voces del pasado, del sentir de la gente del pasado. Frente a ellos, no puede tener vida propia, debe someterse a ellos, así como el médium presta su corporalidad y habilidades a los que ya se han ido, para dejarlos hablar y ser ellos mismos. El historiador es un hombre de dos mundos, entiende perfectamente el mundo del pasado para convertirse en su vocero e intérprete en el mundo presente.

Por otra parte, no basta la simple intención o disponibilidad. Un historiador es un hombre dispuesto, pero también debe ser un hombre de ciencia. Es decir, debe convertirse en un erudito sobre la parcela de conducta social, tiempo y lugar que ha escogido para su estudio. Debe entender que los hechos poseen contextos que les dan sentido en cada época y lugar. 

En otras palabras, los hechos del pasado no son tan relevantes «porque fueron», sino, más bien, por lo que significaron para sus contemporáneos. Y aquí llegamos a un punto cuya importancia no podemos minimizar: la realidad no significa nada si no hay un ser humano que la perciba, interprete y aquilate. La historia no trata de lo que ocurrió, sino de lo que le ocurrió a alguien. 

Aun así, no basta con que el historiador nos comunique sus puntos de vista en torno a los hechos del pasado; es fundamental que nos pruebe, de manera razonada e irrefutable, que lo que nos dice es lo más verosímil, de acuerdo a las fuentes de información con las que cuenta. La ingenuidad no tiene cabida en esta disciplina. 

Y si el historiador no puede llegar a certezas plenas, deberá enunciar sus conclusiones como meras hipótesis, como posibilidades, como lecturas inconclusas que hace sobre los hechos del pasado. El problema —insoluble—de los positivistas consistía en cómo eliminar la subjetividad en el proceso cognoscitivo. Consideraban que la realidad era una e independiente de los seres humanos. Historiar requería eliminar la subjetividad. 

Pero como lo hemos venido comentando, no hay percepción sin un sujeto que perciba. Lo más que puede hacer el historiador moderno es informar a la comunidad «la lectura» (percepción metodológicamente fundamentada) que como perceptor ha obtenido sobre algún hecho del pasado. 

Mientras mejor entrenado y enterado esté, mayor será la probabilidad de que pueda contribuir con nuevos conocimientos al mundo de la historia metodológicamente válida, es decir, científica. Debe conocer todo lo que se ha escrito y publicado en torno al fenómeno que estudia, pues sería absurdo que quisiera descubrir algo que ya otro descubrió.


En su modalidad actual, la escritura de la historia consiste básicamente en una disciplina interpretativa, que usa el método científico en la observación, estudio y explicación de las huellas del pasado. Pues resulta que el historiador solamente puede «ver» los hechos del pasado a través de las huellas que éstos dejaron.

domingo, febrero 14, 2016

Identidad dinámica





Hace algún tiempo reflexionaba en mi libro “El País de La Laguna” que al hablar de sociedades y de problemáticas del presente debemos tener muy claro que estas sociedades reaccionan a los estímulos y fenómenos del presente con inercias culturales, con elementos del pasado. Es decir, sería poco atinado afirmar que el presente surge del presente y responde desde el presente. 

El presente es en realidad el escenario temporal (en el tiempo) en el cual ocurre la interacción, amalgamación o confrontación de inercias sociales compartidas que van muy atrás en el tiempo y en el espacio. Sin afirmar que los contenidos culturales son inmodificables o eternos, debemos reconocer que son características de la cultura —particularmente en las áreas rurales o aisladas, y por lo tanto, conservadoras— su tendencia a la perennidad, su capacidad de reproducirse a sí misma por medio de la apropiación de las nuevas generaciones que, en sus respectivos grupos sociales, están sometidas a su estímulo y aprendizaje.

Esta reflexión sobre el presente como lugar de encuentro en el tiempo entre las mentalidades del pasado con las del presente, y su consiguiente interacción y recíproco influjo, es perfectamente aplicable al concepto de “identidad”. Podemos convenir que la identidad es una manera de creer, de ser y de actuar ante la vida compartida por un grupo o una comunidad. Se trata de rasgos culturales que son característicos de una comunidad, y por lo tanto, diferenciadores. 

