"Inmaculada" traída por los jesuitas. Siglos XVI o XVII
En 1594, el
rey Felipe II de España autorizó a los jesuitas a fundar misiones en lo que
entonces se conocía como “Provincia de La Laguna” o “País de La Laguna”, es
decir, nuestra Comarca Lagunera de Coahuila y Durango. La primera misión se
fundó en Parras en 1598, y desde ahí comenzaron los esfuerzos de los religiosos
para occidentalizar y cristianizar a los aborígenes laguneros. Una crónica
jesuita (Carta Annua) de 1622, muestra la visión que del avance cristianizador
tenían los religiosos en esas fechas. Con el objeto de hacer accesible su
contenido a los lectores, hago a continuación una paráfrasis:
Son estos laguneros gente enemiga de crear
poblados, son cazadores en los montes y pescadores en las lagunas, lugares en que
por estar tan lejos, sus ministros idolatran y viven cometiendo graves ofensas
a Nuestro Señor, viviendo en total libertad sin oír misa, comiendo carne en
días prohibidos. Viven sin doctrina ni sacramento, y en ocasión de las fiestas
religiosas vienen los indios de las sierras y se confiesan bien.
Muchos
paganos, sabiendo de los suyos ya cristianos y su trato familiar de estas
haciendas agrícolas y ganaderas, bajan de las serranías de Coahuila y se
avecindan. Este año de 1622 bajaron dos grupos de Coahuila (entonces, el norte
de Coahuila) y nos ofrecen sus niños para que los bauticemos, demostrando su
simpatía por la Compañía de Jesús, por encima de religiosos y clérigos de otras
órdenes. Y aunque bilingües en castellano y náhuatl —los caciques y capitanes
las entienden cuando en ellas se les habla— es tanto el amor que tienen a sus
tierras de origen que, aunque se están en este Valle de Parras 6 o 7 meses,
vuelven a sus poblados y tornan a bajar puntualmente el año siguiente.
Creen
que hay un solo Dios, y saben que es pecado robar, adulterar y aún fornicar, y
nunca se acercan a mujer si no es para tenerla como cónyuge legítima hasta la
muerte. No asesinan ni se dañan. No son agresivos sino mansos y muy buenos
trabajadores. Son tan observadores que aprenden a regar y podar con una sola
vez que lo vean hacer, y algunos de los niños que se quedan entre nosotros los
jesuitas aprenden a leer y a cantar con mucha facilidad, y son despiertos para
otras gracias naturales, que no parecen haber nacido ni criados entre las
breñas, sino estudiantes de colegios.
Estas cosas vio el señor obispo don Fray
Gonzalo de Hermosillo quedando admirado, pareciéndole a su señoría increíble
que esta gente chichimeca, no mexica ni tlaxcaltecas de los que aquí hay,
tuviese semejantes habilidades y gracias. En la escuela que tiene esta casa
jesuita en Parras hay algunos niños de estos chichimecos, que con ellos y los
del pueblo de Parras llegan a treinta. Ordinariamente se les enseña doctrina
cristiana, lectura, canto, además de buenas costumbres.
Lo que más trabajo cuesta es asentarlos en
un lugar y erradicar su inclinación a irse a los montes. En 1620 se fugaron
tres al mismo tiempo, y dos murieron de hambre y de sed, los cuales eran muy
habilidosos y cantaban a canto de órgano en las misas. De sus cuerpos se
hallaron sólo restos, porque las fieras del campo hicieron lo suyo, y los
devoraron. Los tres huyeron sin la menor idea de a dónde iban, solamente
guiados por su inclinación a ir a los montes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario