El cáncer es una enfermedad causada por la corrupción de algunas células, las cuales, como si tuvieran voluntad propia, “deciden” trabajar por su cuenta y para su beneficio, devorando el organismo del cual formaron una vez parte. Así, comienzan a actuar en egoísta rebeldía al plan armónico general que las regulaba.
Cuando el cáncer está bien localizado, es posible combatirlo con quimio o radioterapia, con ciertas posibilidades de éxito. Pero una vez que hay “metástasis”, es decir, dispersión de células cancerosas, las cosas se complican de tal manera que la muerte es no solamente una posibilidad, sino una probabilidad.
La corrupción de valores y costumbres en un país como México, ha funcionado exactamente igual. Determinadas personas anteponen su interés y beneficio propio, al del conjunto de la población, incluso mediante la violación del derecho, comprando voluntades y creando complicidades. El plan original que contemplaba el beneficio de los miembros de toda una sociedad mediante la honradez y la justicia en la distribución de la riqueza nacional, queda así vulnerado.
La metástasis de la corrupción se crea mediante la formación de esas redes de complicidades. Nuestra sociedad se ve cada vez más infectada con individuos voraces que buscan su propio beneficio a costa del beneficio social. Los distintos estratos de nuestro país, y particularmente el gubernamental, comienzan a llenarse de tumores malignos, donde individuos o grupos corruptos literalmente “se comen” los recursos vitales de toda una población.
Sin embargo, hasta el cáncer tiene un final. Cuando las células cancerosas acaban con los recursos vitales del cuerpo, éste muere. Y al final, mueren las células cancerosas porque agotaron al cuerpo del cual se alimentaban.
Entonces, ¿Será el colapso final de todo un país el único recurso posible para acabar con la corrupción? ¿Debemos esperar a que se muera el perro para que se acabe la rabia?
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