Escudo de un descendiente del marqués de Jaral de Berrio. Como no lleva la corona de marqués en la parte alta del escudo (o timbre) sino el yelmo de los hidalgos, sabemos que este diseño perteneció a uno de sus descendientes directos, a quien ya no correspondía usar el título. Se trata de un caso de "nobleza de sangre" y no de "nobleza titulada". Esta pieza de porcelana heráldica pertenece al museo Franz Mayer.
Un tipo de documentos
que resultan fascinantes, se pueden encontrar en los archivos, bibliotecas o
museos de prosapia colonial (como el Municipal de Saltillo) son aquellos que
podemos denominar genealógico- nobiliario. De entrada, no debe asustarnos esta
terminología: “Heráldica”, “Genealogía” “Nobleza”. Son términos que representaban
realidades muy vigentes en la cultura de nuestros antepasados, y que en la
actualidad constituyen meros pasatiempos para algunos, objeto de pretensión
para otros, y fuentes de conocimiento para otros pocos estudiosos del Antiguo
Régimen.
Pero para volver a nuestra relación sobre estos documentos, diremos
que los hay de diversas clases: las relaciones de méritos y servicios, las
probanzas o litigios de hidalguía, infanzonía o vizcanía. Testamentos y
probanzas de limpieza de sangre. Si por documento entendemos, en sentido más
amplio, todo vestigio que nos dé información del pasado, entrarán también las
imágenes o ilustraciones de escudos de armas en papeles, lienzos, retratos,
capillas, enterramientos o escrituras y títulos de mayorazgos. Suelen encontrarse
representaciones heráldicas grabadas en artefactos del mobiliario o de uso
suntuario.
Por desgracia para
la investigación genealógica, en nuestro país los documentos coloniales que
hacen referencia a la hidalguía de linaje tanto como las representaciones
heráldicas son vistos con sospecha de manera apriorística, con el prejuicio de
un republicanismo trasnochado que ya no casa con la seriedad e imparcialidad
que requiere el estudio científico de una familia o de una sociedad virreinal.
Como investigadores, no podemos mirar un emblema heráldico de manera
descontextualizada. El blasón constituía un elemento muy significativo del
Antiguo Régimen, que debe ser estudiado desde su propia época y cultura, porque
solamente con esa óptica estaremos en condiciones de entender su significación
como elemento de comunicación del pasado.
Pero antes de
continuar, debemos recalcar que el “Antiguo Régimen”, que comenzó a desaparecer
en 1789, era el régimen del privilegio, de la desigualdad social. No todos los
ciudadanos tenían los mismos derechos ante la ley. Había un grupo privilegiado,
que era precisamente, el de la nobleza. Para ellos era el uso del “Don” (del
latín dominus, “señor de vasallos”), determinados puestos en los cabildos y
alcaldías mayores y menores, en las cancillerías o tribunales, en el ejército,
en las universidades o entre los miembros del clero. No se les podía torturar
ni embargar, y sobre todo, estaban exentos de impuestos.
Básicamente, había
tres clases de nobleza, que era hereditaria: la baja nobleza, o nobleza de
sangre, que era la de los “Hidalgos” o “Hijosdalgo”. Esta se recibía de los
antepasados que habían sido nobles, se conservaba por línea de varón, y no
implicaba la posesión de título alguno. En Nueva España, y sobre todo en el
Norte, hubo muchísimos que ganaron su estatuto como primeros pobladores o
colonizadores.
La segunda clase de
nobleza, o nobleza media o titulada, era la que estaba conformada por
individuos que poseían títulos hereditarios de barón, vizconde, conde, marqués
o duque. La relación era jerárquica: el vizconde era mayor en dignidad que el
barón, el conde mayor que el vizconde, y así hasta el duque, cuya dignidad era
suprema sobre los demás.
La tercera clase de
nobleza, la “créme de la créme” estaba constituida por individuos que poseían
títulos de “Grandeza”. Un “Grande de España” era igual en dignidad a cualquier
otro “Grande”, aunque tuvieran títulos jerárquicos de condes o marqueses. Se
trataba del cuerpo de “Pares” de España. Un ejemplo actual es el de doña Cayetana,
duquesa de Alba, que es muchas veces “Grande de España” por herencia. El de
duquesa no es el mayor de sus títulos, aunque sí uno de los más históricos.
Las tres clases de
nobleza tenían en común el derecho a portar escudo de armas. Sin embargo,
debemos advertir que la “hidalguía” o “nobleza de sangre” dejó de existir como
tal durante el primer tercio del siglo XIX. Solamente se puede afirmar que
existen en la actualidad, los descendientes de aquéllos. El uso del escudo de
armas se les sigue reconociendo. En cuanto a la nobleza titulada y la Grandeza,
constituyen las clases de nobleza generalmente reconocida por las leyes en los
países monárquicos de Europa.
