Mapa de La Laguna elaborado durante el 2o Imperio.
Colección Orozco y Berra, 3161-25
Desde
1594, los jesuitas comenzaron a explorar y a trabajar en lo que habrían de ser
sus misiones de la Nueva Vizcaya: Sinaloa, Topia, Tepehuanes y lo que en 1594
el rey Felipe II —en cuyo imperio nunca se ponía el sol— llamó “La Provincia de
La Laguna”.
Tanto el General de la Compañía de Jesús, Claudio Acquaviva
(1581-1615) como el Virrey de Nueva España, Luis de Velasco y el obispo de
Guadalajara, Fray Domingo de Alzola, O.P. se encontraban profundamente
interesados en la aculturación de los indios de esas regiones.
Se trataba de
hacerle la guerra a la barbarie, no a los bárbaros. Para ello contarían con el
apoyo de indios tlaxcaltecas que harían el doble papel de agentes de cambio,
enseñando a los aborígenes laguneros a cultivar la tierra, y también de
refuerzos milicianos para apoyar a los colonizadores europeos en su lucha
contra los ataques de apaches enemigos.
En la Provincia de La Laguna, Santa
María de las Parras, la primera reducción jesuita (concentración de aborígenes
en un solo poblado) se estableció formalmente en 1598, once años antes que la
primera misión de Paraguay. El territorio de misiones jesuitas fue dotado
legalmente de jurisdicción política ese mismo año, quedando establecida por la
corona la Alcaldía Mayor de Parras, Laguna y Río de las Nazas, tres municipios
que tenían sendas cabeceras en los pueblos de indios de Parras, San Pedro de La
Laguna, y San Juan de Casta. Esto nos permite entender que el territorio de las
misiones jesuitas, la Alcaldía Mayor y el llamado País de La Laguna, eran la
misma cosa.
Posteriormente,
en 1608, la Corona apoyó la creación de una colegio que con el tiempo fue llamado
“Colegio de San Ignacio” o “Colegio de la Compañía de Jesús” en Parras, que
vino a ser el primer establecimiento educativo que existió en lo que
actualmente conocemos como Comarca Lagunera. No es nada raro, ya que
prácticamente desde que comenzó a existir, la Compañía de Jesús consideró la
educación como un terreno privilegiado para el cumplimiento de su misión.
La
vocación magisterial de los jesuitas abarcaba no solamente la educación formal
o institucional, sino que comprendía la activa enseñanza de la manera de ser y
de pensarse como occidental (cultura, mentalidad). Y aunque los indios
aborígenes de la comarca (genéricamente conocidos como “indios laguneros”) eran
el objeto primordial de sus esfuerzos misioneros, la presencia jesuita también
impactó a la población no aborigen, como fueron los españoles e indios
mesoamericanos de Parras y La Laguna, particularmente a los tlaxcaltecas.
A
finales del siglo XVI, apenas terminada la cruenta Guerra Chichimeca, la
Corona, el obispado de Guadalajara (en la Nueva Galicia) y los jesuitas novohispanos
ponían su mirada en el norte, y particularmente en el relativamente recién
configurado Reino de la Nueva Vizcaya. Lo que este reino, gobernación o
provincia abarcaría en la actualidad serían los estados de Durango, sur de
Coahuila, Chihuahua, Sonora y Sinaloa. La Nueva Vizcaya era la “puerta” del
virreinato, justo al norte de las riquísimas minas de Zacatecas y Mazapil.
Este
reino estaba habitado por innumerables indígenas nómadas o seminómadas que
requerían de la obra civilizadora de los misioneros. Las misiones, con sus
labores de reducción y enseñanza religiosa y secular, con el apoyo de las familias
tlaxcaltecas que llegaron a Saltillo en 1591 y pasaron a Parras en 1598, los
incorporaría poco a poco a la cultura occidental.
Como
mencionamos arriba, en 1594, Felipe II permitió a los jesuitas establecer
misiones en dicho reino, en los términos siguientes: “Mis Presidente y Jueces
oficiales de la casa de la contratación de Sevilla: por esta mi cédula, he dado
licencia a Pedro de Morales, de la Compañía de Jesús, para pasar a las Provincias de Topia, Sinaloa y La
Laguna, que son en la Nueva España, y llevar diez y ocho religiosos de la dicha
Compañía”
Finalmente,
en el año de 1598, la Compañía de Jesús dio formal principio a la tarea de
occidentalizar a los indígenas de la región, al comenzar los trabajos de
reducción de los indios que habitaban la “Provincia de La Laguna” o Comarca
Lagunera. Uno de los objetivos de la llamada “reducción” sería que los indios nómadas
fueran “reducidos” o “concentrados” en pueblos y que no vivieran divididos y
separados por sierras y montes.
El término “reducción” era usado pues, con el
sentido de contractio, es decir,
contracción de los espacios demográficos, la concentración de la población de
una comarca o región en pequeños espacios urbanos o pueblos, con el objeto de
que no viviera dispersa.