Los habitantes de La Comarca Lagunera nos hemos percibido a nosotros mismos de muy diversas maneras, precisamente porque nuestra identidad se ha ido modificando a través del tiempo y de diversos contextos sociales. Nuestra identidad ha sido dinámica. En el Censo de Parras y su jurisdicción en 1825, el alcalde Mijares realizó un ejercicio descriptivo del carácter de las gentes que habitaban el “país” o comarca, y percibió una identidad que nos diferenciaba de las características culturales de las gentes de otros lugares de la República. Su origen foráneo le ayudó a ver con más claridad y contraste.

Durante el último tercio del siglo diecinueve llegó el momento histórico en que esta toma de consciencia de la propia identidad se manifestó de una manera política, como nos lo refiere el periódico “La Bandera de Juárez” en su edición del 12 de mayo de 1873, página 2, en la cual menciona que el Sexto Congreso Constitucional iba a cerrar sus sesiones sin haberle dado trámite a las solicitudes de algunos peticionarios. Menciona el caso concreto de los laguneros que buscaban la creación de una entidad federativa: “los pueblos de la Laguna en los Estados de Durango y Coahuila, se alborotan, para exigir con las armas la creación de un Estado”.

Sin embargo, la desmembración del antiguo territorio del País de La Laguna en nuevos municipios fue fragmentando poco a poco la consciencia y la solidez de la vieja identidad regional. Lugares como Torreón recibieron el impacto de la migración nacional y extranjera, de suerte que la mentalidad regional comenzó a reconfigurarse con nuevos elementos culturales. 

Y ni qué decir del impacto tecnológico de los medios masivos mexicanos y extranjeros en la región, principalmente en las zonas urbanas laguneras. Aunque sobreviven algunos rasgos culturales como la apertura al cambio y el valor del trabajo como elemento generador de riqueza, la nuestra es una identidad cambiante, y me temo que no necesariamente para bien.


Tres próceres de la Fuente



Los descendientes del capitán Domingo de la Fuente y Da. Francisca Martínez Guajardo fueron muchos, ya que esta familia de origen saltillense, cuyos inicios se ubican a finales del siglo XVI y principios del XVII, se multiplicó y extendió por Nuevo León, Coahuila, Texas y otras entidades federativas de México y de los Estados Unidos.

Hoy quiero mencionar a tres de sus miembros, que fueron y son parte de la historia nacional, así como de las de Coahuila y de Nuevo León. 


Lic. Juan Antonio de la Fuente


El primero, el saltillense licenciado Juan Antonio de la Fuente, diputado de Coahuila; diputado constituyente de 1857; Ministro de Hacienda; Ministro de Justicia e Instrucción Pública; Ministro de Gobernación y Ministro de Relaciones Exteriores de la República Mexicana; Ministro Plenipotenciario de México cerca de Napoleón III. Muchos aspectos de su vida son bastante conocidos. 

Hay uno en particular que no creo que sea muy conocido: su sentido de nacionalismo, que le llevó a enfrentarse con el gobierno de Benito Juárez por razón del tratado Mc Lane-Ocampo. 

El dato lo refiere nada menos que el New York Times del 21 de diciembre de 1859, y comenta las entrevistas del señor Robert Mc Lane con el licenciado Juan Antonio de la Fuente y con otros miembros del gabinete Juarista. El tratado que se trataba de lograr, implicaba la cesión de libre tránsito a los estadounidenses a través de ciertas rutas en México: de Guaymas a Nogales, en Sonora, libertad de impuestos y derecho de paso a los estadounidenses a través del Istmo de Tehuantepec, y derecho de paso desde Mazatlán, Sinaloa,  Monterrey, Nuevo León  y Matamoros, Tamaulipas (de costa a costa). Todo para beneficio de los Estados Unidos y de manera perpetua, por supuesto, todo a cambio de cuatro millones de pesos que necesitaba Juárez para vencer a sus enemigos, los conservadores mexicanos. Por supuesto que el licenciado Juan Antonio de la Fuente, que entonces fungía como Ministro de Relaciones Exteriores, consideró que la firma de dicho tratado lesionaría la  soberanía nacional y se negó a ser parte del asunto. Veamos qué nos dice el New York Times al respecto (traducción mía): 




