Durante la llamada “Edad Media”, España fue quizá el país más culto de Europa y hasta del mundo entero. Las artes y el conocimiento se desarrollaban con mucho fruto. Como bien lo considera Américo Castro en su “Realidad Histórica de España”, tan españoles eran los cristianos como los judíos y los musulmanes. La civilizada tolerancia que existía entre los miembros de las tres religiones no tenía igual en Europa.
Por lo que se refiere a la comunidad judía, España fue para sus miembros como una segunda “tierra prometida” después de Israel. Hay una palabra hebrea con la que se designa todavía a la vieja Hispania, y esta palabra es “Sefarad”. De ahí que los judíos españoles se autodesignaran como “sefarditas” (sefardim) y que hayan formado uno de los dos grandes ritos judíos europeos (el Mediterráneo). El otro sería el de los “askenazitas” (askenazim) a los que pertenecen los judíos de la Europa Central y del este.
Fueron numerosos los intelectuales sefarditas que impactaron el pensamiento de Europa cuando ésta era joven todavía. La “Summa Theologica” de Tomás de Aquino muestra que su autor tenía un gran conocimiento de la filosofía judía, particularmente del rabino cordobés Moshe Maimónides.
La evolución política de Europa y el surgimiento de los estados nacionales durante el Renacimiento, ocasionaron que España iniciara una nueva etapa donde solo el catolicismo tendría cabida. La alianza de Castilla y Aragón selló la suerte de los judíos sefarditas y de los musulmanes españoles. Tristemente, los reyes católicos implementaron la confiscación de bienes y el destierro perpetuo de sus súbditos no católicos.
Los sefarditas se dispersaron hacia los cuatro puntos cardinales, enriqueciendo con su conocimiento a Holanda, Alemania, los estados italianos, Inglaterra y la cuenca del Mediterráneo europeo, africano y asiático. Muchos de ellos vinieron de incógnito a nuestra tierra, es decir, a Coahuila y al Nuevo Reino de León. De algunos de ellos se decía —y se dice todavía— que portaban la sangre real de Fernando de Aragón, que aunque rey católico, tenía sangre judía sefardita por doña Juana Enríquez, su madre. Se dice asimismo que muchos de ellos vinieron gracias a los salvoconductos de sus Reales parientes y con grandes mercedes de tierras y aguas. Un buen porcentaje de los padres fundadores y colonizadores de Saltillo y Monterrey eran de origen sefardita. Entre ellos se menciona a Luis de Carvajal y de la Cueva, a Diego de Montemayor, Alberto del Canto, Baltasar Rodríguez de Sosa, Marcos Alonso de la Garza-Falcón y varios otros.
Lo que podemos afirmar, a manera de hipótesis, es que existió un fuerte impacto de la cultura sefardita en el País de La Laguna. De acuerdo a los registros de diezmos de la Alcaldía Mayor de Parras (toda la Laguna Coahuilense y parte de la de Durango), la cría de cerdos, incluso a nivel doméstico, era inexistente en esta región durante la era colonial. Este dato lo confirma el Comandante de las Provincias Internas en 1813, Bonavia y Zapata, el cual afirmaba que, en el País de La Laguna, durante el lapso 1810-1813, recién comenzaba la cría de marranos. Es bien sabido que los judíos consideran impura o “trefe”, no “kosher”, a la carne de cerdo. Por lo tanto, no solían criar esta clase de ganado en sus granjas, ranchos o haciendas.
Para 1813, el comercio con las provincias del Occidente de Nueva España (abastecedoras de jamones y manteca de cerdo) se encontraba muy reducido por las condiciones de la guerra. Nótese bien que no se afirma la existencia de criptojudíos en La Laguna, sino la existencia de una cultura común de raíz sefardita. Esa misma cultura que valoraba tanto el trabajo como factor generador de riqueza. Parece ser que nuestra vieja cultura regional procede de muchas vertientes.
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