No deja de ser algo
notable que el primero y el último de los movimientos mexicanos por la
independencia, tuvieran su origen en situaciones de carácter internacional. El
primero, el de 1808, se originó en la invasión y ocupación de España por los
franceses. Algunos regidores del ayuntamiento de la ciudad de México, como
Francisco Primo Verdad Ramos y Juan Francisco de Azcárate, aprovecharon el
momento para proponer la independencia de la Nueva España, puesto que los reyes
Carlos IV y Fernando VII se habían entregado mansamente a Napoleón Bonaparte, y
habían puesto a sus pies la corona española.
Los mencionados
regidores de la ciudad de México, que eran criollos, consideraban que en esas
circunstancias, Nueva España debería separarse de la madre patria. Por
supuesto, los españoles peninsulares residentes en México, abortaron este plan
y asesinaron a Francisco Primo Verdad mediante un pretendido suicidio. Así,
tristemente, acabó este primer movimiento independentista ( o autonomista) de
1808.
Doce años después,
se presentó una nueva coyuntura política internacional: en 1820, el coronel
Rafael del Riego, de ideología liberal, dio un golpe de estado en España, y
obligó al rey Fernando VII a jurar de nuevo la Constitución de Cádiz, que era
liberal. En virtud de lo establecido por esta constitución, se eligieron
diputados liberales a las Cortes (las cámaras legislativas) y comenzaron a
dictar leyes que amenazaban seriamente, no solamente los intereses del clero
novohispano, sino su misma existencia. La aristocracia novohispana y buena
parte del ejército consideraron que, dadas las circunstancias de La Península y
al ver en peligro sus intereses, había llegado el momento de separarse políticamente
de España.
Este último
movimiento de independencia, apoyado por obvias razones por el clero
institucional y las altas esferas de poder novohispano, como lo han indicado
Lucas Alamán y Francisco de Paula Arrangoiz, entre muchos otros historiadores,
tuvo su comienzo y su fin en 1821. Su promotor visible fue don Agustín de
Iturbide, por medio del Plan de Iguala,
proclamado el 24 de febrero de 1821. Este plan fue ratificado mediante los
Tratados de Córdoba, el 24 de agosto de 1821 por el mismo Iturbide y el último
virrey capitán general de Nueva España, don Juan de O´Donojú.
El plan surgido en
Iguala, obedecía a las necesidades del momento, y no tenía vínculos históricos
con los anteriores movimientos de Hidalgo, ni Morelos. Al igual que el de 1808,
este plan se originó también en las circunstancias internacionales
prevalecientes en sus respectivos años.
El Plan de Iguala
le garantizaba a los novohispanos tres cosas. Libertad para ejercer la religión
católica (blanco) la independencia política para lograrlo (verde) y la igualdad de derechos
para todos los mexicanos (rojo).
Para poder cumplir
la primera garantía, se requería necesariamente de la independencia política de
España. Había que garantizar esta separación para anular las amenazas de la
nueva legislación española, pues Nueva España ya no estaría más bajo el dominio
de La Península ni tendría por qué obedecer sus nuevas leyes.
Para evitar
cualquier desorden social en Nueva España al proclamar su independencia, se
garantizaba que todos sus habitantes serían iguales ante la ley, sin
esclavitud, ni distinción racial. Todos tendrían los mismos derechos, indios,
negros, españoles o criollos, y se respetarían las propiedades de todos.
Así, con este Plan
de Iguala del 24 de febrero de 1821, su bandera verde, blanca y roja, y el
reconocimiento de O´Donojú, Iturbide y los firmantes del Acta de Independencia,
se convirtieron en los fundadores del Estado Mexicano. Desde 1821, México es
una nación libre. Los colores del Plan de Iguala se convirtieron en nuestra
enseña nacional.
1 comentario:
Así, con este Plan de Iguala del 24 de febrero de 1821, su bandera verde, blanca y roja, y el reconocimiento de O´Donojú, Iturbide ideandando.es/que-fue-el-imperio-napoleonico/
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