Escudo de Torreón

Escudo de Torreón

miércoles, febrero 29, 2012

90 aniversario de El Siglo de Torreón




El teatro Martínez fue el escenario de la gala con que El Siglo de Torreón, diario citadino, festeja su 90 aniversario de servicio informativo a la comunidad lagunera, 1922-1912.

Con un lleno absoluto, encontramos nombres relacionados con la política, la cultura, las empresas, y otro sinnúmero de actividades y profesiones. Durante la ceremonia, se premiaron a los ganadores del concurso artístico previamente convocado por el Siglo de Torreón.

Se contó con la presencia y actuación de los Cardencheros de Sapioriz, el grupo Mezquite, Danza Contemporánea, del poeta Marco Antonio Jiménez, y de la Camerata de Coahuila, que interpretó magistralmente un programa adecuado para la ocasión. Marcela Pámanes, elegante como siempre en la presencia y en la palabra, fue la maestra de ceremonias.

En el anexo al Teatro Martínez se instaló una exposición de documentos y artefactos relacionados con la historia del ya nonagenario diario de Torreón.

sábado, febrero 25, 2012

En 2009, dictamen favorable del Cabildo sobre la calidad e interés de la Crónica del Dr. Corona Páez



En el Acta del Cabildo de Torreón número 100, de fecha del 30 de abril de 2009, consta que este Cronista, en cumplimiento de su deber, solicitó el 24 de marzo de 2009, el apoyo del Ayuntamiento para publicar las Crónicas Oficiales correspondientes a los años de 2007 y 2008. La Crónica del 2007 constaba de 188 artículos que sumaban 184 páginas y 77 mil 647 palabras, y la del 2008 estaba compuesta por 210 artículos que correspondían a 167 páginas y 75 mil 272 palabras, 398 artículos en total. A éstas se suman actualmente las de 2009, 2010, 2011, más lo que va de 2012.

Ya en 2009, en vista de la relevancia de este trabajo, la Comisión de Educación, Arte y Cultura, en voz del Presidente de la misma Ing. Juan Antonio Sarmiento Álvarez, dictaminó por unanimidad la aprobación del apoyo económico para “la edición del libro ‘Crónica de Torreón 2007 –2008’ con un tiraje de 500 ejemplares de la obra” que calificó como “de gran interés y relevancia cultural para Torreón, que trata de 398 artículos correspondientes a los años 2007 y 2008 con información inédita para la historia de Torreón, así como artículos en torno a los fenómenos y acontecimientos del presente, explicados e interpretados para la ciudadanía” (Acta 100, p. 23).

Este favorable dictamen fue enviado a la Comisión de Hacienda y Patrimonio Público, así como a la Secretaría del Ayuntamiento para su estudio, pero la falta de voluntad política del entonces director del Archivo Municipal se hizo muy evidente a los miembros del Cabildo. Y aunque este funcionario alegó falta de recursos, finalmente quedó claro que sí había recursos, pero se los reservó para publicar un muy discutido libro “de su autoría” sobre el fondo de extranjeros. Finalmente, la alcaldía argumentó que no había fondos, y se canceló la impresión de la Crónica 2007 y 2008.

Ya para entonces quedaba muy claro que, ni la naturaleza misma del cargo de Cronista Oficial, ni la publicación de las Crónicas Oficiales de Torreón, pueden depender del estado de ánimo, o de las simpatías o antipatías del director del Archivo Municipal en turno. Mucho menos cuando se trata de un fuereño.

viernes, febrero 24, 2012

Carta abierta al secretario del Ayuntamiento de Torreón




Señor Miguel Mery Ayup, secretario del Ayuntamiento de Torreón: dado el silencio que sigue guardando en torno a este asunto, lo exhorto nuevamente a que no permita que mi nombre sea utilizado en el consejo de la crónica forjada bajo su patrocinio. Ni fui invitado a colaborar, ni participo en ninguna actividad relacionada con ese consejo. No tienen autorización para usar mi nombre, bajo ninguna circunstancia. Por otra parte, si dicho consejo, para justificar su creación, usó falsos argumentos que lesionen mi buen nombre y desempeño profesional, exijo, ya no como cronista, sino como simple ciudadano agraviado, mi derecho a la réplica, en público, así como públicamente se dijeron tantas mentiras, en sesiones televisivas y radiofónicas a las que, por razones más que obvias, nunca fui invitado.

