Orejones de fruta deshidratada
Una de las características distintivas del
proceso de poblamiento relativamente reciente (finales del siglo XIX y
principios del XX) de las ciudades de la zona metropolitana, particularmente de
la ciudad de Torreón, ha sido su pluralidad étnica que se tradujo en un
cosmopolitismo aún presente en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana.
Quizá de manera particular, en la alimentación.
Al ir de compras, lo hacemos en
establecimientos cuyos orígenes están ligados al esfuerzo de inmigrantes
primigenios cuyos descendientes conocemos, tratamos y apreciamos. Mexicanos,
españoles, chinos, franceses, palestinos, libaneses, alemanes —la lista de
nacionalidades y etnias sería larga y variada—, todos ellos crearon comercio,
trabajo, fuentes de riqueza para nuestra sociedad y, sobre todo, un estilo de
vida particularmente perceptible para los fuereños que residen algún tiempo
entre nosotros.
Cuando consumimos dulces de leche o vinos y
destilados de uva regionales, jocoque fresco o seco, paella, pan árabe, fabada,
hojas de parra, comida china cantonesa, tan apreciada en la Región, o postres
como los dedos de novia, pocas veces somos conscientes de la naturalidad con
que hemos incorporado a nuestra dieta diaria alimentos de tan variado origen y
presencia. Pero no siempre fue así.
Los habitantes del País de La Laguna
contaban con otra clase de dieta cotidiana. ¿Qué productos comestibles se
podían conseguir hacia 1780 en una tienda de abarrotes comarcana? Los
inventarios de la época nos lo muestran: harina de trigo, arroz, azúcar,
manteca de puerco (para freír, para incorporar al pan o para servir de
combustible barato para lámparas), camarón seco, cacao de Caracas y de Maracay
(Venezuela), pimienta, azafrán, frijol, anís, chile.
Cacao
Algunas de estas
provisiones llegaban de Venezuela o de España, otras procedían de Veracruz, de
Puebla o de Michoacán a través del Camino Real de la Tierra Adentro, que
vadeaba el Nazas en el Presidio del Pasaje y Cinco Señores (ambos en La Laguna
de Durango).
Azafrán
Los diezmos que se pagaban al obispado de Durango nos permiten
conocer la producción alimentaria del País de La Laguna: vinos y aguardientes
de uva, trigo, maíz, frijol, chile, cebada, higo, nuez, manzana, ajo, lenteja y
garbanzo. Se consumía carne de ganado menor, principalmente, de carnero, muy
abundante por los rebaños de los marqueses de Aguayo y los condes de San Pedro
del Álamo. La carne de ave o de bovinos era relativamente poco consumida.
Entre
las manufacturas alimenticias de la época, además de los vinos y aguardientes,
se encontraban ciertos dulces, como la llamada “torta higo” que era una especie
de pastel confeccionado en molde y sometido a presión y cuyos ingredientes eran
higos, nueces, pasas, canela, ajonjolí y colación. Esta misma “torta higo”
tenía otro uso, además del consumo como golosina: se ponía a macerar en
aguardiente de uva, para producir un licor típico regional muy apreciado, el
“aguardiente torta higo”. Es decir, un orujo de higo, nuez, pasas y canela.
Versión contemporánea de la torta de higo
Las
frutas producidas en la región se deshidrataban en armazones de “quiote” para
producir los famosos “orejones”. Los tocinos y jamones los introducían en la
Comarca desde la Nueva Galicia (Jalisco, Michoacán). Es de llamar la atención
que, al parecer, en La Laguna no se criaban cerdos.
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