Escudo de Torreón

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viernes, septiembre 18, 2015

Viva la "independencia" nacional




La celebración de las fiestas patrias, aunque siempre es entusiasta, deja mal sabor de boca. El motivo principal de la celebración es la “independencia” de México. Pero al hacer una revisión de la historia financiera del país, lo que viene a la mente es que sin independencia económica, no existe independencia política. 

La intervención francesa por la insolvencia del gobierno mexicano fue en su tiempo, un claro ejemplo de esta situación. La deuda externa de un país puede ser el grillete que lo ate en esclavitud a su amo, sea éste un gobierno extranjero o una institución de crédito de talla internacional. No es posible que un país como México, con deudas interna y externa verdaderamente estratosféricas, celebre su “independencia” como nación “soberana”.

Las reformas aprobadas por el congreso, muestran claramente cómo un país “comparte” sus recursos con otro, por causa de las quiebras causadas por la corrupción. Pemex debería ser la industria insignia mexicana, ejemplo y orgullo de empresa nacionalista. Debería ser una industria generadora de recursos para toda la ciudadanía. Pero pareciera que de verdad esos recursos los hubiera “escriturado el diablo” (como decía López Velarde) para meter “cizaña” entre los mexicanos: corrupción, dilapidación de recursos, impunidad, y finalmente, entreguismo al extranjero.

Si funcionara sin corruptelas ni impunidades, Petróleos Mexicanos podría generar los fondos para las cada vez menores pensiones de los jubilados y elevar el ingreso de las familias, y aún le sobrarían excedentes para crecer como empresa. 

Pero nos encontramos con realidades diferentes. El neoliberalismo extremo ha infectado desde el extranjero a nuestras instituciones. En la práctica, no solo Pemex, sino la nación entera funcionan bajo un esquema patrimonialista empresarial –nacional y extranjero- que para nada contempla a la ciudadanía como una comunidad beneficiaria de la riqueza del país. 

Es decir, pareciera que los gobiernos nacionales aceptan cada vez más la idea de que sólo hay gobernantes y gobernados; que los gobernantes son los “accionistas” de una empresa llamada “México” y los gobernados, simples “trabajadores” a sueldo, legalmente ajenos al capital y a los beneficios (excedentes) de la empresa. 

Y para volver al tema de las fiestas patrias, llama la atención la manera como nuestra bandera nacional ha sido sacralizada. Ha sido convertida en un objeto tan sagrado, que no puede ser lavado, ni remendado, sino destruido conforme a ciertas normas y rituales.

Sin embargo, debemos tomar consciencia de que la bandera mexicana es tan solo un símbolo que representa a todos los mexicanos, y no solamente al territorio nacional o al gobierno.


Sería muy deseable que el mismo respeto que se le profesa a la bandera nacional (porque en efecto es nuestro emblema patrio y lo merece) también se le profesara a la población que dicha bandera representa. El respeto a nuestra bandera debería ser también el respeto a todos los mexicanos por parte de las autoridades: el respeto al derecho de toda la población para gozar de la riqueza nacional, de una buena calidad de vida, de garantías relativas a la integridad física y jurídica -demostrar la culpabilidad y no la inocencia-, derecho a la salud gratuita en establecimientos dignos, derecho a un retiro oportuno y suficiente, derecho a contar con instituciones sanas, productivas y transparentes. Pero claro, es menos comprometedor rendir los honores a la bandera, que honrar a todo el pueblo mexicano. 

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