Más aún, es evidente que el dictamen de la comisión de Gobernación que dio entrada a la formación del actual consejo de la crónica no es conforme a derecho, pues resulta obvio que deliberadamente se ignoró el Manual de Funciones vigente que se refiere a los asuntos del cronista y de la crónica.

Dice usted, señor Mery Ayup, en el documento que usted firmó para promover dicha creación, que

“Hasta el momento la tarea había recaído por tradición, y luego por reglamento, en una sola persona, designada por el alcalde y cuya función había de cumplir de manera vitalicia. No obstante, como resultado de inconsistencias normativas y de otra naturaleza [mismas que usted no explica, señor Mery Ayup] llegó a darse el caso de que convivieran dos o tres personas quienes tuvieron nombramientos emitidos por diferentes administraciones municipales, sin que mediara coordinación entre ellas, ya por iniciativa propia o de la administración”.

Señor Mery Ayup, le agradecería explicara cuáles son esas “inconsistencias” que usted menciona. En cuanto a la coexistencia de los cronistas, está perfectamente considerada en el Manual de Funciones, Facultades y Obligaciones de los Cronistas de la Ciudad de Torreón, Coahuila, aprobado por acuerdo del cabildo de Torreón el 26 de mayo de 1992.

Su artículo primero, inciso 1 dice “El nombramiento de Cronista de la ciudad es vitalicio, sin embargo, en caso de que quede incapacitado, con sus funciones, pasará a ser cronista honorario”. ¿Ignora usted, señor Mery Ayup, que puede haber cronistas honorarios por vejez o enfermedad y solamente uno oficial en funciones? ¿Dónde está el sobredicho problema de la coexistencia?

El inciso 2 del primer artículo del Manual de Funciones ya mencionado, indica que “Tal nombramiento es apolítico y no está sujeto a movimientos de esta naturaleza”. ¿No es eso lo que usted hace, señor secretario del Ayuntamiento, tratar de hacer movimientos por razones políticas? ¿Es por eso que trata de ignorar el manual vigente que regula a la Crónica en Torreón?

Le comento que, por el tenor del texto con el que usted respaldó su solicitud, se trasluce que su asesor es una persona que carece de la preparación que se requiere para fundamentar un asunto como éste, aunque tenga el título que tenga. El hábito no hace al monje.

Su asesor lo hace quedar mal, señor Mery Ayup. Las nociones que maneja revelan claramente que es un ingenuo, que piensa de la crónica y de la historia como lo harían los positivistas del siglo XIX. Se trata de alguien que cree que la realidad existe con independencia del perceptor, o del estrato social; que se puede cortar en tajadas, y que a cada tajada le corresponde un “vocal” de la crónica. ¿No sabe que los eruditos han estudiado la imposibilidad de hacer eso, al hablar del “cronista omnisciente”? ¿No sabe ese señor que no hay acontecimientos aislados, como él supone, sino fenómenos sociales entrelazados? ¿Quiere volver atrás, a la anécdota fragmentadora? Es evidente que tiene una visión fragmentaria de la realidad. ¿No sabe que los fenómenos sociales se correlacionan muy por encima de las “tajadas” con que él pretende “repartir la realidad”? Es risible. No me sorprende que a su asesor, señor Mery Ayup, lo hayan reprobado, y precisamente en Historia, en el Senado de la República. Bochornosa representación la que hizo a nombre de la Comarca Lagunera este saltillense que, con sus hechos, ha demostrado que ambiciona el monopolio de la historia, y hasta de la cultura, en Torreón. Habrá que ver cómo maneja al archivo municipal, esos acervos que son patrimonio de los torreonenses y de los cuales pretende disponer como dueño.

