Escudo de Torreón

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viernes, agosto 12, 2016

La omnipresente corrupción







Por lo general, cuando hablamos de corrupción, la referimos a los sectores oficiales de nuestro país. Pero rara vez pensamos que se trata de conductas y actitudes compartidas por toda la sociedad mexicana.

La cultura de la corrupción ya coqueteaba con los mexicanos cuando el general Obregón, luego presidente de la República, declaró de manera cínica que “nadie aguantaba un cañonazo de 50 mil pesos”.

¿Que cabía esperar, pues, de los ciudadanos comunes? El término “corruptio” denomina tanto el estado como el proceso de descomposición, de putrefacción. La corrupción es un proceso que afecta a un cuerpo, antes sano, y lo convierte en un amasijo de tejidos podridos.

La metáfora, aplicada a nuestro país, implica que un cuerpo social de sanas costumbres se transforma en algo sucio y maloliente, como si padeciera una terrible gangrena.

Un cuerpo social saludable implica el ejercicio de las garantías individuales, del pleno estado de derecho y de la equidad de los ciudadanos ante la ley. Así de simple. 

Una sociedad sana será aquélla en la cual, todos sus miembros gocen los beneficios de una economía sana en base a un estado real de derecho y no ficticio, un estado de derecho que vele por el bienestar de toda la sociedad y no solamente de algunos sectores privilegiados. Un estado que impida la corrupción, que castigue a los ladrones de cuello blanco y a los defraudadores, desde el presidente hasta el último de los ciudadanos.

Pero sabemos que los mexicanos somos alérgicos a la legalidad y al concepto de equidad. Todos queremos ser tratados de manera especial y ventajosa, por encima de los derechos de los demás. Y para ello, hacemos trampa. Los casos de corrupción pueden y suelen ocurrir, lo mismo entre las grandes constructoras que entre la fila de clientes de un banco o una tortillería. La corrupción implica “atajos” u “oportunidades” que violentan los derechos de terceros.

En el mundo del deporte olímpico, es muy posible que las personas que asistan a la competencia internacional no sean precisamente las mejor dotadas o entrenadas, sino las que tuvieron “palanca” para conseguir apoyo oficial. Otros van por su cuenta, sin subsidio alguno. 

La cultura de la equidad implica que todos los deportistas tengan el mismo derecho a recibir los apoyos para su preparación y entrenamiento, y para ser considerados candidatos a viajar. Pero entonces, la medida para seleccionarlos sería el mérito: el que desarrolle más y mejor, sería el seleccionado. Así sucede en países que destacan deportivamente. Participan los mejores deportistas. Por experiencia histórica, sabemos que en México no ocurre así.


La verdadera tragedia es que, como nación, México ha optado, no por el mérito, sino por la maña. Esto es lo que implica la cultura de la corrupción. Un porcentaje significativo de los empleos, sea en el mundo de la política, la empresa, las artes, la cultura, los medios de comunicación, el clero, e incluso la ciencia, no se han otorgado a personas que llegaron ahí por sus propios méritos y capacidades profesionales, sino más bien, por su habilidad para simular, adular, tranzar, e incluso, para venderse.

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