El pasado martes 6 de diciembre, en el Teatro Nazas, ante una
concurrencia de todos los sectores sociales, sobre todo funcionarios estatales
y municipales, el alcalde de Torreón, Miguel Riquelme Solís presentó su tercer
informe de gobierno. A través de dicho informe, dio cuenta de lo realizado en
sus tres años de administración de la ciudad y su municipio.
Como colofón del informe de su administración, dio a conocer que ha
solicitado licencia del cargo para poder competir en las elecciones internas
del Partido Revolucionario Institucional por la candidatura para gobernador del
Estado de Coahuila. Ya se ha enviado la solicitud formal al cabildo de Torreón,
se hará igualmente al Congreso del Estado para obtener la licencia de
separación del cargo.
La semana pasada este cronista hizo una visita al ejido colectivo
“Batopilas”, en la jurisdicción del municipio de Francisco I. Madero, Coahuila.
Su historia es muy interesante, ya que perteneció —como hacienda vitivinícola—
a D. Francisco Rodríguez Rincón, nacido en La Coruña, España en 1883, el cual
puso sus esperanzas de bienestar en México. Desembarcó en Veracruz en 1902 y
posteriormente se trasladó a La Comarca Lagunera, donde fue muy conocido como
empresario.
Francisco Rodríguez Rincón
Bodegas Batopilas (1940) elaboraba aguardiente blanco, aguardiente
moscatel, Brandy, Coñac. También producía uva de mesa para regalar, variedades
Tokay, Cornichon, Emperador, Rosa del Perú, Moscatel, Málaga Roja y Málaga
Blanca. Con el tiempo, cambio de dueños y la insolvencia para pagar a los
trabajadores, la hacienda fue transformada en un ejido colectivo como pago a
los empleados. Fue un caso muy sonado, a nivel regional, estatal y nacional. El
Lic. Carlos Salinas de Gortari en varias ocasiones estuvo alojado ahí en
calidad de funcionario.
En la actualidad, Batopilas, que como dijimos arriba es un ejido
colectivo, cuenta con unos 600 habitantes, y aunque ya no hay viñedos, su
economía está diversificada, ya que cuenta con producción lechera y maquila de
prendas de vestir.
Como sucede cada año a partir de la fecha de la bendición de los grupos
de danza guadalupana, los torreonenses comenzaron a recorrer la avenida Juárez
de oriente a poniente, en peregrinación hacia la basílica de Guadalupe. Se
trata de un acto de profunda piedad y devoción, por medio del cual muchos
católicos torreonenses presentan sus respetos a la virgen del Tepeyac.
La modalidad torreonense —si la podemos llamar así— es organizarse por
comparsas, una por cada empresa, cualquiera que sea su giro. En la mayoría de
los casos, la banderola, cartel o logotipo de la compañía y las ofrendas
florales y monetarias encabezan la marcha. Detrás de éstas, desfilan los dueños
o accionistas y el cuerpo de empleados. Un grupo de danzantes los acompañan, a
veces contratados por la empresa. En otras ocasiones, son los mismos empleados
quienes lo integran.
Cuando son los trabajadores de la empresa los que danzan, suelen ensayar
la coreografía durante todo un año, a la vez que buscan mejorar o cambiar los
diseños de sus trajes de matachines o de danzantes mesoamericanos. Es similar a
lo que sucede en España entre los integrantes de las cofradías de Semana Santa.
Cada grupo busca mejorar su propio estándar de presentación y su vestuario de
años anteriores.
El último domingo antes del día 12 de diciembre se lleva a cabo la
“Peregrinación Grande”, que inicia desde el Estadio de la Revolución, 2
kilómetros más hacia al oriente, debido a la cantidad de gente, de vehículos y
carros alegóricos que participan.
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