Claro, ese saltillense protegido suyo jamás aceptaría cumplir el Manual de Funciones, que establece en su artículo tercero, inciso 1-a, que el cronista oficial deberá “ser miembro del Patronato del Archivo Municipal, formando parte del Consejo de Asesores del mismo Archivo”. De hecho, jamás recibí una sola invitación en este sentido. ¿Será por temor a que quedara al descubiero su pobre desempeño, o los daños a los acervos?

Repito: la existencia de un consejo plural de la crónica no me molesta, al contrario. Desde luego, me refiero a un consejo que sea formado, no al vapor ni en lo oscurito, sino uno que respete los reglamentos y manuales vigentes en torno a la crónica y la historia, que valore y tome en serio el estudio concienzudo y el debate académico (no como simple “acomodo” político) y sobre todo, que respete la investidura y la prerrogativa del Cronista para participar en su creación, lo cual no sucedió en lo absoluto en el caso que he venido citando. Si el cabildo tenía la inquietud de crear un consejo, si le movía la preocupación del registro puntual de los fenómenos sociales comarcanos (no de los acontecimientos) debió haber consultado al Cronista Oficial, es decir, el único cronista en funciones y asesor natural del cabildo. ¿Dónde vió los enredos y posibles confusiones entre cronistas, señor Mery Ayup? No hay confusión posible, solo existe un Cronista Oficial. Más claro, ni el agua.




jueves, febrero 23, 2012

Nuestros billetes felices

El peso de 1744, llamado "Columnario" de a 8 reales


En el anterior artículo, prometí un segundo texto que tratara de las monedas y billetes que eran de mayor denominación que la del peso. Para comenzar, diré que nuestra moneda, el peso, era la moneda fuerte e internacional en el siglo XVIII, es decir, entre 1700 y 1800. Se usaba en todo el mundo, incluso en China; cuando los comerciantes de las 13 colonias británicas querían indicar que la operación se haría en moneda fuerte (como se haría con dólares en la actualidad) anteponías el signo “ $ “ que era una simplificación de la imagen que aparecía en las monedas de peso novohispanas, el pilar y la banderola del lado derecho de la moneda formaban ese curioso signo.

Un peso constaba de ocho reales, así que cuatro reales equivalían a nuestro “tostón”. Pero su poder adquisitivo era mucho mayor entonces, ya que con cuatro reales, que era el salario diario de un jornalero, se podía comprar un borrego, o alimentar a una familia de doce personas.

En los 1860´s, se adoptó el sistema centesimal. El peso quedó dividido en cien centavos, y ya no en ocho reales. La gente tardó en adaptarse al cambio. A principios del siglo XX, muchas personas seguían usando el término “real” para referirse a la moneda fraccionaria.

Todos nosotros, los nacidos a mediados del siglo XX, escuchamos a nuestros abuelos contar las maravillas que un niño podía hacer con un centavo. Con cinco centavos, se sentían las personas más solventes del mundo.

Es verdad, con el paso de los siglos, el peso fue perdiendo poder adquisitivo, pero este era un proceso muy lento, a través de décadas y hasta centurias. Nada que sucediera durante una sola generación.

El verdadero parteaguas para referir la pérdida acelerada del poder adquisitivo de nuestra moneda, se dio durante el último informe de gobierno del presidente Luis Echeverría, en septiembre de 1976, cuando puso a “flotar” el peso, sin atreverse a decir lo que esto realmente significaba: una devaluación. Recuerdo que los miembros del congreso le aplaudieron a rabiar. En este caso, músicos pagados tocaron buen son, aunque la devaluación implicara un desastre para los mexicanos.

El peso continuó su caída, perdiendo más y más valor, durante los períodos presidenciales de López Portillo, un verdadero “chucho” para defender el peso, según él decía; Miguel de la Madrid, con el “Pacto” para que no subieran los salarios de los trabajadores; Salinas de Gortari, con el Tratado de Libre Comercio (solidaridad para con los EEUU); Zedillo, Fox y nuestro actual presidente, Calderón.