Una vez concentrados en espacios urbanos nuevos, los
indios podrían ser instruidos en la agricultura y ganadería, en la fe católica
y en el sistema de gobierno municipal español. Así olvidarían sus viejas
creencias y ritos (conversio) a la
vez que aprendían a vivir “en concierto y policía”, es decir, en comunidad y en
armonía, ocupados de los asuntos de la “polis”. Dejarían de ser enemigos de la
corona española para convertirse en fieles súbditos civilizados, es decir, con
cultura de ciudad, sedentarios, y no con la vieja cultura de cazadores y
recolectores seminómadas.
Al
padre Juan Agustín de Espinoza, S.J. se le considera el introductor del
cristianismo y del culto católico, el fundador espiritual de la Comarca
Lagunera (entonces descrita como la Alcaldia Mayor de Parras, Laguna y Río de
las Nazas, es decir, de los municipios de Parras, San Pedro de La Laguna y San
Juan de Casta, en cuya jurisdicción estaba Mapimí) así como fundador del primer
colegio lagunero (San Ignacio) y primer superior de la Casa de los jesuitas en
Parras.
Se le describe como misionero incansable. Mártir (testigo) de Cristo
hasta el desprecio de su propia vida por el servicio del Evangelio. Efectivamente,
murió joven (34 años) en el cumplimiento de su ministerio. Su tumba se
encuentra bajo el altar mayor del Colegio de los jesuitas en Parras. Sin duda
practicó las virtudes cristianas en grado heroico, hasta sellar su testimonio
con la muerte.
A
la vista de las parras silvestres, los europeos introdujeron la vitis vinífera, la especie europea de la
vid, para la producción de vinos y aguardientes puros de uva. En esta región,
la tenencia de viñedos estaba permitida, y la producción, exenta de impuestos.
Tan solo el pueblo de Santa María de las Parras producía el 75% de los vinos de
la región, y el restante 25% lo compartían las haciendas de los marqueses de
Aguayo y las bodegas de San Lorenzo. Fue tan exitosa la producción, que el
mercado de estos vinos y aguardientes abarcaba desde Texas hasta el Istmo de
Tehuantepec, y según algunos historiadores, hasta Filipinas.
La
designación de “País de La Laguna” a la actual Comarca Lagunera la hace constar (entre otros) el padre
Dionisio Gutiérrez del Río, cura párroco de Parras y sus jurisdicciones en su
“Carta Informe del cura de Santa María de las Parras, José Dionisio Gutiérrez,
al obispo de Durango, Esteban Lorenzo de Tristán, con descripción y noticias de
los pueblos y parajes de la jurisdicción de Parras”, carta firmada de su puño y
letra el 31 de diciembre de 1786, conocida también como “la pequeña historia
(historeta) de La laguna”.
Esta carta tenía por objeto dar respuesta a una
serie de preguntas que en relación a las misiones, número de misioneros,
distancias y lugares solicitaba Carlos III por su Real Orden de 16 de mayo de
1786. En el texto de esta carta menciona el padre Gutiérrez que “La vulgaridad
y relación que aquí me hicieron los Jesuitas en el tiempo que los alcanzé, daba
por asentado que el motivo de haberse despoblado el País de la Laguna, o Bolsón,
de los innumerables Yndios que lo habitaban, alzándose y remontándose para lo
interior de dicho Bolsón hacia el Norte, había sido la inmatura entrega de sus
Misiones y establecimiento de Doctrineros Seculares”.
Aquí debemos notar dos
cosas: el padre Dionisio usa el término “país” en el sentido que tenía en su
tiempo, es decir, como equivalente de “región” o “comarca” y no como “nación
soberana”. Por otra parte, equipara los términos “País de La Laguna” con el de
“bolsón”, vocablo que en el siglo XVIII, significaba “cuenca hidrológica”. Así
que ambos términos se refieren en realidad a la región conformada por la laguna
o lagunas y la cuenca de los ríos que las alimentaban, el Nazas y el Buenaval
(Aguanaval). En otras palabras, nuestra actual Comarca Lagunera, que se corresponde
con la vieja “Provincia de La Laguna” o la “Alcaldía Mayor de Parras, Laguna y
Río de las Nazas”. Todos estos términos se refieren al mismo territorio.
Por
último, mencionamos el testimonio recogido por Eduardo Guerra en su Historia de
La Laguna (tercera edición, febrero de 1996, p. 374) en el informe de D.B.
Robinson, superintendente general del Ferrocarril Central Mexicano, de fecha
del 6 de enero de 1883.
En él cita las notas del ingeniero Morley (autor del
trazo de la vía) que al hablar de Villa Lerdo y su riqueza agrícola, dice a la
letra: “encontrándose colocada en lo que se conoce con el nombre del País de Las Lagunas, con motivo de
encontrarse agua en abundancia”. El ingeniero Morley da testimonio de que era
público y notorio que a la región se le conociera y llamara de esa manera
todavía en 1883.