Zócalo de la ciudad de México. Imagen.
Debido a la reforma de ley del 21 de diciembre de 2011, el martes pasado, por vez primera en 44 años, las banderas mexicanas ondearon a media asta. De esta manera, se reconoció oficialmente el duelo nacional por los hechos de sangre ocurridos en la ciudad de México el 2 de octubre de 1968. En vísperas de los juegos olímpicos de ese año, durante el cual nuestro país sería anfitrión, se llevó a cabo un mitin organizado por el entonces denominado “Consejo Nacional de Huelga”. En ese mitin se daba a conocer un manifiesto a la opinión pública mundial, del cual se dio copia a los reporteros internacionales que cubrían los eventos.
Se trataba del famoso “pliego petitorio” de seis puntos, y se anunció la continuación del movimiento estudiantil, hasta que se lograra la justa solución a las demandas. Este movimiento, que buscaba transparencia y apertura democrática de las autoridades mexicanas de la época, se enmarcaba en un contexto internacional mucho más amplio. Fernand Braudel lo llamó “revolución cultural de 1968”. Este fenómeno logró llamar la atención mundial en Praga (Checoslovaquia), Francia, Estados Unidos y en el México preolímpico.
El pliego petitorio era de carácter netamente local, y tenía que ver con los acontecimientos ocurridos en la ciudad de México desde el 22 de julio de 1968. Sin embargo, se trataba de una demanda popular que, de ser escuchada y atendida, resquebrajaría la imagen de poder autocrático que manejaba el entonces presidente Díaz Ordaz.
Los puntos cuya atención se exigía, eran los siguientes: 1.- Libertad a todos los presos políticos (estudiantes y/o maestros); 2.- Derogación del artículo 145 del Código Penal Federal (que definía los delitos de carácter político); 3.- Desaparición del cuerpo de granaderos; 4.- Destitución de los jefes policíacos; 5.- Indemnización a los familiares de todos los muertos y heridos desde el inicio del conflicto; 6.- Deslindamiento de responsabilidades de los funcionarios culpables de los hechos sangrientos.
En ese mismo mitin, los casi mil estudiantes que se encontraban reunidos, anunciaron que ese mismo miércoles dos de octubre, por la tarde, realizarían un mitin en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlaltelolco. Una vez realizado, marcharían hacia el casco de Santo Tomás, del Instituto Politécnico Nacional, en donde se rendiría homenaje póstumo a los estudiantes muertos durante los deplorables sucesos de la noche del 23 de septiembre. Apenas el día anterior, el ejército se había retirado de las instalaciones educativas.
En esa marcha hacia Tlaltelolco participaron estudiantes, amas de casa, obreros, intelectuales, niños, profesionistas y se puede decir que todos los sectores de la sociedad mexicana se encontraban representados, pues el movimiento estudiantil había captado las simpatías y el respeto de los habitantes de la ciudad de México, y había polarizado fuertemente a la población.
Lo que sucedió durante el mitin de la Plaza de las Tres Culturas es demasiado conocido como para describirlo nuevamente. Se trató de un crimen de lesa humanidad en contra de ciudadanos mexicanos que se manifestaban pacíficamente, como lo harían en cualquier país civilizado.
Por 44 años, la sociedad mexicana no se permitió olvidar el agravio. De alguna manera, las inquietudes juveniles surgidas durante este año electoral, las cuales buscaban una reforma sustancial y no puramente cosmética de la estructura del poder en México (los jóvenes idealistas son apasionados), son herederas de aquéllas de 1968. Como fuentes de renovación cívica, estas voces serán valiosas en la medida en que se mantengan las actitudes de dialogo, de apartidismo, y de alejamiento de toda manipulación.