La brillante carrera económica e histórica de nuestro peso, la moneda fuerte del mundo desde el siglo XVIII, terminó en enero de 1993, cuando se le quitaron los tres ceros, para borrar de la memoria de los mexicanos los grandes errores económicos de los presidentes que gobernaron entre 1976 y 1993, que significativamente, pertenecían a un mismo partido. Sin embargo, la historia muestra que la alternancia política no mejoró las cosas. La ruina del peso y el brutal empobrecimiento de los mexicanos, los presenciamos en el curso de una sola generación.

Esta introducción pone en contexto la aparición de billetes de denominaciones cada vez más altas, entre 1976 y 1992.


Como explicaba anteriormente, cuando yo era niño, los billetes que usaba la clase media para la vida cotidiana eran los billetes de un peso (una buena torta o lonche costaba un peso); uno podía entrar al cine Nazas con un billete de cinco pesos, cuando esta sala era la más lucidora y la más cara de Torreón, y todavía uno recibía el vuelto, el cambio, la feria. Con otro billete igual, uno se compraba un sándwich (que recuerdo que revisaba bien, porque en la penumbra del cine, un chile jalapeño y una cucaracha incrustada en el sándwich podían lucir igual), un refresco (Lucky) y un chocolate, y también recibir el vuelto.

Esta capacidad adquisitiva de nuestra moneda en los sesentas, que en retrospectiva nos parece maravillosa, hubiera escandalizado a nuestros abuelos, por el atraco que significaría para ellos.

Esos billetes de cinco pesos eran, creo, los más comunes en las operaciones cotidianas. En su anverso presentaba la figura de una dama enigmática, que me parecía vestida un poco a la turca o a la flapper. A mí me resultaba mucho más misteriosa que la Gioconda. ¿Quién era? ¿Qué méritos tenía para aparecer en los billetes? Resulta que una vez que fui mayor, me enteré del “chisme” que se escondía tras esta figura, un chisme que raya en leyenda. Según algunas fuentes, a la mujer del billete, de origen catalán, se le llamaba “la gitana”, y había sido bailarina de teatro de revista. Se dice asimismo que fue amante del entonces secretario de hacienda. Al llevarla a Nueva York, este secretario fue acusado de trata de blancas, y el donjuanesco secretario presentó su renuncia al presidente Calles. Según esta fuente, Calles no aceptó la renuncia, afirmando que “no quería eunucos en su gabinete” Cuando apareció por vez primera el rostro de “la gitana” en los billetes de cinco pesos, la recatada ciudadanía mexicana se indignó. La versión oficial de la casa que fabricaba los billetes mexicanos, la American Bank Note, declaró que se trataba del rostro de una argelina, tomada hacia 1910.

Otra mujer exótica que aparecía en los billetes de diez pesos, era la “Tehuana”, por el traje típico oaxaqueño que lucía. En este caso, se trataba de una maestra, María Estela Ruiz Velázquez, quien a sus 25 años, ganó un certamen de belleza convocado por la presidencia de la República. El requisito era que las damas llevaran puestos sus trajes regionales. Ella, ganadora del certamen, fue designada para aparecer en los ya mencionados billetes, representando la belleza de las etnias mexicanas.



Un billete muy conocido era el de cincuenta pesos, que era el “domingo” de los niños más afortunados. Con un billete de esos, se iba al cine y se comía o cenaba en el restaurante que uno quisiera. Este billete, color azul y con la efigie del prócer insurgente Ignacio Allende, poseía un poder adquisitivo emblemático. Por lo azul, era llamado popularmente “ojo de gringa”. De ahí nació el juego de palabras de que una mujer “fea” puede tener “muy bonitos ojos” (es decir, ser muy rica, y por lo tanto “atractiva”).

Los billetes de quinientos, y más aún los de mil, muy rara vez se veían circulando en la calle. Más bien se destinaban a operaciones bancarias o pagos verdaderamente cuantiosos. En los años sesentas, el popular Volkswagen, el escarabajo, se compraba por 18 billetes de a mil.

