Escudo de Torreón

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martes, noviembre 03, 2015

Altares de muertos en La laguna virreinal






Hasta el día de hoy no hay testimonio documental que pruebe que los tlaxcaltecas laguneros hacían ofrendas a sus muertos para el día de los fieles difuntos del calendario religioso católico. En cambio, resulta sorprendente que contemos con el caso documentado de un presbítero criollo, don Joaquín Ignacio Blas de Maya, que ofrendaba la tumba de sus padres —ubicada nada menos que en el Colegio de San Ignacio de Loyola de Parras, capital económica, política, religiosa y cultural del País de La laguna— a la manera que lo hacían y hacen aún los purépechas de Janitzio.

Más aún, a la muerte del padre Joaquín, otro criollo, don Juan de Urtazum, continuó la costumbre del primero por varios años hasta que el obispo de Durango se lo prohibió por no constar por escrito que fuese voluntad del difunto padre Joaquín que se continuara realizando dicha ofrenda. Independientemente de si la razón del obispo para terminar con esa costumbre era de índole económica (después de todo, la ofrenda se hacía con dinero de la obra pía) o religiosa, este caso arroja luz sobre la manera como los blancos, incluso los presbíteros, podían apropiarse de elementos antropológicos e incluso teológicos que rayaban en el sincretismo religioso.

¿Pensaban que efectivamente los difuntos volvían una vez al año para estar con sus parientes? ¿Consideraban que los muertos se alegraban a la vista de las ofrendas colocadas sobre sus tumbas? El simple acto de presentación de las ofrendas así lo sugiere. Las ofrendas funerarias constituían en este caso la evidencia, la expresión tangible y perceptible de una apropiación cultural ajena al pensamiento católico ortodoxo de la época.

Para el año 1753 ya había muerto el presbítero bachiller don Joaquín Ignacio Blas de Maya, quien era miembro de una ilustre familia criolla parrense de origen vasco. Antes de fallecer había dispuesto se fundara una capellanía sobre las dos casas y viña contigua. Casas y viña fueron constituidas en obra pía por el superior despacho de don Salvador Becerra y Zárate, arcediano, dignidad, juez de testamentos, capellanías y obras pías, provisor y vicario general del obispado de Durango. Las principales entradas en metálico para la obra pía de don Joaquín de Maya provenían de los productos anuales de la viña: uva, vinos y aguardientes.

En 1753 era administrador de dicha obra pía don Juan de Urtazum, otro criollo de ascendencia vascongada. Entre las actividades y gastos que don Juan reportó haber realizado ese año, declaraba que
“En 1º de noviembre, para el día de finados, se pusieron en la sepultura de dicho señor bachiller 6 velas de cera….Item para dicha ofrenda, un carnero de pie. Item, en dicho día, para dicha ofrenda, un barril con dos arrobas y 8 cuartillos de vino”.

En 1754, don Juan de Urtazum repetía la ofrenda de muertos en la tumba de don Joaquín de Maya. Sobre esta ocasión, que fue el día 2 de noviembre, dice que “para la ofrenda que se puso en la sepultura donde está enterrado dicho seños bachiller y sus difuntos padres, se puso un tercio de harina, un carnero, un barril de vino con 2 arrobas y 8 cuartillos, y cuatro velas de cera”.

Las ofrendas para este extraño caso de altar de muertos continuaron por varios años más. Una práctica que no arraigó en la Comarca Lagunera virreinal, ya que no existen pruebas documentales conocidas sobre la generalización de este tipo de sincretismo religioso, es decir, de mezcla de lo pagano con lo católico.


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