Los tenedores, cuchillos, cucharas,
saleros, platos, todos ellos son artefactos con funciones específicas. Estas
funciones han correspondido siempre a las necesidades sentidas por sus dueños o
usuarios. Estas necesidades han sido muy diversas entre sí, como evitar el
contacto directo con la comida (por higiene) o la necesidad de prestigio social
mediante el uso de artefactos hechos ad hoc para el acto de comer y que las
clases influyentes pusieron “de moda” en diversas épocas y lugares.
El mero uso de estos objetos podía
constituir per se un mensaje de “cosmopolitismo”, “poder” y “distinción
social”. Pero también es verdad que el material de que estaban hechos y su
ornamentación —los detalles accidentales, no esenciales— generaban o reforzaban
dichos mensajes. No era lo mismo usar cucharas de madera o metal común que
usarlas de plata. Comer en platos o escudillas de madera o barro no significaba
socialmente lo mismo que cuando se usaban piezas de porcelana china o de plata.
Los enormes recursos de la Nueva España —particularmente los
argentíferos— dotaron a la inmensa mayoría de la población con la posibilidad
de contar con servicios de mesa de plata, de acuerdo a las posibilidades de
ingresos y generación de excedentes de cada familia o individuo. Sin duda
alguna, la plata es el metal mexicano por excelencia, como lo fue para la Nueva
España.
En el septentrión del virreinato se
ubicaba la Gobernación o Reino de la Nueva Vizcaya, cuyo enorme territorio
superaba en cien mil kilómetros cuadrados la actual superficie de España.
Durante 200 años comprendió en su jurisdicción lo que ahora son los estados
mexicanos de Durango, Chihuahua, Sonora, Sinaloa y el sur del estado de
Coahuila. Los inventarios que se utilizaron para este artículo corresponden al
sur de Coahuila en los siglos XVII y XVIII, particularmente lo que fueron la
villa de Santiago del Saltillo (ahora capital del estado) y el pueblo de Santa
María de las Parras.
Como en el resto de la Nueva España,
en la Nueva Vizcaya del siglo XVII la posesión de servicios de mesa respondía a
la necesidad percibida de contar con artefactos de uso individual para contener
y manipular los alimentos preparados, particularmente para el momento de su
consumo. La cuchara era el artefacto que se usaba para transportar los
alimentos entre el plato u otro recipiente, y la boca. Su uso y difusión en la
Nueva Vizcaya fue anterior a la del tenedor. Ahora bien —como mencionamos
anteriormente— el hecho de que tales objetos pudieran estar hechos de cerámica,
metales comunes o de plata, sugiere diferentes lecturas.
Los inventarios levantados en 1663 en
la hacienda de San Juan Bautista de los González, en Saltillo, propiedad de
Juan González de Paredes y de María de Olea,
muestran que, por lo que se refiere a servicio de mesa, había solamente
objetos de plata: un plato grande, otro plato; dos tembladeras y algunas
cucharas pequeñas. En otro inventario levantado en la misma hacienda en 1665,
se consigna el peso de estos artefactos:
nueve marcos y seis onzas de plata labrada, es decir, dos kilos y doscientos
cuarenta y dos gramos.
Puede decirse que para los habitantes
de la Nueva España en general, la plata era símbolo de prestigio social
(nobleza) y de riqueza, además de constituir un excedente con valor metálico de
fácil intercambio. En San Juan Bautista, el valor suntuario y el práctico se
amalgamaban en el servicio de la mesa.
Notamos que los objetos descritos conformaban el “ajuar básico”: los
platos para servir la comida; las tembladeras, que eran recipientes anchos,
redondos, con base y con dos asas a los lados, que servían para contener
alimentos líquidos en la mesa. Encontramos también las cucharas, pequeñas en
este caso. Puesto que son raras las piezas de platería civil novohispana del
siglo XVII que han sobrevivido el paso del tiempo, y porque por lo general
proceden del centro de lo que hoy es México, no deja de ser interesante contar
al menos con la descripción de las piezas de esta platería civil en el
Septentrión Novohispano, y que por cierto, no eran piezas difíciles de
encontrar.
Notamos también que el ajuar de San
Juan Bautista era para dos personas, seguramente para don Juan y para su mujer,
doña María. En su testamento, aquél dice
poseer menaje de plata en su casa de la villa, aparte de los objetos descritos.
En el Saltillo, como en otras partes,
la plata y los objetos elaborados con
ella se clasificaban siempre con criterios fiscales. La plata del diezmo era la que pagaba de
impuesto sólo un 10% de su valor, por estar en posesión del minero (reconocido
como tal) que la produjo. La plata de un
minero pagaba, pues, menos impuestos. Si
el minero la vendía, esta plata cambiaba de estatus y se convertía en plata de
rescate y para fines taxativos, pagaba un 20% de su valor (un quinto). La plata quintada era aquella que ya había
pagado el impuesto del quinto, y se le ponía la marca que lo evidenciaba.
