Escudo de Torreón

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martes, marzo 16, 2010

No se niega "la cruz de la parroquia"...


José Guadalupe Posada.

Tal vez la mayor parte de la población mexicana con acceso a la información, piensa que el presbítero Marcial Maciel es un ejemplo único de maldad, doblez y ambición sin límites. Mientras más inquisitivas son las investigaciones en torno a su caso, mayor es el pasmo que nos invade.

Sin embargo, el padre Maciel, concediendo que se encontraba afectado en sus facultades mentales —solo así puede uno comprender, mas nunca justificar sus hechos— es tan solo un hijo paradigmático de nuestra cultura.

En efecto, Maciel será quizá una de las creaturas más famosas que haya producido el ambiente social en el que los mexicanos nos movemos, vivimos y somos. Porque México es un país donde prospera la doble moral, la injusticia, la inequidad, el fuero y la impunidad. En nuestro país, el bien particular de algunos grupos de poder económico, político o eclesiástico, se antepone al bien común. La protección brindada a Maciel, lo demuestra.

El éxito y el fracaso de Marcial Maciel, fue haber llevado estas contradicciones hasta sus últimas consecuencias. Podemos pensarlo como un demonio con aspiraciones de santo, un empresario con vestiduras de clérigo, un enfermo de personalidad múltiple con un prestigio internacional que le abrió las puertas de los grandes del mundo entero.

Como arriba decía, el padre Maciel fue una de las más famosos creaturas forjadas a partir de nuestras costumbres en común, pero está muy lejos de ser la única. Un país que ha alcanzado los increíbles niveles de corrupción que tenemos, ha permitido la deformación de la mentalidad de la población de una manera tan significativa, como deplorable.

El aforismo popular “el que no tranza, no avanza”, muestra con toda claridad cómo la corrupción, el engaño, el uso de la fuerza, el desprecio al derecho ajeno y al bien común, se han convertido en “valores” en México, es decir, en medios para lograr el éxito personal a cualquier costo.

No nos asombremos pues. Si el sistema jurídico mexicano funcionara como debiera, no habría suficientes cárceles en el territorio nacional para albergar a tantos corruptos como ha forjado nuestra propia cultura. No es un individuo el que está enfermo, es México entero.

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