Texto del siglo XVI: probanza de méritos y servicios
Es un axioma que el historiador
escribe desde el presente y para lectores del presente. Este historiador está
condicionado por la educación (cultura, mentalidad, valores) que ha recibido en
el presente. Es muy posible que su formación demócrata choque con el entusiasmo
monárquico de la gente del siglo XVII.
Si desea ser un historiador veraz de
fenómenos sociales del siglo XVII, debe aprender a pensar y a sentir como lo
hacía la gente del siglo XVII. Si no está dispuesto a hacerlo, será mejor que
este aprendiz de historiador se convierta en aprendiz de literato y dé vuelo a
su pluma sin que acalle ni le atormenten las voces del pasado.
Porque el
historiador debe ser un intérprete fiel de las voces del pasado, del sentir de
la gente del pasado. Frente a ellos, no puede tener vida propia, debe someterse
a ellos, así como el médium presta su corporalidad y habilidades a los que ya
se han ido, para dejarlos hablar y ser ellos mismos. El historiador es un hombre
de dos mundos, entiende perfectamente el mundo del pasado para convertirse en
su vocero e intérprete en el mundo presente.
Por otra parte, no basta la simple
intención o disponibilidad. Un historiador es un hombre dispuesto, pero también
debe ser un hombre de ciencia. Es decir, debe convertirse en un erudito sobre
la parcela de conducta social, tiempo y lugar que ha escogido para su estudio.
Debe entender que los hechos poseen contextos que les dan sentido en cada época
y lugar.
En otras palabras, los hechos del pasado no son tan relevantes «porque
fueron», sino, más bien, por lo que significaron para sus contemporáneos. Y
aquí llegamos a un punto cuya importancia no podemos minimizar: la realidad no
significa nada si no hay un ser humano que la perciba, interprete y aquilate.
La historia no trata de lo que ocurrió, sino de lo que le ocurrió a alguien.
Aun
así, no basta con que el historiador nos comunique sus puntos de vista en torno
a los hechos del pasado; es fundamental que nos pruebe, de manera razonada e
irrefutable, que lo que nos dice es lo más verosímil, de acuerdo a las fuentes
de información con las que cuenta. La ingenuidad no tiene cabida en esta disciplina.
Y si el historiador no puede llegar a certezas plenas, deberá enunciar sus
conclusiones como meras hipótesis, como posibilidades, como lecturas
inconclusas que hace sobre los hechos del pasado. El problema —insoluble—de los
positivistas consistía en cómo eliminar la subjetividad en el proceso
cognoscitivo. Consideraban que la realidad era una e independiente de los seres
humanos. Historiar requería eliminar la subjetividad.
Pero como lo hemos venido
comentando, no hay percepción sin un sujeto que perciba. Lo más que puede hacer
el historiador moderno es informar a la comunidad «la lectura» (percepción metodológicamente
fundamentada) que como perceptor ha obtenido sobre algún hecho del pasado.
Mientras mejor entrenado y enterado esté, mayor será la probabilidad de que
pueda contribuir con nuevos conocimientos al mundo de la historia
metodológicamente válida, es decir, científica. Debe conocer todo lo que se ha
escrito y publicado en torno al fenómeno que estudia, pues sería absurdo que
quisiera descubrir algo que ya otro descubrió.
En su modalidad actual, la escritura
de la historia consiste básicamente en una disciplina interpretativa, que usa el
método científico en la observación, estudio y explicación de las huellas del pasado.
Pues resulta que el historiador solamente puede «ver» los hechos del pasado a
través de las huellas que éstos dejaron.
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