Escudo de Torreón

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lunes, julio 04, 2016

Hipótesis y certeza histórica






Aunque el término «hipótesis» suena un tanto académico y remoto, la formulación de hipótesis es algo extremadamente cotidiano para todos nosotros, aunque no nos demos cuenta. 

Cuando pensamos: «Si le sonrío a aquella chica, se va a sonreír conmigo», estamos formulando una hipótesis predictiva, no explicativa: “si yo hago esto, va a suceder aquello”. 

Si efectivamente le sonreímos a la chica y ésta se voltea hacia otro lado con desdén, habremos comprobado que nuestra hipótesis predictiva no era correcta. Y procedemos a formular otra hipótesis, en este caso, explicativa: «Seguramente esa chica es una creída». 

De esta manera, nuestra vida transcurre llena de hipótesis, a veces mucho más trascendentales que la de cualquier investigación académica, como la del chofer del camión urbano que dice «seguro que alcanzo a atravesar la vía antes de que llegue el tren», o «esta es una simple verruga, no debe ser cancerosa».

En esencia, las hipótesis son meras afirmaciones tentativas, es decir, afirmaciones que elaboramos con base en nuestra experiencia propia, pero que deben ser comprobadas. El chofer podrá comprobar, a través de los acontecimientos, si su hipótesis era correcta, y el individuo sabrá finalmente si su verruga era o no maligna dependiendo de la presencia o ausencia de molestias y de los análisis clínicos, si llegan a ser necesarios.

Por lo general, nuestra vida transcurre entre pequeñas hipótesis cotidianas. Es nuestra manera natural de avanzar  hacia el conocimiento, de explicarnos los acontecimientos de nuestra vida y del mundo, día tras día. 

De manera semejante, en la investigación histórica la hipótesis es una afirmación apriorística que guía y le da dirección a nuestro estudio documental. Las hipótesis suelen surgir como ideas que se nos ocurren cuando revisamos los documentos del pasado: «Se me figura que pasaba esto…»,«tengo la intuición de que así funcionaban las cosas». 

Si leo el 10% de los libros de defunciones, y por lo leído afirmo que «los niños que morían en Parras en el siglo XVIII solían morir de enfermedades gastrointestinales antes de cumplir tres años de edad», habré formulado una hipótesis que tendré que comprobar o rechazar y matizar a través del estudio del 100% de los documentos que constituyen mi corpus, y no a base de charlas de café.

La ciencia avanza comprobando la veracidad o falsedad de pequeñas afirmaciones o negaciones, las cuales constituyen sólidos ladrillos para la construcción de un conocimiento más amplio. Cuando a mi estudio se le sumen las investigaciones de mortalidad infantil en el siglo XVIII en Mapimí, San Juan de Casta y Viesca, entonces las comparaciones permitirán afirmaciones mucho más amplias.

Y sumadas estas conclusiones a otras del mismo tipo y época, tendremos una imagen de cuerpo entero sobre el fenómeno de la mortalidad infantil en la Nueva España del siglo XVIII.

Por último, diremos que la ciencia histórica se interesa tanto en la comprobación como en la refutación de las hipótesis, porque ambas conclusiones generan conocimiento. Tendremos certezas de lo que fue, pero también de lo que no fue.


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