Aún no he sido enterado sobre el asunto este del consejo de la crónica, aprobado por el cabildo la semana pasada. Contra mi costumbre, adjetivé mis textos anteriores en esta Crónica, lo cual se explica por el impacto negativo que me causé enterarme de que, en un asunto tan delicado, no se consultó al Cronista Oficial en funciones. Él es especialista en esos temas y asesor, de oficio y por reglamento, de las autoridades municipales.
Realmente no sé que es lo que tengan en mente las personas que han integrado ese consejo, ni el por qué decidieron mantener completamente al margen al Cronista. Tampoco sé por qué las autoridades municipales decidieron aprobarlo sin las consultas que deberían haber hecho al Cronista.
Lo que sí sé, es que en ese consejo el Cronista Oficial debe tener el derecho a ratificar o no a los miembros que considere idóneos para conformarlo. Debe tener el derecho a decidir quienes integrarán su propio equipo. Y estos, de preferencia, deberán ser originarios y residentes de Torreón. O bien, tener lo menos cinco años de residencia en nuestra ciudad, y no ser funcionarios públicos, obviamente por la posibilidad de conflictos de interés.
Por otra parte, a los miembos que sean ratificados por el Cronista, les ofrecerá un curso de un año sobre materias y disciplinas relacionadas con los géneros de crónica e historia.
Lo primero que tendrá que mostrarles, es que la Historia no tiene existencia propia, que no es un conjunto de “realidades” guardadas en un cofre sobre el cual el cronista puede sentarse para distribuir a su antojo. La historia solamente existe en nuestras mentes, a partir de una narración textual, cinematográfica o museográfica. Cualquiera, basado en documentos o percepciones interpretados conforme a las reglas y principios de las ciencias sociales, puede escribir historia, siempre y cuando lo haga ateniéndose a esos principios. No necesitan ser miembro del consejo, ni cronistas oficiales. Ahí tienen el caso de Monsiváis, cronista no oficial de la Ciudad de México, talentoso y agudo en sus apreciaciones. No hay dueños de la historia. Ningún cronista puede adueñarse de la historia. Pensar que sí puede hacerlo, indica que quien así lo piensa posee una visión ideológica y partidista. Y esto no lo digo yo, sino los grandes teóricos de las disciplinas del pasado.
La crónica implica la capacidad de reconocer fenómenos sociales en cualquiera de los estratos de nuestra comunidad. No se puede tener una visión ingenua. Hay que entrar a estudiar la epistemología de la historia y de la crónica. O sea, de las maneras de conocer e interpretar la realidad. Las anécdotas son cosa del pasado, que a nadie convencen ya.
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