El sistema democrático estadounidense ha demostrado que existe un
divorcio entre los llamados “votos electorales” y los votos personales de los
ciudadanos. Al momento de escribir esta crónica, Hillary Clinton cuenta con
muchos más votos directos que Donald Trump, pues los procesos de recuentos de
votos no han terminado.
Y uno se pregunta ¿el sistema de votos electorales en
Estados Unidos está diseñado para manipular o dirigir los intereses del pueblo
norteamericano? No es el voto directo del ciudadano el que elige al presidente, sino los votos
electorales de los políticos de cada estado de la unión. Y ni siquiera lo hacen
de manera equitativa. Hay estados con más votos que otros. No todos pesan lo
mismo en las elecciones.
Ya en este momento, existe un fuerte
movimiento en algunas ciudades estadounidenses para exigir iniciativas de ley
que terminen con esa “democracia” que no representa los intereses del ciudadano
común. En efecto, se trata de acabar con el sistema de doble votación, para
dejar tan solo el del voto directo del ciudadano.
Por lo demás, el estilo personal de hacer
“campaña” de Donald Trump, incendiario, pandillero, vulgar, racista, xenófobo,
misógino, amenazante, solo ha puesto de manifiesto que el candidato electo está
muy lejos de profesar los “valores cristianos” que tradicionalmente dice asumir
el Partido Republicano. Y los seguidores fanáticos de las bravuconerías de
Trump han mostrado al mundo que los Estados Unidos no constituyen una sociedad
integrada y madura, sino que tienen el racismo a flor de piel.
Los Estados Unidos, tras la campaña electoral, más se asemeja a un enorme estadio de rugby repleto de pandillas antagonistas, donde
prevalecen los golpes y las amenazas, y no la “civilización” de que presumen.
El sueño americano es tan solo un sueño: los Estados Unidos están conformados
por grupos étnicos y raciales de muy diversa procedencia, y en gran medida,
repletos de los antiguos prejuicios raciales.
Se han incrementado las divisiones sociales, la persecución y el ataque
a los inmigrantes latinoamericanos, entre otros. Hasta el abominable Ku Klux Klan ha organizado un racista desfile
“de la victoria”.
La visita a nuestro país
del entonces polémico candidato republicano a la presidencia de los Estados
Unidos, Donald Trump, constituyó un grave error político. Tendríamos que saber
si fue realmente una iniciativa mexicana, o una imposición de los republicanos.
Porque es posible que el partido conservador estadounidense haya tratado de
ejercer una especie de control de daños para amortiguar siquiera un poco la
derrota que se veía venir para su histriónico candidato en aquellos momentos.
Pero
la realidad fue que esta visita la aprovechó Donald Trump para mostrarse a sus
seguidores estadounidenses como el hombre fuerte y desafiante que vino a
decirle a los mexicanos en su propia casa que el ya muy cantado muro se va a
construir, querámoslo o no, y a nuestras expensas.
Trump no pidió disculpa
alguna a los mexicanos por sus insultos y exabruptos anteriores. La simple
invitación para que viniera constituyó una verdadera humillación para el pueblo
mexicano. Nuestra nación quedó a ojos vistas como una república sumisa. Y los
efectos del triunfo del candidato republicano, que aún no toma posesión del
cargo, ya han tenido demasiadas repercusiones negativas en México.
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