Los aficionados del Santos Laguna de Torreón han sido acusados de fomentar las agresiones racistas contra los futbolistas de otros equipos. El pasado fin se semana, durante el encuentro entre los Rayados de Monterrey y el Santos Laguna, hubo un incidente que ha dado mucho de qué hablar a los cronistas deportivos. El jugador Felipe Baloy, panameño de nacimiento, regiomontano por contrato profesional, tuvo la desgracia de anotar el primer gol del partido en el minuto siete del primer tiempo. Desde luego, hubo aficionados del Santos Laguna que no tomaron con filosofía la temprana ventaja de los rayados. Aquéllos comenzaron a agredir a Baloy, seguramente para desconcentrarlo e impedir que hiciera más daño a la portería local. Le gritaron “chango” y “come plátanos” e imitaron los gruñidos de un gorila. Algunos dicen que le gritaron “negro”.
Afortunadamente, estos excesos de la afición no son en lo absoluto representativos de la manera de ser de los torreonenses. Cualquiera que haya vivido en nuestra ciudad lo sabe a la perfección. Fuereño que llega, fuereño que se queda, precisamente por el ambiente de cordialidad que se respira. La verdad, la nuestra es una ciudad entrañable en la que el ciudadano común y corriente sigue viviendo con seguridad. Durante mis años de vida en Torreón, que pasan de 50, nunca he presenciado un solo insulto o agresión de carácter racista contra la gente de color, ni contra los indígenas mazahuas, ni tarahumaras, ni mixtecos o zapotecos, tzeltales o tzotziles que a veces deambulan por nuestra ciudad. Los hay desde los que viven de las dádivas de los transeuntes hasta los que estudian en las mejores universidades regionales. A nadie le molestan y nadie los ofende. En cambio, en la ciudad de México y en otras ciudades de mayor población indígena, estos insultos forman parte de la vida cotidiana. En Torreón se ha avecindado gente de color que ha sido muy querida y respetada, como el inolvidable “Chocolito”, nuestra estrella del beisbol.
Realmente lo que deben tener presente los cronistas deportivos es que la televisión produce aprendizaje, para bien o para mal. Quiero traer a la memoria otro incidente que ocurrió este mismo verano, durante el enfrentamiento entre las selecciones nacionales de Italia y Francia, en el juego final del mundial de futbol en Alemania. El jugador galo Zinedine Zidane le propinó tremendo golpe de cabeza en el pecho al jugador italiano Marco Materazzi, conducta que le valió a Zizou la expulsión del juego y de la ceremonia de premiación. Mucho se dijo que segundos antes del golpe, Materazzi había escarnecido a Zizou con un insulto de carácter racista.
Los aficionados de todo el mundo aprendieron con ello que con insultos de carácter racista es posible lograr la expulsión de un adversario peligroso o desequilibrante.
Desde luego, la conducta de los aficionados torreonenses responsables de los hechos no se justifica, aunque entendemos que son gente de sentimientos “intensos” que se involucra fuertemente con su equipo y con el juego, y que manifiesta modales no muy recomendables. Por su culpa, el resto de la afición puede resultar perjudicada si se sanciona el Estadio Corona, sede del equipo y de los partidos locales.
Mención aparte merecen la xenofobia y sobre todo, la xenofilia, como actitudes cotidianas socialmente compartidas a lo largo de la historia de Torreón, y no como meros estallidos coyunturales en un contexto lúdico pasajero. Pero a estos temas les dedicaremos un apunte posterior.
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