Por cortesía del Ing. Salvador Hernández Vélez, fui invitado como participante en la mesa redonda “Viesca y la vigencia del Magonismo en el mundo actual”, la cual se llevó a cabo a las diecinueve horas de ayer, martes 10, en el auditorio de la Universidad Autónoma de La Laguna.
Durante mi exposición, presenté el texto que abajo transcribo, y procedí a dar lectura a algunos viejos textos periodísticos de gran interés por tratarse de documentos coetáneos a los hechos de Viesca, acaecidos en la noche del 24 al 25 de junio de 1908.
Transcribo pues, la parte formal de mi participación:
“Como Cronista Oficial de Torreón y como miembro de la Comisión Estatal para la celebración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, es para mí un honor compartir esta mesa con Saúl Rosales y con Jaime Muñoz, autores de la más reconocida trayectoria.
Recientemente tuve la oportunidad de presentar el libro “La División del Norte” del doctor en Historia Pedro Salmerón. En gran medida señala la existencia de una fuerte capacidad de indignación de los norteños, y cómo, ante los agravios recibidos de aquéllos que detentaban el poder económico, político y militar, se comprometieron para sustentar un movimiento reivindicativo de origen verdaderamente popular. El texto de Salmerón se refiere específicamente a la gente de Chihuahua, Durango y La Laguna, de donde salieron casi la totalidad de las brigadas de la División del Norte.
Los hechos de Viesca en junio de 1908 constituyeron otra vía de manifestación, otra faceta explosiva del profundo malestar popular ante una larga serie de agravios y ante el impacto de la crisis económica de 1907.
El Magonismo, que era el soporte ideológico de lo que se esperaba fuera una revolución armada que saneara al país, antecedió al movimiento de Madero. En verdad contaba con un fuerte trasfondo liberal, con lo que tenía de anticlerical y anti-imperialista, y con el tiempo, adquirió los elementos anarquistas que le caracterizaron. Quizá el Magonismo fue, a su manera, la reacción dialéctica contra la creación del Estado Fuerte que propugnaban los liberales mexicanos del primer tercio del siglo XIX. El Positivismo socioeconómico y el Darwinismo Social, instalados cómodamente a la sombra del Porfiriato, orientaron la beligerancia del Magonismo contra la entonces llamada “trinidad maldita”: el capital, la autoridad y el clero.
Es innegable que el Magonismo y los hechos violentos que originaron constituyeron verdaderos fenómenos sociales, es decir, de naturaleza colectiva y compartida.
No se les podía negar su naturaleza de estallidos sociales que buscaban el remedio de situaciones angustiosas de agravio e insatisfacción popular.
Desde finales del siglo XVII, el filósofo inglés John Locke había establecido que la misión del Estado era la de proteger los derechos y las libertades de los ciudadanos en su conjunto y totalidad. Que si el Estado no cumplía con esta misión, el pueblo podía demandárselo.
Sin embargo, la experiencia histórica muestra que el poder no se suicidaba y que tendía a perpetuarse. Los periódicos mexicanos de junio-julio de 1908 lanzaron de inmediato sobre los revolucionarios magonistas de Las Vacas (Acuña) y Viesca, el epíteto de “ladrones”, proclamando a los cuatro vientos que no se trataba de revolucionarios. Y esto, aunque algunos de estos revolucionarios, ya presos, declararon serlo. Y en cuanto al periódico “El Diario” que dijo que efectivamente se trataba de revolucionarios, reconociendo con ello de manera implícita que en México existían agravios sociales por saldar, los otros diarios lo tildaron de “traidor”.
Vemos en estos hechos históricos una confirmación del postulado de la escuela de Frankfurt, cuando propone que el poder político y económico tiende a forjar alíanzas con los medios de comunicación masiva para mantener la apariencia de bienestar social y conservar en funciones el aparato productivo. Es decir, los medios deliberadamente crean una realidad mediática para que la sociedad la asuma como la verdadera realidad”.
Durante mi exposición, presenté el texto que abajo transcribo, y procedí a dar lectura a algunos viejos textos periodísticos de gran interés por tratarse de documentos coetáneos a los hechos de Viesca, acaecidos en la noche del 24 al 25 de junio de 1908.
Transcribo pues, la parte formal de mi participación:
“Como Cronista Oficial de Torreón y como miembro de la Comisión Estatal para la celebración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, es para mí un honor compartir esta mesa con Saúl Rosales y con Jaime Muñoz, autores de la más reconocida trayectoria.
Recientemente tuve la oportunidad de presentar el libro “La División del Norte” del doctor en Historia Pedro Salmerón. En gran medida señala la existencia de una fuerte capacidad de indignación de los norteños, y cómo, ante los agravios recibidos de aquéllos que detentaban el poder económico, político y militar, se comprometieron para sustentar un movimiento reivindicativo de origen verdaderamente popular. El texto de Salmerón se refiere específicamente a la gente de Chihuahua, Durango y La Laguna, de donde salieron casi la totalidad de las brigadas de la División del Norte.
Los hechos de Viesca en junio de 1908 constituyeron otra vía de manifestación, otra faceta explosiva del profundo malestar popular ante una larga serie de agravios y ante el impacto de la crisis económica de 1907.
El Magonismo, que era el soporte ideológico de lo que se esperaba fuera una revolución armada que saneara al país, antecedió al movimiento de Madero. En verdad contaba con un fuerte trasfondo liberal, con lo que tenía de anticlerical y anti-imperialista, y con el tiempo, adquirió los elementos anarquistas que le caracterizaron. Quizá el Magonismo fue, a su manera, la reacción dialéctica contra la creación del Estado Fuerte que propugnaban los liberales mexicanos del primer tercio del siglo XIX. El Positivismo socioeconómico y el Darwinismo Social, instalados cómodamente a la sombra del Porfiriato, orientaron la beligerancia del Magonismo contra la entonces llamada “trinidad maldita”: el capital, la autoridad y el clero.
Es innegable que el Magonismo y los hechos violentos que originaron constituyeron verdaderos fenómenos sociales, es decir, de naturaleza colectiva y compartida.
No se les podía negar su naturaleza de estallidos sociales que buscaban el remedio de situaciones angustiosas de agravio e insatisfacción popular.
Desde finales del siglo XVII, el filósofo inglés John Locke había establecido que la misión del Estado era la de proteger los derechos y las libertades de los ciudadanos en su conjunto y totalidad. Que si el Estado no cumplía con esta misión, el pueblo podía demandárselo.
Sin embargo, la experiencia histórica muestra que el poder no se suicidaba y que tendía a perpetuarse. Los periódicos mexicanos de junio-julio de 1908 lanzaron de inmediato sobre los revolucionarios magonistas de Las Vacas (Acuña) y Viesca, el epíteto de “ladrones”, proclamando a los cuatro vientos que no se trataba de revolucionarios. Y esto, aunque algunos de estos revolucionarios, ya presos, declararon serlo. Y en cuanto al periódico “El Diario” que dijo que efectivamente se trataba de revolucionarios, reconociendo con ello de manera implícita que en México existían agravios sociales por saldar, los otros diarios lo tildaron de “traidor”.
Vemos en estos hechos históricos una confirmación del postulado de la escuela de Frankfurt, cuando propone que el poder político y económico tiende a forjar alíanzas con los medios de comunicación masiva para mantener la apariencia de bienestar social y conservar en funciones el aparato productivo. Es decir, los medios deliberadamente crean una realidad mediática para que la sociedad la asuma como la verdadera realidad”.
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