Torreón celebra su primer centenario como ciudad, ya que el 15 de septiembre del próximo año 2007 contará exactamente con cien años de existir con esta categoría. Si contamos desde 1893, cuando comenzó la corta historia de Torreón como villa (apenas si duró 14 años, del 24 de febrero de 1893 al 15 de septiembre de 1907) o nos remontamos aún más (como rancho desde 1850), veremos que en ese período se establecieron en nuestra población muchas familias de diversas procedencias.
Muchas de las primeras familias procedían del sur de Coahuila; otras, de diversos estados de la República. Más tarde, llegaron las de origen extranjero, como los empleados del ferrocarril (empresa estadounidense), sus ayudante, cocineros y cuadrillas. Pero al igual que sucedía entre los mexicanos, los extranjeros podían ubicarse en diferentes categorías, de acuerdo a sus ocupaciones. Había extranjeros profesionistas, comerciantes, prestadores de servicios urbanos y agropecuarios. Médicos e ingenieros, entre muchas otras categorías laborales.
No todos los extranjeros provenían de las clases populares, ni todos contaban con las mismas herramientas para abrirse paso en una comunidad que surgió y creció a pasos de gigante.Los profesionistas —ordinariamente pertenecientes a las clases medias mexicanas, europeas o estadounidenses— eran indispensables en un asentamiento nuevo que requería servicios de urbanización, servicios médicos y sanitarios, servicios legales, administrativos, etc.
Algunos extranjeros vendrían por iniciativa de la compañía para la cual laboraban, como sucedía con el ferrocarril; muchos otros dejarían sus países de origen para mejorar sus condiciones de vida en un lugar pletórico de oportunidades como lo era Torreón a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Y sus condiciones económicas en sus países de origen iban desde la pobreza hasta la solvencia empresarial. Pero todos ellos podían incrementar la calidad de sus vidas en la Comarca Lagunera.
Muchos de estos inmigrantes forjaron sus apellidos y linajes en el curso de 100 o más años de notoriedad en Torreón. Otros linajes de origen extranjero ya traían consigo una prosapia de siglos, como es el caso de Andrés Eppen Aschenborn, descendiente de miembros de viejas familias aristocráticas prusianas y francesas (desde príncipes hasta barones) que, como el ave fénix (Aschen Born, el que nace de sus cenizas) creó sus renuevos en La Laguna.
Entre los colonos de origen mexicano, encontramos muchos apellidos que suenan comunes, pero que cuentan con una prosapia de cuatro siglos o más en el sur de Coahuila y en Nuevo León e incluso de siglos atrás, en España y Portugal. Se trata de viejos apellidos ilustres, linajes que ganaron hidalguía en España por sus servicios de colonización, pacificación y descubrimiento a favor de la Corona. Por estas mismas razones se les premió con el título de “Beneméritos” y con otros privilegios, como la exención de impuestos.
Apellidos beneméritos reconocidos todavía en España lo son Adriano, del Toro o Toro, Treviño, Garza, de la Garza, Flores (de Ábrego, de Valdés), González (de Paredes, Hidalgo), Ábrego, Santos (Santos de Coy o Santoscoy), Borrego, Valdés o Valdéz, de la Fuente, de las Fuentes, Fuente, Ramos (de Arriola), Lobo (Guerrero, de Acuña), y muchos otros.
Entre aquellos genealogistas que concurrimos a los congresos nacionales e internacionales (como genealogista tengo 40 años de experiencia) esto que menciono es de sobra conocido. Es muy común que nos llamemos y tratemos de “primos” aunque el ascendiente común haya existido hace 300 años. Sabemos quiénes descendemos del fundador de Saltillo, Alberto del Canto, y quiénes de Diego de Montemayor, fundador de Monterrey, como es el caso de este cronista y el de muchas otras personas que nos enorgullecemos de nuestras viejas raíces coloniales y que atesoramos las correspondientes pruebas documentales.
