Garabato antiguo
Una de las maneras más interesantes y apasionantes para conocer la mentalidad y la vida cotidiana de las sociedades del pasado se aborda a través del concepto de “cultura material”. Con este nombre podemos denominar todos aquellos aspectos tangibles que hacen referencia a las necesidades de una sociedad dada, en cierto lugar y momento de la historia. Desde luego, la manera como se resuelvan las necesidades, e incluso el concepto mismo de “necesidad”, depende de la sociedad, lugar y época de que se trate. Las necesidades también son históricas, cambian, no son inmutables y eternas.
En la Comarca Lagunera urbana y suburbana de principios del siglo XXI, el televisor es un artefacto con el que los comarcanos resolvemos ciertas necesidades (necesidades impensables, por inexistentes, para los laguneros del siglo XVIII), como son las siguientes: información instantánea (noticieros en vivo), infor-mación científica o divulgativa (documentales), entretenimiento (futbol; videoclips; telenovelas, películas, música); entretenimiento y/o identidad regionales (nuestro equipo de fútbol contra sus pares del país o del extranjero), identidad nacional, incluso la necesidad de saber qué áreas de la ciudad padecen violencia.
En la Comarca Lagunera, como en muchas otras regiones del mundo, la existencia de un gran número de artefactos electrónicos a los cuales llamamos televisores, nos remite a las implicaciones sociales de la posesión y uso de tales artefactos. Existe una también una gran audiencia receptora. Este fenómeno nos indica que en nuestros días es posible —gracias al mejoramiento en las condiciones laborales, y por lo tanto económicas— contar con tiempo libre para el entretenimiento.
De acuerdo a las necesidades propias de la clase social y dependiendo del ingreso, es posible generar excedentes para adquirir uno o varios de estos artefactos. El telerreceptor supone además la existencia de la energía eléctrica —relativamente económica— distribuida de manera eficiente a los hogares o sitios de trabajo. La invención y posesión del televisor supone la existencia de verdaderas cadenas de innovaciones como los bulbos, transistores, chips y microchips.
En pocas palabras, un simple artefacto —cualquiera que éste sea— supone toda una cultura que le da origen, uso y sentido. Se sitúa en una sociedad, en una época, incluso en una determinada percepción de la noción misma de necesidad. Al volver a nuestro ejemplo, diremos que en la Comarca Lagunera del siglo XVIII, el televisor y la televisión era impensables porque no habían surgido las condiciones económicas, sociales, tecnológicas ni ideológicas que crearon la necesidad de su invención y que le dieron sentido como innovación en el siglo XX.
En cambio, hay artefactos que se usaron en nuestra Región en otras épocas, cuyo uso era muy congruente con su propio tiempo y circunstancias. Un caso típico es el “garabato”, es decir, la jaula, canastilla o gancho en el que se colgaba la carne fresca o seca y también los embutidos. En nuestros días resolvemos esa necesidad —que se reduce a la conservación en buen estado de los alimentos— con el refrigerador, el congelador y la química. Sin embargo, en el siglo XVIII la necesidad que mantenía en uso al garabato era la protección, más que la conservación. Es decir, la carne seca y los embutidos ya estaban tratados para que duraran algún tiempo sin descomponerse (con las técnicas del deshidratado, conservación en salmuera, vinagres, escabeches, ahumados, etc).
La verdadera necesidad en aquel tiempo consistía en que esos alimentos debían ser protegidos de ratones, gatos, perros u otros animales. El garabato nos habla de condiciones de ruralidad, de familias que convivían o interactuaban en un mismo entorno espacial con animales “domésticos” tales como ratas y ratones. La higiene como práctica urbana de asepsia cotidiana —es decir, nuestro concepto de higiene— todavía no existía. El exterminio de estos “bichos” —ratas y ratones— no era percibido como una necesidad apremiante. Su existencia y contigüidad eran algo tan cotidiano en el mundo rural, que ni los señores ni las señoras o señoritas se histerizaban o desmayaban ante su vista o presencia.
La reacción individual ante esos animales estaba y está determinada socialmente, se aprende. La proliferación —no la presencia— de ratas y ratones se resolvía por medio de la convivencia estrecha y cotidiana del ser humano con otro animal que era apreciado por su utilidad, más que por su compañía: el gato. Un gato o dos podían ahuyentar a los roedores y controlar su abundancia. Pero entonces surgía una nueva situación: había que preservar carnes y embutidos de la amenaza del gato. Había que estar, literalmente, “con un ojo al gato y otro al garabato”.
Así, cualquier artefacto nos puede contar una interesante historia sobre el uso que una sociedad le asigna, la necesidad que resuelve, la percepción de la necesidad en sí misma, la ideología que le sustenta, o el sentido que cobra en las circunstancias sociales, espaciales y temporales que le dieron origen.
Si se tienen presentes estos conceptos al estudiar un moderno catálogo de ventas o un inventario de bienes de la era virreinal, la simple e intrascendente percepción acrítica de objetos se puede convertir en un interesantísimo ejercicio de descripción, análisis y explicación de los usos, valores, costumbres y mentalidad de una sociedad, una clase social, un lugar y una época. Sería el estudio de la sociedad a partir de sus artefactos, aunque de éstos subsista solamente el testimonio documental.