"El día 25 del pasado, el señor Mc Lane desembarcó y asumió nuevamente sus relaciones oficiales cerca de este gobierno [El de Benito Juárez]. Después de varias entrevistas entre el señor Mc Lane y el señor Fuente, Ministro de Relaciones Exteriores, éste último renunció a sus cargos de Ministro de Relaciones Exteriores y de Ministro de Hacienda, cargos de los cuales era titular,  Juárez y Ocampo lo forzaron a renunciar el primero de ellos, y los amigos de Lerdo [de Tejada] el último. Fuente se rehusó a aceptar el tratado Mc Lane, afirmando que él no endosaría la soberanía de México para ponerla en manos de los Estados Unidos, ya que el tratado era el medio para que ese país lo lograra. Pero este "moderado" quien [preferiría] ver a su país aniquilado antes que darle a los "pacíficos" americanos siquiera una oportunidad, afortunadamente ya está fuera de la escena [política], y las probabilidades [de firmar el tratado] son brillantes". 

Por supuesto que contrariar a Juárez, incluso por justas razones de nacionalismo o patriotismo, era dejar de brillar en la escena política nacional. Hoy solamente una medalla que la Universidad de Coahuila otorga a los estudiantes distinguidos, lleva su nombre, cuando en realidad debería de existir una a la altura de la medalla Belisario Domínguez, como una manera de honrar el espíritu patriótico y nacionalista de los beneméritos de la República Mexicana. 

Otro miembro de esta familia de la Fuente de Saltillo fue el general Gilberto de la Fuente Brondo, nacido en Monterrey, Nuevo León, el 4 de febrero de 1871, y bautizado en el templo de "La Purísima" ahí mismo el 11 de febrero ese año. Era hijo de Andrés de la Fuente Flores y de Dolores Brondo Martínez, y nieto de Joaquín de la Fuente y Flores de Abrego y de Ma. Trinidad Flores de Abrego, ambos de Saltillo.

Realizó estudios de medicina en el Hospital "José Eleuterío González" de Monterrey y posteriormente en el Colegio Militar. Recibió su título en el año de 1897. Como muchos de sus compañeros, perteneció al Club Politico Antirreeleccionista. 

Tomó parte como médico militar en las campañas maderista y constitucionalista, en donde se le concedió el grado de Coronel. De Nuevo León, pasó a prestar sus servicios en el Estado de Puebla, en donde se hizo estimar por su espíritu humanitario. 

Se encontraba en el Estado de Puebla, cuando don Vensutiano Carranza convocó a elecciones para el Congreso Constituyente, y los vecinos de la población de Huauchinango lo eligieron, por unanimidad, su representante en aquella histórica asamblea. 


D. Venustiano Carranza y el Dr. Gilberto de la Fuente Brondo


El Dr. Gilberto de la Fuente Brondo fue ascendido a general, fue director del Hospital Juárez de la ciudad de México y regidor de la misma ciudad. Casó con la señorita de origen italiano Petra Panzi, y sus hijos hicieron carrera en la Sorbona de París. 

Estudio del general Gilberto de la Fuente


El tercer miembro de esta familia al que quiero mencionar era otro militar, el coronel Fernando Villarreal de la Fuente, quien era sobrino del general Gilberto de la Fuente Brondo, ya que era hijo de la señora Concepción de la Fuente Brondo (hermana de Gilberto) y de Nicolás Villarreal. Este militar era el comandante de la plaza militar de Parras de la Fuente (apellidada así en honor de su pariente, el Lic. Juan Antonio de la Fuente). 

