Escudo de Torreón

Escudo de Torreón

lunes, diciembre 31, 2012

Una historia de duendes laguneros

Jesuita del siglo XVII



La presente es una historia presuntamente verídica de “duendes” en el sentido que se entendía su naturaleza en la era colonial: “espíritus que el vulgo cree que habitan en algunas casas y travesean, causando en ellas ruidos y estruendos” (Diccionaro de la Lengua, siglo XVIII).  Las crónicas anuales (Annuas) que los jesuitas laguneros del virreinato enviaban a México y a Roma, son riquísimas en información muy variada que, desafortunadamente, continúa inédita.   

El presente caso es un ejemplo. Los duendes “infestaban” la casa de una familia de tlaxcaltecas laguneros. El padre jesuita que narra el caso, equipara esos “duendes” a espíritus demoníacos, y manifiesta cuál es la estrategia para que la familia en cuestión, quede libre de ellos. Este cronista de Torreón presenta el texto tal como fue escrito, modernizando la grafía para la más clara comprensión del texto. Se añadieron algunas aclaraciones entre corchetes, de acuerdo a la acepción de la palabra o término en cuestión, en el siglo XVII.  

Hay datos de gran interés antropológico, como la diversidad de etnias en 1666; la presencia de temascales, los baños de vapor mesoamericanos, por influencia tlaxcalteca; los techos domésticos de madera (tejamanil), las mentalidades implícitas en el relato, etc. 

A continuación, la transcripción del texto: 


“Este año [1666] se han continuado los ministerios de nuestra Compañía, así para españoles como para indios y otras gentes que no moran en este pueblo [de Parras y su jurisdicción]. [En] la cuaresma, los sábados sobre tarde se hicieron las doctrinas en una plaza pública a los españoles, negros y mulatos, después del canto de las oraciones por las calles. Los jueves sobre tarde se hizo este ministerio para los indios con doctrina y sermón en su lengua, en otra plaza. 

La frecuencia de los sacramentos se han fomentado en los días de jubileos, y fuera de ellos.  A los indios principalmente, socorre esta casa con caridad en sus necesidades espirituales y corporales.  Con los beneficios que ha obrado nuestro padre san Ignacio en este pueblo, crece cada día en los ánimos su devoción y recurso en todas necesidades. 

Este verano, duendes terrestres infestaron a una parentela de indios Tlaxcaltecos en diferentes casas de ella. Primero, se aparecían de día a una niña de ocho años, hacíansele familiares, apartábanla de la casa halagüeñamente, persuadíanla que se fuese con ellos. Ella, enseñada de sus padres, respondía que haría tal. Y como se fuese enflaqueciendo y poniéndose amarilla, sus padres, cudadosos, la trajeron a nuestra iglesia, pidiendome mirase qué remedio podía tener su desconsuelo. 

Respondióles acudiesen a la Virgen Madre de Dios, nuestra señora consoladora de los afligidos, que desde su inmaculada concepción quebrantó con su calcañar la cabeza de la serpiente infernal. Asimismo les dije, invocasen a nuestro padre san Ignacio en aquel trabajo, como antiguamente lo habían hecho (viviendo el santo) los padres y hermanos del colegio de Loreto, con feliz suceso, contra los duendes, que huyeron desterrados del colegio por mandado del santo. 

A la niña impuse [puse al corriente] en la devoción de la Santa Cruz, que de día la trajese siempre en la mano o al pecho, y de noche la pusiese a la cabecera. Supe tenía más de ocho años de edad, y que nunca había confesado sacramentalmente. Encarguélo que lo hiciera, e instruíla para ello. 

Vino al día siguiente y confesó. Desde aquel día, gracias a nuestro Señor, nunca más los duendes inquietaron a la niña, ni le hablaron, ni aparecieron. 

Ese mismo día, según parece, se mudaron estos demonios, de casa de la niña, a la casa de sus abuelos, donde mora mucha gente, cuya quietud turbaban los trasgos [duendes] de varias maneras. A mediodía eran sus más frecuentes apariciones, en figuras de indios chichimecos, caribes [caníbales] con melena [cabello suelto] y cactles [huaraches], totalmente desnudos, arcos y flechas en las manos. Eran en número cinco o seis. 

