El ámbito de las leyendas regionales resulta del mayor interés para los estudios de mentalidad. Muchas de estas leyendas tienen su origen en acontecimientos inexplicables ocurridos a personas bien conocidas en su comunidad. Por la evidente sobrenaturalidad con que las sociedades perciben estos acontecimientos extraños, y porque la comunidad no los puede explicar de otra manera, se les dota de intencionalidad. Son signos, son presagios, son comunicaciones del mundo de los espíritus que ocurren para corregir una conducta y dejar una enseñanza.
Un caso como el descrito es el que le sucedió en los años treinta al joven Julián Moreno Camacho, quien a sus 18 años era muy trabajador, “bailador empedernido” y “muy amiguero”. Agraciado y muy afortunado con las jóvenes, todos los fines de semana los dedicaba a bailar, y si había manera, también bailaba entre semana.
En cierta ocasión, un sábado, sin haber bailes a la vista, Julián se fue a platicar a las vías del tren que va hacia Durango, con uno de sus muchos amigos. A lo lejos, como procedente del Cañón del Huarache, se oía música como de baile. Avanzaron hacia ese punto por la vía del tren, y al poco rato se encontraron con una mujer vestida de blanco, cubierta su cabeza por una mantilla de encaje.
Julián alcanzó corriendo a la dama, quien, al ser interrogada por su destino, dijo que iba a un baile, pero que no sabía el lugar exacto. Ambos siguieron caminando en dirección de la música, y de pronto la misteriosa dama le propuso al joven apartarse del lugar para dedicarse a “otro tipo de entretenimiento” mucho más íntimo.
Julián, que amaba el baile con pasión, le dijo que primero se fueran a bailar, lo cual hicieron hasta que acabó la fiesta y salieron ellos al último. Se dirigieron a despoblado, donde ahora está la colonia Guadalupe. En un momento dado, Julián tomó a la dama por la cintura, y notó lo frío de su cuerpo, y su extrema delgadez. Ella seguía incitándolo.
Finalmente, Julián la recostó contra las piedras de un cerro y levantó su velo, para besarla. Con indecible horror, el joven encontró, no la hermosa cara de una mujer, sino la cabeza yerta de un caballo. Presa del más profundo pánico, corrió como loco hasta llegar a la calle primera de La Constancia.
La enseñanza del suceso es bastante clara, de acuerdo a la moralidad urbana o semi-rural de los años treintas en Torreón: el apego desordenado a “los placeres” abre las puertas a lo sobrenatural, que se manifiesta para “escarmentar” al “pecador”.
¿Cómo sabemos que ésta fue la interpretación que se le dio al suceso? Pues porque el relato concluye diciendo que este joven “juró que jamás volvería a andar de bailador y enamorado”.
Y para mayor seña biográfica, el relato indica que “El señor Moreno se fue a trabajar al Paso, Texas, hace muchos años, allá se casó con María y actualmente reside en aquella ciudad en compañía de ella, su hija y tres nietos”.
La relación de este caso se encuentra depositada en el Archivo del Centro de Investigaciones Históricas de la UIA-Torreón, Fondo María del Carmen Gómez de Cedillo, caja 7, carpeta 24, expediente 6, documento 4, en dos fojas.
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