A partir de 1977, los billetes comenzaron a subir sus denominaciones, evidencia de la pérdida vertiginosa del poder adquisitivo. Usted, amable lector, entienda que un billete es en realidad un cheque al portador (por eso la frase que traían todos “el Banco de México pagará a la vista del portador”). Para que un cheque valga la cantidad que dice que vale, la cuenta debe contar con fondos equivalentes. Un cheque que no tiene fondos, pierde su valor. Es lo que pasa en una inflación, la reserva de los bancos, en oro o divisas, es mucho menor que la cantidad que se comprometen a pagar con esos “cheques” llamados billetes. Son cheques “balines”, depreciados.

Hay otros billetes que cuentan con orígenes curiosos. Uno de ellos, el de 200 pesos de Sor Juana Inés de la Cruz, habla de la manía de la hermana de un presidente de la República. Ella se consideraba reencarnación de sor Juana, y hasta le escribió unas “redondillas” a cierto encapuchado del sur. Claro que ello no demerita en lo absoluto la figura de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, luminaria de la cultura novohispana colonial.

Desde 1976 hubo tantas actualizaciones, modificaciones e incrementos nominales en los billetes, que simplemente no los recuerdo. Se me pierden y confundo por sus variados colores, figuras, emblemas, tamaños, materiales, símbolos, efigies y diseños. Me quedo con aquellos “billetes felices” que parecían inagotables en su capacidad adquisitiva, con una economía tan estable, que tardaron mucho tiempo en desaparecer. A partir de septiembre de 1976, todos esos billetes nuevos “flotan” en mi mente, como sigue “flotando” al alza la economía casera. Esa economía que los magnates desdeñan para manejar la ficción del producto interno bruto de la nación, prorrateado entre el número de habitantes. Ingreso per cápita, mera estadística y demagogia.

martes, febrero 21, 2012

Política de apoyos fiscales




La ciudad de Torreón, y en general, la Comarca Lagunera, cruza por un bache económico que ya ha sido reportado por los resúmenes anuales de los diarios locales. Es muy obvio que nuestra economía regional no se encuentra en uno de sus mejores momentos. Sería una buena oportunidad para contar con una política de apoyos fiscales, como ha sucedido en el pasado. Una de las grandes fuerzas propulsoras del desarrollo industrial de Torreón a finales del siglo XIX, fue precisamente, la política fiscal. Desde inicios de la última década de dicho siglo, la exención de impuestos para aquellas industrias que se instalaran en la congregación y luego villa de Torreón fue un inmenso atractivo para quienes estuvieron dispuestos a invertir sus capitales en la creación de establecimientos fabriles y comerciales.

Esta política funcionó por vez primera en La Laguna con excelentes resultados cuando el virrey arzobispo Juan Antonio Vizarrón liberó del impuesto sobre la renta y de impuestos al comercio (alcabalas) a los productores de vinos y aguardientes de Parras y su jurisdicción, en 1738. Por el occidente, este territorio llegaba hasta el río Nazas. Torreón hubiera quedado comprendido en él si hubiera existido por entonces.

En el caso de la congregación y villa del Torreón, esta política fiscal brindó excelentes resultados. Funcionó como un catalizador para el establecimiento de fábricas, y por ende, para ofrecer nuevos horizontes a los inmigrantes que poblaron el núcleo urbano a una velocidad realmente vertiginosa. Y aunque existía un decreto general, cada nueva industria que se establecía en Torreón solicitaba al gobierno del Estado de Coahuila el decreto que la exentaba de manera particular.

Entre los decretos de exención de impuestos, registramos los siguientes:

El decreto del 18 de febrero de 1898 liberaba del pago de impuestos a la instalación del Alumbrado Eléctrico de Torreón.

El decreto del 7 de noviembre de 1897, por el cual se exceptúa del pago de impuestos a la Fundición de Fierro y Acero.

El decreto del 10 de diciembre de 1900 liberó de contribuciones a la Fábrica de Dulces y Aguas Gaseosas de Torreón.

El decreto del 27 de mayo de 1901 liberó del pago de impuestos a una lavandería torreonense movida por vapor.