Una mujer de aquella parentela y casa, de veinte años de edad, era con quien más se familiarizaban aquellos duendes. Convidábanla a que se fuese con ellos, amenazábanla si no lo hiciese, apoderábanla, amedrentábanla con ruido. Y para espantarla, quemaron alguna madera de la cubierta de un aposento, y del temascale [temascal, baño de vapor] de la casa. Esta mujer, habiendo ido por agua a la huerta a mediodía, vió a uno de estos duendes en la figura dicha. Y oyó que le hablaba, y fue tanto su espanto, que cayó en tierra medio muerta, y por muerta la tuvieron los que, viendo que tardaba, la fueron a buscar. Finalmente, después de mucho rato, volvió en sí de aquel desmayo. 

La diligencia cuidadosa de los de aquella casa, advirtió que los demonios dejaban rastros de pisadas, y que todos iban a parar a un rincón de la huerta, donde está un varal espeso y mohoso en parte húmeda, y que de ahí no pasaban. A la noche comenzaban con nuevo ruido a inquietar la gente, que no solo eran demonios medianos, sino también lucífugos [los que huyen de la luz], traían de lejos piedras y las tiraban con fuerza, pero a nadie hirieron. Llegó a tanto la molestia que sentían los moradores de la casa, que eran forzados a cerrar de noche la casa, e irse a dormir a otra lejos, para poder tener reposo.  

En orden a librarse de esta gentilidad [cosa asociada a religiones idolátricas o paganas] tomaron por medio confesar y comulgar, y hacer las diligencias para el jubileo de la Ascensión gloriosa del Señor, lo cual hecho, se templó la calamidad. 

Despés, los vecinos de la casa, contándome lo que pasaba, me pidieron los encomendase a nuestro Señor. Fui a la casa, bendíjela con la bendición que contiene el misal, díjeles pusiesen cruces sobre los árboles y en derredor de la huerta y casa, y que por las tardes, antes de irse a hacer noche a la otra casa, entrasen todos en el oratorio y rezacen un credo de rodillas y rociasen con agua bendita la casa y huerta. También les encargué varias veces, que no se indignasen, ni dijesen palabras iracundas en aquella persecución, sino que la llevasen con paciencia y silencio y conformidad con la voluntad de nuestro Señor. 

Así parece lo hicieron los piadosos indios, y no pudiendo los demonios sufrir los fervorosos actos de virtudes que en aquella casa se ejecutaban, se ausentaron de ella. Y ya ha más de dos meses que sus vecinos viven quietos, contentos y alegres, dando gracias a nuestro Señor Cristo por el beneficio”. 

Y para cambiar de tema, diremos que la Comarca Lagunera celebró las fiestas navideñas con relativa tranquilidad. En Torreón, el comercio estuvo más activo que el año pasado, con mayor flujo monetario y afluencia a los centros comerciales. Las calles y avenidas del centro de la ciudad se congestionaban, como hace tiempo no se veía. 

Sorprendentemente, el clima resultó en verdad primaveral para las fiestas. La nochebuena la celebramos con temperatura de 25 grados Celsius a las nueve y media de la noche. El día veinticinco, día de Navidad, la temperatura del medio día era de 26 grados. No es lo usual en Torreón, donde los inviernos suelen ser moderados, pero no calientes. Todos recordamos las nochebuenas con un frío de 2 a 12 grados. Solo por excepción las ha habido más frías. Ese es el rango acostumbrado. 

Parece que la nochevieja, que celebramos hoy lunes, va por el mismo camino, la temperatura sigue muy benigna, para beneplácito de tantas personas que carecen de un refugio adecuado a las necesidades que crean los inviernos fríos y lluviosos. 

Para nuestros amables lectores, vaya el saludo más cordial, acompañado de los mejores deseos de bienestar, y sobre todo, de paz, para este nuevo año de 2013 que está por iniciar.