Aunque el término «hipótesis» suena un tanto académico
y remoto, la formulación de hipótesis es algo extremadamente cotidiano para
todos nosotros, aunque no nos demos cuenta.
Cuando pensamos: «Si le sonrío a
aquella chica, se va a sonreír conmigo», estamos formulando una hipótesis
predictiva, no explicativa: “si yo hago esto, va a suceder aquello”.
Si
efectivamente le sonreímos a la chica y ésta se voltea hacia otro lado con
desdén, habremos comprobado que nuestra hipótesis predictiva no era correcta. Y
procedemos a formular otra hipótesis, en este caso, explicativa: «Seguramente
esa chica es una creída».
De esta manera, nuestra vida transcurre llena de
hipótesis, a veces mucho más trascendentales que la de cualquier investigación
académica, como la del chofer del camión urbano que dice «seguro que alcanzo a
atravesar la vía antes de que llegue el tren», o «esta es una simple verruga,
no debe ser cancerosa».
En esencia, las hipótesis son meras afirmaciones
tentativas, es decir, afirmaciones que elaboramos con base en nuestra
experiencia propia, pero que deben ser comprobadas. El chofer podrá comprobar,
a través de los acontecimientos, si su hipótesis era correcta, y el individuo
sabrá finalmente si su verruga era o no maligna dependiendo de la presencia o
ausencia de molestias y de los análisis clínicos, si llegan a ser necesarios.
Por lo general, nuestra vida transcurre entre
pequeñas hipótesis cotidianas. Es nuestra manera natural de avanzar hacia el conocimiento, de explicarnos los
acontecimientos de nuestra vida y del mundo, día tras día.
De manera semejante,
en la investigación histórica la hipótesis es una afirmación apriorística que
guía y le da dirección a nuestro estudio documental. Las hipótesis suelen
surgir como ideas que se nos ocurren cuando revisamos los documentos del
pasado: «Se me figura que pasaba esto…»,«tengo la intuición de que así
funcionaban las cosas».
Si leo el 10% de los libros de defunciones, y por lo
leído afirmo que «los niños que morían en Parras en el siglo XVIII solían morir
de enfermedades gastrointestinales antes de cumplir tres años de edad», habré
formulado una hipótesis que tendré que comprobar o rechazar y matizar a través
del estudio del 100% de los documentos que constituyen mi corpus, y no a base
de charlas de café.
La ciencia avanza comprobando la veracidad o
falsedad de pequeñas afirmaciones o negaciones, las cuales constituyen sólidos
ladrillos para la construcción de un conocimiento más amplio. Cuando a mi
estudio se le sumen las investigaciones de mortalidad infantil en el siglo
XVIII en Mapimí, San Juan de Casta y Viesca, entonces las comparaciones
permitirán afirmaciones mucho más amplias.
Y sumadas estas conclusiones a otras del mismo tipo
y época, tendremos una imagen de cuerpo entero sobre el fenómeno de la
mortalidad infantil en la Nueva España del siglo XVIII.
Por último, diremos que la ciencia histórica se
interesa tanto en la comprobación como en la refutación de las hipótesis,
porque ambas conclusiones generan conocimiento. Tendremos certezas de lo que
fue, pero también de lo que no fue.
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