Escudo de Torreón

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lunes, marzo 14, 2016

Parteaguas cultural




Con la llegada de la cultura occidental dio principio una nueva etapa en la historia de la región, una nueva actitud del ser humano para relacionarse con su entorno. Esta visión resultaba incompatible con la mentalidad de los aborígenes de la comarca. Los ancestrales  habitantes de las riberas del río Nazas y de la laguna poseían una cultura de la edad de piedra. Sus sociedades se reducían a pequeños grupos o «rancherías», sin la posibilidad de integrar grandes asentamientos humanos, como los de Mesoamérica, porque no conocían la agricultura, apriori económico para el surgimiento de una ciudad y una civilización. 
Para los aborígenes cazadores y recolectores, la tierra y el agua no eran medios de producción, sino bienes libres, sin ningún valor de cambio. No podían percibir valores, límites, fronteras, jurisdicciones ni significados que en su mundo cultural no existían. No podían imaginar que el agua sirviera para otra cosa sino para beber cada quien la que quisiera. Puesto que desconocían el uso de los metales y por lo tanto carecían por completo de técnicas de extracción y fundición, no tenían el menor interés en explorar yacimiento alguno. Adueñarse sistemáticamente de las aguas (salvo en tiempos de sequía) o de las tierras o de las formaciones geológicas argentíferas les habría parecido incomprensible.


Los colonizadores occidentales u occidentalizados (de estos últimos, principalmente los tlaxcaltecas) representaban una manera diferente de concebir al mundo y de relacionarse con los elementos de la naturaleza. Ya fueran agricultores, ganaderos o mineros, compartían la noción de la propiedad privada de los medios de producción, aunque sin desconocer o negar la importancia de los bienes de propiedad y uso comunitarios. Poseían una lengua común (el castellano) y la podían escribir. Se concebían a sí mismos como miembros militantes de una sola iglesia universal y como fieles vasallos de un imperio que ellos mismos agrandaban y defendían. Los colonos estaban al servicio de «ambas majestades» (Dios y el Rey). Estas eran realidades que, con la inmigración y la aculturación, echaban raíces en América. Ante una cultura tan pujante como consistente, la de los aborígenes laguneros se diluyó sin dejar rastro, salvo por los artefactos de interés antropológico o arqueológico.
Sobre la configuración política primigenia de lo que ahora llamamos La Laguna, las fuentes documentales mencionan al capitán Antón Martín Zapata como «Justicia Mayor de Las Parras y lagunas y río de las Nasas» en 1598, lo cual implica que a la vieja alcaldía de los «Mezquitales, Cuencamé, río de las Nazas y Laguna» se le segregaron las porciones que correspondían a la región del «río Nazas» (San Juan de Casta), «la laguna» en que desembocaba dicho río (San Pedro) y el valle de «Parras». De esta manera se formó una jurisdicción administrativa diferente a la de Mezquitales y Cuencamé, la cual quedó a cargo de un justicia mayor.

En este territorio, los misioneros jesuitas formaron tres «partidos» dentro de la alcaldía de «Las Parras, Laguna y Río Nazas», uno por cada región de esta alcaldía. Se trataba de tres municipios, con pueblos de indios como sedes de gobiernos indios. Los pueblos cabeceras de dichos partidos eran los de Parras, San Pedro de la Laguna, y San Juan de Casta (León Guzmán, Dgo.). 

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