Como sucede cada año, los
torreonenses recorren la avenida Juárez de oriente a poniente, en peregrinación
hacia la basílica de Guadalupe. Se trata de un acto de profunda piedad y
devoción, por medio del cual muchos católicos torreonenses presentan sus respetos
a la virgen del Tepeyac en su santuario.
La modalidad torreonense
para estos eventos consiste en organizarse en comparsas, una por cada empresa,
escuela, corporación asociación, cofradía, institución o grupo. En la mayoría
de los casos, a la cabeza de cada contingente va la banderola, cartel o
logotipo de los peregrinos así como las ofrendas florales y monetarias.
Detrás
de éstas, desfilan los dueños, gerentes o accionistas de empresas o
instituciones, así como el cuerpo de empleados, maestros, estudiantes, etc.,
según sea el caso. Un grupo de danzantes los acompañan, a veces contratados por
la empresa.
En otras ocasiones, son los mismos empleados quienes lo integran.
Antiguamente se contrataba solamente al tamborilero, pero en la actualidad
existen comparsas completas de danzantes profesionales, que usan el tradicional
atuendo de los matachines laguneros, o bien, más recientemente, con trajes de
danza de tipo azteca o maya.
Cuando son los trabajadores
los que danzan, suelen ensayar la coreografía durante todo un año, a la vez que
buscan mejorar o cambiar los diseños de sus trajes de matachines. Es similar a
lo que sucede en España entre los integrantes de las cofradías de Semana Santa.
Cada grupo busca mejorar su propio estándar de presentación y su vestuario de
años anteriores.
Las peregrinaciones están
rigurosamente calendarizadas. Casi todos los días salen varios grupos desde la
Alameda por la avenida Juárez. Las hay diurnas y nocturnas, con procesiones de
velas. El último domingo antes del día 12 de diciembre se lleva a cabo la
“Peregrinación Grande”, que inicia desde el Estadio de la Revolución, 2
kilómetros más hacia al oriente, debido a la cantidad de gente, de vehículos y
carros alegóricos que participan.
Las peregrinaciones de la
virgen de Guadalupe constituyen el evento religioso más popular y sagrado del
calendario anual torreonense. Mientras que la semana santa es entendida por el
pueblo como un período vacacional para el esparcimiento y la diversión, la
devoción guadalupana es percibida y vivida con profunda piedad, recogimiento y
seriedad. Hemos visto grupos que ejecutan su danza descalzos sobre la nieve
(diciembre de 1997), porque han prometido danzar sin calzado, sea cual sea el
clima que impere.
En los años cincuenta y sesenta
del siglo pasado, el vestuario de matachín era el tradicional: pantalón corto,
medias y enagüillas rojas con abalorios de carrizo, camisa roja, con la Virgen
de Guadalupe bordada en la espalda, la cara cubierta con collares de cuentas
metálicas y pequeños espejos. El tocado era de plumas de gallina o de pavo,
pintadas de colores. El matachín llevaba en una mano el arco de los guerreros,
que servía también para marcar la cadencia al tensar la cuerda y soltar la
flecha, para hacer un ruido peculiar. En la otra mano, llevaban una maraca. Les acompañaba un tamborilero y un violinista.
En La Laguna, el culto
multitudinario de la virgen de Guadalupe se remonta al siglo XVIII, cuando se
realizaban las danzas tlaxcaltecas en el Santuario de Guadalupe de Santa María
de las Parras, la vieja capital administrativa, religiosa y cultural de la
Comarca Lagunera. De ahí los viejos colonos las llevaron a San José y Santiago
del Álamo (Viesca), Matamoros y Torreón.
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