Si la guerra civil cristera fue una tragedia para nuestro país, también lo fue para la familia del coronel Fernando Villarreal, ya que él resultó ser uno de los mártires de dicha guerra, por el lado de las fuerzas gubernamentales. Gran amigo del padre jesuita David Maduro, le advirtió de buena manera que a él, como comandante militar, se le exigía el cierre de todas las iglesias, incluida la del Colegio de San Ignacio de Loyola. 

El 13 de febrero de 1929 acudió a la Iglesia del Colegio por la misma razón. Le comentó al padre Maduro que ese mismo día tendría que cerrar la iglesia, ya no podría haber demora. El padre le aseguró que lo haría, y que lo esperara afuera. 

Cuando el coronel Fernando Villarreal salía del templo, fue balaceado desde el interior del templo y por la espalda. Al parecer nunca se aclaró si el padre Maduro había sido el autor del atentado, u otro católico inflamado de celo cristero. El hecho es que ahí encontró su fin el coronel Villarreal de la Fuente. 

Su hermana, Consuelo Villarreal de la Fuente, enlazó por matrimonio con la familia de Venustiano Carranza, el varón de Cuatro Ciénegas. 


lunes, febrero 08, 2016

Elogio de la fortaleza



En sus bodas de oro matrimoniales

El pasado 23 de enero, a las dos de la mañana, falleció la señora María Concepción Páez Martínez, madre de este cronista oficial. Contaba con 93 años de edad, los cuales vivió con una salud a toda prueba, salvo el último, en que algunas complicaciones de una fractura de cadera terminaron con su vida. 

Mi madre siempre fue una de esas personas que por naturaleza poseen belleza, un porte distinguido y sentido de la propia dignidad, sin afectación alguna y sin hacer menosprecio de nadie. Nació en la ciudad de San Luis Potosí el 7 de junio de 1922. 

Por su padre, D. Antonio Páez Sánchez y su abuelo paterno, D. Rafael Páez Saavedra, mi madre procedía de una antigua familia de terratenientes y militares de Guatemala, los Páez-Monteseros. La familia de su madre era propietaria, desde el siglo XVIII, de la gran hacienda e ingenio de las Tuzas, en Alaquines, San Luis Potosí, siendo sus ancestros los Martínez-Saldierna y Moctezuma.

La revolución y el reparto agrario cambiaron la suerte de su familia inmediata. Hubieron de migrar a Torreón a finales de los años treinta con el objeto de obtener mejores condiciones de vida, ya tan mermadas por los cambios revolucionarios y sociales de la época. Aquí en Torreón conoció al que habría de ser mi padre, don Félix Edmundo Corona de la Fuente, ingeniero originario de Monterrey y de familias norteñas de siglos de antigüedad. 

Luego de tratarse por un tiempo, unieron sus destinos y formaron una familia de cinco hijos: Enrique Edmundo, Félix Edmundo, Elba Olimpia (que reside en la Ciudad de México), Sergio Antonio y María Concepción [Gabriela] Corona Páez.

Mi madre siempre fue una persona con la fortaleza de un roble y una voluntad férrea. De ella aprendí el valor de la constancia, de la disciplina, del no quebrarse jamás ante la adversidad. Poseía un alma de guerrero samurái. Solía decir que educaba a sus hijos para que triunfaran en la vida, y si al final la amaban, sería ganancia. Pero la prioridad era formarlos para triunfar. 

Mi madre quedó viuda el 30 de abril de 1999, después de más de 50 años de matrimonio, y de varios más de cuidar a mi padre enfermo. Viuda, se dedicó como siempre a su hogar, ya que como mujer muy independiente, nunca quiso vivir en casa de ninguno de sus hijos. Cuidar sus mascotas, mirar programas televisivos de interés (fue ella quien me despertó el gusto por la historia), recibir a hijos y nietos, salir al cine o al café, hacer sus compras, siempre con ese gran sentido de independencia personal. 

Su muerte fue como su vida: estoica, fuerte, sin quejas. De cara al final, frente a frente, como el navegante que emprende viaje a sabiendas de que jamás volverá, y sin embargo, confiado en descubrir nuevos y maravillosos mundos. Y en su caso, por fin, al lado de mi padre.