Fragmento de la Real Cédula que autoriza a los jesuitas a fundar
misión en "la provincia de La Laguna". 6 de abril de 1594.
Quizá
una de las sensaciones vitales más intensas que un historiador pueda gozar, es
la que surge del ejercicio del poder que ha adquirido para traer a la luz la visión
de realidades del pasado, de las cuales muchas veces no ha quedado la menor
huella ni recuerdo, excepto por los documentos que las atestiguan.
La
eficacia de este poder para crear a través de la narración no es independiente
de las fuentes ni del historiador, ya que los documentos son como guitarras:
requieren del intérprete que las incite para hacerlas emitir melodías acordes a
la capacidad técnica, creatividad y talento de quien las pulsa. La música
proviene tanto del instrumento como del intérprete, y nada lograría el uno sin
el otro. Es decir, el pasado no se encuentra en el documento. El pasado ya no
existe. Todo lo que ha quedado es el testimonio en el papel, y su significado
no es evidente para quien no esté perfectamente familiarizado con la cultura,
lugar y época de los que procede.
Como
virtuoso, el historiador pone orden y concierto donde otros sólo pueden ver
viejos papeles sin relación ni sentido. En su mente indagadora existe una
piedra de toque que es a la vez hilo conductor, una hipótesis de trabajo que le
lleva a investigar, a construir su propia aportación al conocimiento del
pasado. Por ello la analogía: la recuperación histórica implica la existencia
del instrumento documental tanto como la del virtuoso que sepa explicar la
fenomenología social del pasado planteando las hipótesis con mayor fundamento y
lógica.
Desde
luego, el oficio de historiar requiere de una mente crítica, vasta y educada,
y, sobre todo, curiosa y libre de prejuicios e ingenuidad. Los documentos
disponibles son ecos, son testimonios de sociedades que no son las nuestras,
aunque aquéllas hayan existido en el mismo hábitat que ocupamos al presente.
Por lo tanto, dichas sociedades nos resultan extrañas, y deben ser objeto de
estudio hasta llegar a la erudición.
Un
magnífico caso a estudiar sería el de la Comarca Lagunera. Como historiador, no
deja de llamarme la atención el hecho de que la espacialidad regional es
prácticamente la construcción consensual de una sociedad que se define, proyecta
y afirma a sí misma sobre cierto hábitat. En este sentido, la Comarca Lagunera,
Provincia de la Laguna, País de la Laguna, puede tener muchas historias, si consideramos
cómo se pensaron a sí mismas y se proyectaron las sociedades que la han
configurado.
Subsiste
una marcada tendencia local a considerar la historia de La Laguna como si fuese
la historia de Torreón. De alguna manera, el regionalismo lagunero busca
desligarse de los lugares comunes, tanto políticos como históricos. Nuestra
sociedad urbana no aspira a concebirse inserta en la dinámica de un fenómeno de
larga duración que explique su mentalidad de trabajo como una característica
forjada a través de siglos de historia común, neovizcaína o europea. Al contrario,
reclama para sí y desde sí, el mérito y el prestigio de una comunidad que se ha
creado a sí misma de la nada. Debido a ello, Torreón es la ciudad “de los
grandes esfuerzos” donde la población “venció al desierto”, somos “brazo que
lucha y espíritu que crea”. Nuestro equipo de futbol está conformado por
“guerreros”. Al afirmar nuestra mítica identidad rechazamos de plano una
alteridad definida y calificada desde nosotros mismos.
El
ejercicio acrítico de esta actitud exclusivista y mutilante ha empobrecido
nuestra percepción histórica de la “regionalidad” y tiende a debilitar nuestra
autoestima al atribuir a conceptos inoperantes (como el de “raza”) las
cualidades de fortaleza, visión empresarial y capacidad para el trabajo duro.
En consecuencia, muchos insatisfechos miran hacia los Estados Unidos u otras
naciones y grupos étnicos del presente o del pasado en búsqueda de una
identidad adoptiva que afirme su autoestima. El desconocimiento del pasado y la
falta de identificación con nuestras culturas ancestrales colonizadoras, puede
llevar a eso, y quizá a mucho más.
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