El decreto del 4 de julio de 1901 liberó del pago de impuestos a la fábrica “La Internacional” de Torreón, cuya matriz estaba en Chihuahua.

El decreto del 11 de diciembre de 1901 eximió del pago de impuestos a una fábrica beneficiadora de ixtle en Torreón.

El decreto del 27 de diciembre de 1901 liberó del pago de impuestos a una empresa prestadora de servicios de limpieza en Torreón.

El decreto del 27 de junio de 1902 eximió de impuestos a una fábrica torreonense de cerillos.

Y como estos, existieron muchos más decretos que muestran con claridad cuáles fueron los incentivos legales con que contó la villa del Torreón para sufrir una metamorfosis demográfica tan extraordinaria como la que aconteció entre 1893 y 1907.


lunes, febrero 20, 2012

Premio a libro lagunero




Sin adjetivos




Aún no he sido enterado sobre el asunto este del consejo de la crónica, aprobado por el cabildo la semana pasada. Contra mi costumbre, adjetivé mis textos anteriores en esta Crónica, lo cual se explica por el impacto negativo que me causé enterarme de que, en un asunto tan delicado, no se consultó al Cronista Oficial en funciones. Él es especialista en esos temas y asesor, de oficio y por reglamento, de las autoridades municipales.

Realmente no sé que es lo que tengan en mente las personas que han integrado ese consejo, ni el por qué decidieron mantener completamente al margen al Cronista. Tampoco sé por qué las autoridades municipales decidieron aprobarlo sin las consultas que deberían haber hecho al Cronista.

Lo que sí sé, es que en ese consejo el Cronista Oficial debe tener el derecho a ratificar o no a los miembros que considere idóneos para conformarlo. Debe tener el derecho a decidir quienes integrarán su propio equipo. Y estos, de preferencia, deberán ser originarios y residentes de Torreón. O bien, tener lo menos cinco años de residencia en nuestra ciudad, y no ser funcionarios públicos, obviamente por la posibilidad de conflictos de interés.

Por otra parte, a los miembos que sean ratificados por el Cronista, les ofrecerá un curso de un año sobre materias y disciplinas relacionadas con los géneros de crónica e historia.

Lo primero que tendrá que mostrarles, es que la Historia no tiene existencia propia, que no es un conjunto de “realidades” guardadas en un cofre sobre el cual el cronista puede sentarse para distribuir a su antojo. La historia solamente existe en nuestras mentes, a partir de una narración textual, cinematográfica o museográfica. Cualquiera, basado en documentos o percepciones interpretados conforme a las reglas y principios de las ciencias sociales, puede escribir historia, siempre y cuando lo haga ateniéndose a esos principios. No necesitan ser miembro del consejo, ni cronistas oficiales. Ahí tienen el caso de Monsiváis, cronista no oficial de la Ciudad de México, talentoso y agudo en sus apreciaciones. No hay dueños de la historia. Ningún cronista puede adueñarse de la historia. Pensar que sí puede hacerlo, indica que quien así lo piensa posee una visión ideológica y partidista. Y esto no lo digo yo, sino los grandes teóricos de las disciplinas del pasado.

La crónica implica la capacidad de reconocer fenómenos sociales en cualquiera de los estratos de nuestra comunidad. No se puede tener una visión ingenua. Hay que entrar a estudiar la epistemología de la historia y de la crónica. O sea, de las maneras de conocer e interpretar la realidad. Las anécdotas son cosa del pasado, que a nadie convencen ya.

sábado, febrero 18, 2012

Cuestión de forma




En mi nota de ayer “El sindicato de la Crónica” no mencioné a la Mtra. Oralia Esparza, antigua compañera de trabajo en la universidad, persona muy capaz y estimable. Y es que, como no se me ha informado absolutamente nada de la constitución de este consejo de la crónica, no sabía que la Mtra. Esparza estaba en él. Para ella, mis respetos.

