Torreón comenzó su historia como un
rancho algodonero de mediados del siglo XIX. No hubiera llegado a más si no
hubiera sido por el hecho de que en sus terrenos se cruzaron dos vías de
ferrocarril: la del Central Mexicano y la del Internacional Mexicano, en el
lapso 1884-1888. En ese momento, ese cruce se convirtió en el ferropuerto de
una ya para entonces próspera Comarca Lagunera, una región productora de
algodón.
El ferrocarril representaba un transporte económico y rápido hacia
otras partes de México y hacia los Estados Unidos. Los pizcadores que
necesitaban los algodonales durante la temporada de cosecha llegaban en esos
trenes, procedentes de Zacatecas y de estados más lejanos. También llegaban
comerciantes y proveedores de servicios.
Muchos otros venían del extranjero a
probar fortuna en una de las regiones más bonancibles de México. Chinos,
españoles, ingleses, franceses, alemanes, estadounidenses, turcos, griegos, la
lista de nacionalidades de quienes llegaban ocuparía decenas de denominaciones.
Los ferrocarriles trajeron también consigo la tecnología de la era industrial:
la fuerza motriz del vapor, la electricidad, el motor a explosión. Los
generadores eléctricos de muchos ranchos y haciendas laguneras llegaron en
plataformas del ferrocarril, al igual que los automóviles.
La Comarca Lagunera, por sí sola, era
“el cuerno de la abundancia”. Era una población que surgió por su potente
economía agroindustrial, por la vocación empresarial de sus hombres de
negocios, por las redes de intereses comunes que crearon estos empresarios para
aprovechar los nichos de oportunidad del mercado nacional e internacional.
También era característico en la región el amor al trabajo duro de los
jornaleros y obreros comarcanos. Hombres humildes y leales que no se echaban
atrás ante las jornadas agotadoras, y que se enorgullecían precisamente de eso:
de ser muy trabajadores. Gente sencilla, orgullosa.
Como Cronista de Torreón,
me pregunto ¿cómo se vino abajo ese emporio, esa brillante dinámica económica y
social? Siento verdadera tristeza cuando recorro el centro de nuestra ciudad y
veo tanto deterioro, tantos locales cerrados, edificios completos que fueron
nuestro orgullo y que ahora parecen ser parte de una ciudad fantasma. De la
Calzada Colón al poniente parece ser una ciudad abandonada. Demasiados
edificios para tan poca gente que transita por ahí. Debo exceptuar las avenidas
Hidalgo y Juárez, de la calle Falcón al poniente, que aún conservan tiendas muy
concurridas. Pero por la noche, insisto, toda esa área es una ciudad fantasma.
¿Cómo explicar tanto deterioro físico y
económico? Bueno, los años de violencia continua constituyeron un factor de
primer orden. ¿Quién quería mantener un negocio para pagar “seguridad” a los
extorsionadores? Secuestros, asaltos, todos estos elementos negativos causaron
una gran fuga de familias de empresarios y de capitales de nuestra región, con
el consiguiente cierre de negocios y pérdida de empleos.
Ahora, la nube negra que parecía cubrir
solamente a La laguna, amenaza a todo México: violencia, caída de los precios
del petróleo, cierres de empresas, corrupción, impunidad, partidos políticos
que representan únicamente a sus propios intereses, pérdida de confianza en las
autoridades de los tres poderes, devaluación del peso (más de 16,000 por dólar,
si recordamos que hay tres ceros ocultos para provocar “amnesia política”),
entreguismo a los EEUU. ¿Cuánto más bajo se puede caer? ¿Qué país les estamos
dejando a nuestros hijos?
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