El País de La Laguna en el siglo XVIII
La llegada de los colonos españoles, criollos y de los grupos indígenas occidentalizados, particularmente de los tlaxcaltecas, al "País de La Laguna", marcó un cambio total en la percepción de la realidad del ser humano y de su entorno. La percepción de la realidad varía de acuerdo a las premisas del perceptor. Las relaciones que el sujeto establece con la realidad están culturalmente condicionadas. Porque, a final de cuentas, el perceptor es hijo de la sociedad que lo conforma, y actúa en consecuencia.
Los colonos de finales del siglo XVI—que ciertamente llegaron para quedarse— establecieron relaciones nuevas con el entorno «lagunero», y ellos se convirtieron en los padres fundadores de nuestra cultura lagunera. El año de 1598 representa el simbólico parteaguas entre la gentilidad y la cristiandad, entre la prehistoria y la historia, entre la infinitud de los espacios y la formación de una comarca domesticada por el hombre y para el hombre. 1598 marca asimismo el inicio de un mestizaje biológico y cultural que perdura hasta el siglo XXI.
Cuando los colonos españoles e indígenas mesoamericanos se establecieron en lo que ahora conocemos como Comarca Lagunera, la tierra y el agua fueron percibidos como medios de producción, y se convirtieron en bienes deseables en función de la producción agropecuaria que podían lograr con ellas. Se establecieron límites y linderos donde antes no existían. Los espacios libres se convirtieron en espacios culturalmente acotados. Lo mismo sucedió con los yacimientos argentíferos.
Algunos españoles como Francisco de Urdiñola acumularon tierras y aguas realengas no tanto por su primaria capacidad productiva cuanto por su virtud para conferir prestigio social. Pero la gran mayoría de los habitantes españoles e indígenas de Parras pronto comprendieron que, a falta de riqueza mineral, el trabajo y el dinero invertido en un cultivo eminentemente comercial, como era el de la vid, podía redituar de una manera insospechada. Una pareja podía casarse, adquirir una casa con su mobiliario, mantener una docena de hijos y multiplicar el patrimonio familiar por diez si contaba con una o dos pequeñas huertas vitivinícolas. La suerte ya no jugaba un papel tan definitivo cuando el trabajo mismo era percibido y empleado como factor generador de riqueza. El trabajo comenzó a ser percibido como una actividad digna y deseable, adquirió valor social.
El trabajo no mancillaba la dignidad de los hijosdalgo, ya fueran vascos o tlaxcaltecas. Con esta concepción del trabajo, los parrenses se adelantaron casi dos siglos a la real cédula de Carlos III de 18 de marzo de 1783, por la cual declaraba la «limpieza» legal de todos los oficios, es decir, que la nobleza y el trabajo, aunque fuera manual, eran compatibles.
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