Existe un tipo de
nobleza llamada “personal”, que es la que obtiene un individuo al ser condecorado.
Esta nobleza no es transmisible. En algunos casos, las condecoraciones se
otorgan exclusivamente a quienes ya son nobles. Los países que no son
monárquicos, como México, también extienden esta clase de condecoraciones, como
la “Orden del Águila Azteca”, cuyo arquetipo fue la “Orden Imperial del Águila
Mexicana” creada por Maximiliano. También se acostumbra otorgar escudo de armas
a quienes reciben una condecoración, como la de Carlos III, Isabel la Católica,
Santiago, Calatrava, Montesa, etc.
El escudo de armas constituye
una representación gráfica portadora de información en dos áreas constitutivas:
el campo y el timbre. El campo era y sigue siendo el lugar del blasón en el que
se exhiben las marcas de un linaje dado, y no de un apellido. Los escudos se
asumían o concedían siempre para una familia y sus descendientes. Era
totalmente esperable que dos familias diferentes tuvieran escudos diferentes,
aunque tuvieran el mismo apellido. El campo del escudo, por lo tanto, era como
la "marca registrada" o, si usamos una analogía contemporánea, como
el “código de barras” que distinguía a una familia de todas las demás. En la
percepción popular, el “ timbre”, es decir, el diseño que va sobre el escudo, y
que por lo general es un yelmo o una corona, es un simple adorno sobre el
escudo. En realidad es el área que contiene la información que manifestaba el
estatus o jerarquía nobiliaria del poseedor del escudo. Yelmo o casco para los
hidalgos, y una serie de coronas o yelmos coronados con una iconografía y sintaxis muy bien
reguladas para caballeros, señores de vasallos, barones, vizcondes, condes,
marqueses y duques. Por lo que se refiere a las representaciones de los timbres,
no de la nobleza, sino de la realeza, existían también sus propias reglas.
La importancia que
estas representaciones poseen para los investigadores históricos, consiste en
que los registros parroquiales o civiles que dan cuenta de los orígenes de los
conquistadores, pobladores y pacificadores generalmente se remontan cuando
mucho al siglo XVI o el XVII en el septentrión novohispano, muchas veces con
enormes lagunas que con excesiva frecuencia son, para desgracia nuestra, insalvables.
Sin embargo, no todo está perdido. La representación
gráfica de un blasón, a veces su simple bosquejo en un documento, nos otorga la
posibilidad de cotejarlo contra los miles y miles de expedientes que existen en
los archivos de las Reales Cancillerías y Ordenes Nobiliarias en España. Puesto
que el blasón es representación gráfica de un linaje y no de un apellido, por
esta comparación estaremos en posición de determinar exactamente a qué familia
de España pertenece un poblador del cual no tengamos más información que el
bosquejo de sus armas. Se pueden documentar siglos de generaciones de esta
manera, y retroceder fácilmente a la Baja Edad Media. La importancia de la
genealogía y la heráldica como ciencias auxiliares de la historia, es
incuestionables.
Por otra parte, el
desconocimiento de los diversos conceptos de nobleza —como si el término fuese
por definición ahistórico y hubiese significado siempre lo mismo en los
diferentes ámbitos geográficos y sociales del viejo y nuevo mundo— se traduce
en una mala lectura de los documentos que portan información
genealógico-nobiliaria. Desconocemos las diferencias que existían en la manera
de calificarla en España. No estamos familiarizados con los matices que
implican diferencias de terminología como “nobleza notoria”, “hijodalgo de
linaje y solar conocido” y “nobleza titulada”. Peor aún, en muchas ocasiones
hemos asumido puntos de vista nobiliarios que proceden de Inglaterra o de los
Estados Unidos y los hemos considerado de valor y aplicación universal. Como
investigadores veraces, debemos entender estas fuentes genealógicas y
nobiliarias como textos de cultura, como elementos de comunicación que poseen
su propio contexto y significado. ¿Significaba la condición de nobleza lo mismo
para un vizcaíno, para un criollo o para un tlaxcalteca? ¿El término y la
calidad de noble tenían el mismo referente cultural para los tres?
Nuestro desdén o
nuestra franca burla sobre las “pretensiones nobiliarias” de los viejos
pobladores españoles o indígenas es ciertamente una risa ingenua que nos delata
como pobres historiadores. Debemos redimir nuestro quehacer y nuestra imagen
gremial con investigación verdaderamente científica, sin temor de aparecer ante
la sociedad como monárquicos o aristocratizantes. Los fenómenos de cada época
solamente pueden ser comprendidos a partir de su propio contexto cultural. El
historiador científico es el hermeneuta por excelencia.