Área de archivo del Centro de Investigaciones Históricas
de la Ibero Torreón
Aula del Centro de Investigaciones Históricas Ibero Torreón
Del concepto de
“archivo”. Algunos de nuestros lectores se preguntarán para qué puede servir un
lugar lleno de papeles viejos, quizá apolillados. Porque para muchos, un
Archivo Histórico no les merece mejor concepto que el que acabo de enunciar.
Debemos, en atención a estos buenos amigos dominicales, hacer algunas
consideraciones. Un Archivo Histórico no es un lugar a dónde van a dar los
archivos muertos que no encuentran cabida en otras dependencias u oficinas, ni
mucho menos, un basurero con estándares ecologistas. Solo los documentos con
valor histórico pueden entrar a este tipo de Archivo. De aquí surge la
pregunta: ¿y que es lo histórico? ¿en que consiste esta cualidad? En su momento lo responderemos.
Un Archivo
Histórico no tiene sentido en sí mismo, es tan solo potencialidad: un verdadero
Archivo Histórico perfecciona su naturaleza cuando es consultado por
historiadores que son capaces de hacer una lectura del pasado a partir de los
documentos albergados.
Por lo tanto, no
basta con mantener en contigüidad física los papeles viejos. El historiador no
se va a zambullir en una pila de papeles para ver que logra encontrar de
interés sobre algún azaroso tema. No, el historiador requiere de un trabajo previo de ordenación por fondos y por
fechas; requiere asimismo un trabajo previo de análisis y síntesis de cada
documento; requiere largas listas de fichas analíticas y sintéticas de cada
texto, imagen o fotografía, ordenadas por fondo y fecha. A esas largas listas
llamamos catálogos archivísticos, y constituyen
el apriori con que el historiador inicia su trabajo. Sin ellas, el
investigador de fenómenos sociales del pasado tendría que transformarse en una
especie de buzo documental, transformación de oficio que tan solo le haría
perder el tiempo y no le llevaría, finalmente, a ninguna parte.
De aquí que el
primer compromiso que se adquiere al ser constituido un Archivo Histórico, es
el de preservar los documentos, catalogarlos y difundir los catálogos. Con esta
materia prima trabajarán los historiadores.
El Centro de
Investigaciones Históricas de la Universidad Iberoamericana Torreón, institución
de educación superior que celebra actualmente sus treinta años de existencia, no
solamente difunde conocimientos, sino que los genera a través de la
investigación de los documentos de su archivo. Los difunde a través de su
propia línea editorial y de las redes de científicos sociales a nivel mundial.
De la naturaleza
del conocimiento histórico. Un documento es tan solo una “huella” del pasado.
No es el pasado en sí mismo, porque el pasado existió una sola vez, y nadie
jamás lo volverá a ver. El pasado ya no existe. Entonces, el escribir un texto
de historia equivale a proponer la mejor hipótesis que podemos plantear sobre
cómo fue el pasado, a nivel descriptivo y explicativo. La hipótesis mejor
fundamentada con pruebas será la hipótesis mejor recibida, la más aceptable.
La historia se hace
con documentos, decía el historiador francés Henri Marrou. El documento es la
“materia prima” de la cual el historiador puede inferir datos sobre el pasado.
Pero no seamos ingenuos. El documento es textualidad, con todo lo que la
naturaleza lingüística de la textualidad implica y refiere, a saber, lugar,
época, grupo social, convenciones, cultura, códigos, referentes, grafía. El texto es un mensaje de comunicación entre
emisores y receptores del pasado, con realidades que también han quedado en el
pasado. Por lo tanto, se corre el riesgo de interpretar ingenuamente, haciendo una lectura del texto desde nuestras
propias acepciones, convenciones y referentes culturales, mutilando con ello la validez, veracidad y
credibilidad de nuestra lectura.
Al citar unas
líneas del texto de Gerónimo Camargo, indio coahuileño del siglo XVIII,
ilustraré lo que quiero decir:
“Y aviéndose
juntado todos, empesó a escojer los más briosos, y los apartó y les dixo que raiando el sol, les
avían de dar en los Tenestetes”.
¿Acaso no resulta
risible este texto cuando lo interpretamos desde nuestro tiempo y cultura? Se requiere una labor de investigación y
contextualización hermenéutica para poder interpretar este texto, que realmente
quiere significar:
“Y habiéndose
juntado todos, empezó a escoger los [hombres] más briosos, y los apartó, y les
dijo que rayando el sol, habrían de
asaltar el lugar llamado “los Tenestetes” -que por cierto, es ésta una palabra
náhuatl que en el contexto funciona como toponímico y significa “canteras o
depósitos de piedra caliza-” .
Por otra parte, es
importante que no nos detengamos a ver el árbol, sino que contemplemos el
bosque en su conjunto. Como científicos sociales, debemos historiar grupos
antes que individuos. El individuo es un ser social y por lo tanto, cultural.
No surge de la nada. Interacciona desde grupos y hacia grupos. Es el grupo el
que forja al individuo, y no a la inversa.
¿Qué es lo que hace
históricos a los documentos, entonces? ¿Que den información sobre un “individuo
histórico”? ¿O sobre un “grupo histórico”?.
En realidad, el adjetivo histórico no necesariamente se aplica a lo
grande o lo trascendental. Lo histórico es todo aquello que se refiere a
fenómenos del pasado que dejaron “huellas”. Toda aquella fuente –ordinariamente
textual- que nos dé noticias del pasado, constituye una fuente o documento
histórico. Los documentos que contienen “huellas” de las sociedades del pasado
son documentos históricos. Para los investigadores de hoy en día, casi todas
aquellas realidades que fueron compartidas por grupos del pasado son dignas de
historiarse: la ropa, la casa, la privacidad, el trabajo, la cocina, la
percepción de clase o grupo social, la recepción que tuvo algún evento u obra.
Las posibilidades son infinitas.
Finalmente, no
debemos perder de vista que nuestra percepción del pasado surge a través de un
proceso de lectura textual, en el cual simplemente nos representamos una
realidad que ya no existe. Un buen libro o una película sobre la Revolución
Francesa nos crea la ilusión del pasado y nos lo hace comprensible. La historia
comparte con la literatura la narrativa, por su capacidad de crear ilusiones de
temporalidad.