Cuando se piensa en lo que fue
nuestra ciudad en sus orígenes, se notan grandes diferencias con la actual en varios aspectos. Cuando Torreón
se convirtió en el ferropuerto de La Comarca Lagunera (1884-1888) dio inicio a
un vertiginoso crecimiento económico, social y cultural.
Empresarios regionales
y nacionales de la era porfiriana comenzaron a
invertir aquí sus capitales. A ellos se sumaron los empresarios de
origen extranjero, aprovechando que las sociedades anónimas fueron aprobadas
por completo en 1890.
Desde el punto de
vista económico, Torreón se convirtió en la ciudad más importante de Coahuila.
Los empresarios hacían causa común y sumaban esfuerzos. Esto es muy sencillo de
demostrar: basta darle un vistazo a los protocolos notariales donde se registraban
las nuevas empresas y sus socios. Por lo general, la mayoría de los socios se
conocían bien y tenían acciones en diversas industrias y comercios.
Lo que el
gobierno municipal o estatal no construía, lo sacaban adelante los empresarios,
de común acuerdo en convertir a Torreón en una ciudad modelo. Así, el tranvía,
la electrificación citadina, el puente automotriz sobre el Nazas, fueron obras
de la iniciativa privada.
Con
inmigrantes mexicanos regionales y nacionales, sumados a todos los extranjeros de
muchas nacionalidades que llegaron del continente Americano y de ultramar,
nuestra sociedad era verdaderamente cosmopolita y progresista.
Sin embargo, con
el tiempo esa sociedad tan rica en diversidad cosmopolita se transformó en una
sociedad relativamente homogénea y tradicional. Etnia, nacionalidad y religión
dejaron de significar lo mismo que para los torreonenses de 1910. Los grupos empresariales y sus intereses se
diversificaron, en la práctica económica y política.
La sociedad torreonense se
convirtió con el tiempo en una sociedad dividida contra sí misma, incapaz de
generar consensos a causa de la diversidad de intereses y lealtades. Su
debilidad se hace más evidente con la mayor ingerencia que ha tomado Saltillo
en los asuntos torreonenses. Vamos como el cangrejo: para atrás.
Y para cambiar el tema, mencionamos
que, por desgracia para la investigación genealógica, en nuestro país los
documentos coloniales que hacen referencia a los ancestros, son vistos con
enorme sospecha y de manera prejuiciosa. Padecemos un republicanismo
trasnochado que ya no casa con la seriedad e imparcialidad que requiere el
estudio científico de una familia de la era virreinal.
Por lo general, el
prejuicio radica en asimilar el concepto de “genealogía” con el de “búsqueda
nobiliaria”. Este cronista oficial ha logrado recuperar muchas generaciones de
viejos laguneros, ninguno de ellos aristócrata, pero eso sí, muy valiosos para
la historia de las redes familiares que poblaron la Comarca Lagunera de
Coahuila y Durango.
Como investigadores, no podemos mirar esta clase de
documentos coloniales de manera descontextualizada. Solamente con esa óptica
estaremos en condiciones de entender su significación. La importancia que estos
documentos poseen para los investigadores genealógicos (los registros
parroquiales y testamentarios) consiste en que dan cuenta de los orígenes y
cambios de nuestras sociedades actuales a partir de sus familias, las cuales se
remontan al siglo XVI o el XVII en el norte novohispano.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario