En días pasados, diversas organizaciones
no gubernamentales de carácter internacional han denunciado a nuestro país como
una nación con una crisis humanitaria. La Comisión de Derechos Humanos de la
ONU y Human Rights Watch así lo han hecho. Diputados del Parlamento Europeo han
llegado a la misma conclusión. Incluso
el papa Francisco, enterado por los informes de los obispos mexicanos, menciona
un hipotético e indeseable proceso de “mexicanización” para la Argentina. De
esta manera, México se convierte en paradigma del estado fallido, en gran
medida gobernado por narcopolíticos, tiranizado por los grupos de poder a costa
de los derechos humanos. Es una verdadera tragedia que un país como el nuestro,
llamado a ser grande tanto por su historia y su población como por sus
recursos, se haya convertido en una nación de dudosa categoría.
La cultura de la corrupción y de la
impunidad se han instalado a niveles alarmantes desde que cierto general
revolucionario, luego presidente de la República, declaró de manera descarada
que “nadie aguantaba un cañonazo de 50 mil pesos”. Con esa actitud, lo único
que hacía era reconocer que había una cultura de la corrupción, y que él, uno
de los políticos de mayor rango en México, se sumaba a ella y la promovía de
manera cínica.
¿Que cabía esperar, pues, de los
ciudadanos comunes? El término “corruptio” denomina tanto el estado como el
proceso de descomposición, de putrefacción. La corrupción es un proceso que
afecta a un cuerpo, antes sano, y lo convierte en un amasijo de tejidos
podridos. La metáfora, aplicada a nuestra nación, implica que un cuerpo social
de sanas costumbres se transforma en algo sucio y maloliente, como si padeciera
una terrible gangrena. Fue exactamente a ese proceso al que el papa Francisco
llamó “mexicanización”.
Un cuerpo social saludable implica la
existencia real y cotidiana del estado de derecho, del principio de equidad y
del castigo del delito. Cero impunidad. Así de simple. Una sociedad sana será
aquélla donde todos sus miembros tengan las mismas oportunidades de seguridad y
bienestar con base en un estado de derecho real y no puramente retórico,
demagógico, ficticio.
Pero sabemos que una parte muy
significativa de los mexicanos es verdaderamente alérgica a la legalidad y al
concepto de equidad. Quisiera ser tratada de manera especial y ventajosa, por
encima de los derechos de los demás. Hacer cosas que atentan contra la justicia
y a la vez, evitar sanciones. Y para ello, hace trampa. Los casos de impune
corrupción pueden y suelen ocurrir, lo mismo entre las grandes constructoras
que entre la fila de clientes de un banco o una tortillería. La corrupción
implica “atajos” u “oportunidades” y ejercicios de poder que violentan los
derechos de terceros.
La verdadera tragedia es que, como
nación, México ha optado no por el ejercicio de la justicia, sino por el
amañamiento y las inconfesables complicidades del poder político y económico a
costa del bien de los ciudadanos. Esto es la “mexicanización”.
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