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Hace medio siglo, el 19 de enero de 1961, un poderoso DC-8 de la empresa Aeronaves de México, se desplomó al despegar del aeropuerto de Idlewild, en Nueva York. Era un día muy frío, con una fuente tormenta de nieve y mucho viento. Poco después de estrellarse, el avión se incendió.
En su caída, el avión rompió la cerca del aeropuerto, derribó dos postes eléctricos, embistió a un automóvil que pasaba por el boulevard Rockayay, para detenerse finalmente en un pantano nevado.
El avión llevaba ciento seis pasajeros a bordo, incluidos los tripulantes. De estos, ciento dos lograron escapar gracias a que el combustible que llevaba el avión era kerosene puro, y no el volátil JP-4, tan usual en los jets. Este combustible les dio tiempo a los pasajeros, para que abandonaran el avión. El JP-4 habría estallado instantáneamente.
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