Desde el punto de vista de la
relación entre artefactos e inventarios, estas distinciones, son interesantes
en cuanto nos dan cuenta de algo más que su valor intrínseco o función. La plata del diezmo sólo puede aparecer en el
inventario de un minero. Así aparece
designada una parte de la plata del capitán Domingo de la Fuente, poblador,
encomendero, comerciante y vecino y miembro del gobierno de la villa del
Saltillo. En la enumeración de los bienes del presbítero don Pedro de la Cerda,
no se le designa explícitamente por su nombre, pero fue inventariada aparte de
la plata quintada y de la de rescate; y en ese caso estamos ante la figura de
un presbítero-minero, nada extraño en aquella época y lugar.
La totalidad de la plata que se
menciona en la hacienda de San Juan Bautista es designada como “plata labrada
del rescate”, lo cual implica, en primer lugar, que don Juan González no era
minero productor de ese metal; en segundo lugar, que los objetos manufacturados
(plata labrada) fueron adquiridos por compra y aún no estaban quintados. Por lo
que se refiere al servicio de mesa, San Juan Bautista contaba con los mismos
artefactos que solía haber en las “mesas hidalgas” del Saltillo del siglo XVII.
Platos, tembladeras, cucharas, aunque desde luego, su uso era privilegio de los
señores de la casa. Llama la atención que no hay referencia alguna a los
tenedores en ninguno de los inventarios saltillenses del siglo XVII incluidos
en la muestra.
En casa del ya mencionado Capitán
Domingo de la Fuente encontramos en 1646 el menaje de plata labrada, que
consistía en un plato, una tembladera grande, otras cuatro tembladeras
“normales”; un salero, otro medio salero; dos cucharas y una cucharita.
En 1651, en casa del cura beneficiado
del Saltillo, don Pedro de la Cerda, encontramos la mayor cantidad y diversidad
de cubiertos de mesa de plata: tres platones, tres tembladeras, dos jarros (uno
de ellos grande), tres saleros, una taza, siete platillos, siete cucharas, unas
cucharillas, un cucharón. Había además un barquillo aovado y tres veneras. Tan sólo en servicio de mesa de plata, el
beneficiado poseía 46 kilogramos del metal precioso.
En casa del capitán Nicolás de Asco,
en Parras (1690) encontramos “un salero de plata que pesó dos marcos”, es decir,
casi medio kilo (460 gramos).
Contrastando con lo anterior, María
de Herrera, quien era descendiente de conquistadores y pobladores venidos a
menos, no poseía más plata que una cajita de polvos, y la tenía empeñada en
seis reales (equivalentes a 75 centavos de peso).
Sin pretender contar con una muestra
saltillense estadísticamente completa desde el punto de vista cuantitativo —las
casas de un hacendado-encomendero, un capitán-encomendero-comerciante y un cura
beneficiado— consideramos que, dadas las coincidencias, es bastante
representativa, sobre todo al contrastar con los dos vecinos de Parras que se
mencionan: el capitán Nicolás de Asco (siglo XVII) y don Pablo José Pérez
(siglo XVIII).
A inicios del último tercio del siglo
XVIII, don Pablo José Pérez era vecino de Santa María de las Parras, cosechero
español o criollo, miembro “del comercio” y mayordomo de la Cofradía del Santo
Ecce Homo que se veneraba en el santuario de nuestra Señora de Guadalupe de
dicho pueblo. Era dueño de una casa con
su tienda anexa ubicada en la céntrica Calle Real o de Guanajuato, y en su mesa
—como sucedía en cualquier casa acomodada de la Nueva España— se comía con
platos y cubiertos de plata. En este caso, se trataba de objetos que
totalizaban un peso de 18 marcos de plata menos una onza, esto es, 3 kilos con
910 gramos. Se trataba de 4 platos, 10 cucharas, 10 tenedores, un salero y un
vasito, valuados en $107 pesos de la época. Don Pablo José era propietario de
dos pequeñas viñas llamadas “del Escultor” y de “la Orilla del Agua.” A partir
del inventario de su servicio de mesa, podemos concluir que los tenedores ya
eran artefactos de uso común en la Parras de la segunda mitad del siglo XVIII.
En los inventarios de la hacienda de
San Juan Bautista de los González no se menciona ningún plato de loza, por lo
que suponemos que la gente de servicio no los utilizaba, a pesar de que consta
que en los comercios del Saltillo en esa época se vendían platos de barro de la
Puebla.
Plato de Talavera de Puebla, siglo XVIII
La loza poblana (Talavera
novohispana) era bastante popular en las mesas de los habitantes de la Nueva
Vizcaya en los siglos XVII y XVIII. En la sucesión hereditaria del Capitán
Nicolás de Asco, en 1690 en Parras, encontramos “dos dozenas de platos y dos de
escudillas de la Puebla...”. En el
inventario levantado en la casa y tienda de los Pérez Medina en Parras en los
meses de junio-julio de 1773, se contaban entre los “efectos de tienda” “seis
docenas y dos platos de Talabera a quatro rr(eale)s dozena”. Hoy en día, un
plato de aquéllos sería el orgullo de cualquier coleccionista de antigüedades
del mundo. Según leemos, en Parras se vendían por apenas cincuenta centavos de
peso mexicano la docena, es decir, aproximadamente 1/24 de euro.
Las familias que gozaban de títulos
de Castilla y una renta apropiada, mandaban hacer sus vajillas de porcelana a
China, poniendo cuidado de que se representaran en ellos las armas familiares.