Una de las características seculares
de la mentalidad lagunera es la apertura al cambio, o sea, a la modernidad. El
País de La Laguna, como se le llamaba, nació durante los últimos años del
reinado de Felipe II, y la percepción del mundo era la del Renacimiento. Bajo
esta luz, el ser humano era el protagonista de su propia historia, el constructor
de su propia felicidad o desdicha.
En la cultura lagunera quedó muy arraigada
la apertura al cambio como actitud socialmente compartida, es decir, la
apertura hacia la adopción de innovaciones cuando éstas representan una
relativa ventaja. Así, de la nada, La Laguna se convirtió en el emporio
vitivinícola novohispano; posteriormente, en un emporio algodonero;
actualmente, en un emporio lechero. La historia lagunera es una historia de
cultura empresarial. Una historia de exitosa agricultura comercial, ganadería,
agroindustria, minería y refinación de metales, entre otras actividades.
Una novedad que resultó ser de vital
importancia para Torreón, ese rancho enclavado en la enorme Hacienda de San
Lorenzo de La Laguna, fue la llegada del ferrocarril, pues el cruce de vías del
Internacional Mexicano y el Central Mexicano convirtieron a ese rancho en el
ferropuerto de la rica Comarca Lagunera; Torreón surgió como el puerto de
entrada y de salida de bienes, de migrantes, de más innovaciones, y en última
instancia, como el centro comercial e industrial de la región.
La conexión
ferroviaria entre la Comarca Lagunera y el sur de Estados Unidos resultó de
gran impacto económico para ambas regiones. No es casualidad que la ropa y las
modas de Estados Unidos se lucían simultáneamente entre las señoras y
caballeros de Torreón.
Sofá convertible de los vagones Pullman del FFCC
Captar los beneficios económicos de
las periódicas derramas del Nazas era tan importante para los comercios
fronterizos texanos que en septiembre de 1922, la Asociación de Comerciantes al
menudeo de Eagle Pass ofreció —principalmente a los torreonenses y regios—
pagarles el boleto de ida, y en ciertos casos, también el de vuelta, si iban a
comprar a sus tiendas. El boleto Torreón-Eagle Pass era el más caro, costaba
$37.75 pesos, equivalente a $18.97 dólares (un dólar costaba dos pesos).
Bastaba llegar a Eagle Pass e ir a la Cámara de Comercio, donde se le entregaba
al cliente una tarjeta que le acreditaba y le daba derecho a recuperar su
dinero gastado en pasajes si consumían en los comercios y prestadores de
servicios afiliados, cuyos giros eran tiendas de ropa, droguerías, dentistas,
artículos eléctricos, mueblerías, accesorios automotrices, abarrotes,
ferreterías, hoteles, joyerías, ferreterías, imprentas, máquinas de coser y de
escribir y zapaterías.
De hecho, había más ciudades texanas interesadas en
captar los beneficios de la agricultura lagunera. Una nota periodística del 23
de noviembre de 1923 dice a la letra: “Desde que se inició la mejoría en las
condiciones económicas de La Laguna por las avenidas del Río Nazas, la Cámara
de Comercio comprendió que la intensificación de las transacciones mercantiles
con los Estados Unidos por la vía de Eagle Pass requería el establecimiento de
servicios de carros pulman entre San Antonio y Torreón”.
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