Es una verdadera pena que tantos torreonenses ignoren sus historias familiares. Contarían con una invaluable herencia cultural e histórica que ninguna suma de dinero, por exorbitante que fuera, podría proporcionar.
Muchas de las primeras familias procedían del sur de Coahuila; otras, de diversos estados de la República. Más tarde, llegaron las de origen extranjero, como los empleados del ferrocarril (empresa estadounidense), sus ayudante, cocineros y cuadrillas. Pero al igual que sucedía entre los mexicanos, los extranjeros podían ubicarse en diferentes categorías, de acuerdo a sus ocupaciones. Había extranjeros profesionistas, comerciantes, prestadores de servicios urbanos y agropecuarios. Médicos e ingenieros, entre muchas otras categorías laborales.
No todos los extranjeros provenían de las clases populares, ni todos contaban con las mismas herramientas para abrirse paso en una comunidad que surgió y creció a pasos de gigante.Los profesionistas —ordinariamente pertenecientes a las clases medias mexicanas, europeas o estadounidenses— eran indispensables en un asentamiento nuevo que requería servicios de urbanización, servicios médicos y sanitarios, servicios legales, administrativos, etc.
Algunos extranjeros vendrían por iniciativa de la compañía para la cual laboraban, como sucedía con el ferrocarril; muchos otros dejarían sus países de origen para mejorar sus condiciones de vida en un lugar pletórico de oportunidades como lo era Torreón a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Y sus condiciones económicas en sus países de origen iban desde la pobreza hasta la solvencia empresarial. Pero todos ellos podían incrementar la calidad de sus vidas en la Comarca Lagunera.
Muchos de estos inmigrantes forjaron sus apellidos y linajes en el curso de 100 o más años de notoriedad en Torreón. Otros linajes de origen extranjero ya traían consigo una prosapia de siglos, como es el caso de Andrés Eppen Aschenborn, descendiente de miembros de viejas familias aristocráticas prusianas y francesas (desde príncipes hasta barones) que, como el ave fénix (Aschen Born, el que nace de sus cenizas) creó sus renuevos en La Laguna.
Entre los colonos de origen mexicano, encontramos muchos apellidos que suenan comunes, pero que cuentan con una prosapia de cuatro siglos o más en el sur de Coahuila y en Nuevo León e incluso de siglos atrás, en España y Portugal. Se trata de viejos apellidos ilustres, linajes que ganaron hidalguía en España por sus servicios de colonización, pacificación y descubrimiento a favor de la Corona. Por estas mismas razones se les premió con el título de “Beneméritos” y con otros privilegios, como la exención de impuestos.
Apellidos beneméritos reconocidos todavía en España lo son Adriano, del Toro o Toro, Treviño, Garza, de la Garza, Flores (de Ábrego, de Valdés), González (de Paredes, Hidalgo), Ábrego, Santos (Santos de Coy o Santoscoy), Borrego, Valdés o Valdéz, de la Fuente, de las Fuentes, Fuente, Ramos (de Arriola), Lobo (Guerrero, de Acuña), y muchos otros.
Entre aquellos genealogistas que concurrimos a los congresos nacionales e internacionales (como genealogista tengo 40 años de experiencia) esto que menciono es de sobra conocido. Es muy común que nos llamemos y tratemos de “primos” aunque el ascendiente común haya existido hace 300 años. Sabemos quiénes descendemos del fundador de Saltillo, Alberto del Canto, y quiénes de Diego de Montemayor, fundador de Monterrey, como es el caso de este cronista y el de muchas otras personas que nos enorgullecemos de nuestras viejas raíces coloniales y que atesoramos las correspondientes pruebas documentales.
Es una verdadera pena que tantos torreonenses ignoren sus historias familiares. Contarían con una invaluable herencia cultural e histórica que ninguna suma de dinero, por exorbitante que fuera, podría proporcionar.
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