Un artículo aparecido hoy, menciona que no le reconozco autoridad al cabildo para crear dicho consejo. Para mí, el verdadero problema no radica en la autoridad, sino en la forma en que la ésta se ejerció. Tan sencillo como que si el cabildo planeaba crear un consejo de la crónica, debería haber consultado al asesor idóneo, al Cronista Oficial de Torreón. Asistir y orientar al cabildo en materias de interés para la historia, la crónica o el patrimonio material y documental, es quizá la función más trascendente del Cronista en funciones. Esta omisión, calculada o no, es más que lamentable.

viernes, febrero 17, 2012

El sindicato de la crónica





Existe una enorme diferencia entre lo que los miembros de un cabildo municipal “pueden” hacer, y lo que “deben” hacer. Esta diferencia se hizo muy evidente ayer por la tarde, cuando los regidores aprobaron la creación de un organismo que, aunque se autodesigna “consejo”, se trata de un verdadero sindicato de la crónica. Aclaro que el alcalde de Torreón, Eduardo Olmos Castro, no se encontraba presente en ese momento.

Para su creación, el cabildo de Torreón debería haber consultado al Cronista Oficial, que no solamente es el experto en este tema, sino también el más interesado, por oficio y razón de su cargo. Por reglamento, el cronista es asesor de las autoridades en estos temas. Ninguno de los regidores que participaron en la creación de este cuerpo, tiene grado o posgrado en historia ni en crónica. Y el único “asesor” con el que contaron, fue reprobado en historia, nada menos que en el Senado de la República, por la Presidenta de la Comisión de Historia del mismo, la Dra. Patricia Galeana. Por otra parte, es privilegio de los Cronistas Oficiales, nombrar a sus propios consejos. Los miembros de un consejo aconsejan, auxilian al cronista. No le hacen la guerra. Precisamente por eso es que el Cronista es quien los nombra, en aras de la excelencia académica y de la buena relación. El cabildo de Torreón solamente está propiciando futuros desencuentros.

Para la creación del ahora llamado “consejo de la crónica” no se llamó a consultas a este Cronista, en ningún momento. Antes bien, fue precedido por meses de guerra sucia, de intentos de desprestigiar al cronista a como diera lugar, y usando los argumentos más absurdos y risibles. Nunca quisieron sus miembros aceptar la invitación que este Cronista les extendió, para sostener un debate ante los medios. ¿Por qué? Obviamente, no tenían la capacidad académica para hacerlo, ni podrían soportar la confrontación.

Quiero que quede bien claro que, como Cronista Oficial, me inconformo, no por la existencia de un consejo de la crónica, sino por los procedimientos irregulares que se utilizaron para la creación de ese cuerpo. Fue un verdadero atropello a las funciones de mi cargo. Un atentado contra la transparencia administrativa que tanto trata de impulsar el actual gobernador de Coahuila, Rubén Moreira.

En este punto, le reitero mi amistad al señor Robles de la Torre, a quien considero un historiador con verdadera vocación. Mis respetos para él.

¿Qué lecturas tiene un evento como éste? Podría leerse como un fenómeno social, en el cual, los autores de la historia “fácil” buscan aferrarse a la estructura municipal, ante la presencia de historiadores y cronistas con preparación académica solvente. Es decir, se trataría de un rechazo a la profesionalización de la historia y la crónica.

También puede tratarse de un fenómeno de politización. Es más fácil que un sindicato de la crónica reciba “línea” desde Saltillo, a que lo haga un Cronista de pensamiento independiente, crítico y apartidista. En este sentido, un “consejo de la crónica” buscaría restarle autoridad al cronista, y desdibujar su figura y su influencia como líder de opinión.

En fin, sostengo mi derecho de ratificar o no, a los miembros del consejo de la crónica surgido ayer. Y por cierto, veo que mi nombre ha sido usado, sin que yo tenga conocimiento, ni ellos mi aprobación.

jueves, febrero 16, 2012

Alegría del 14 de febrero



Con verdadero gusto, este Cronista pudo constatar, el pasado 14 de febrero, que la ciudadanía torreonense ha recuperado la alegría de vivir. Efectivamente, el día consagrado por la costumbre a la celebración del amor y la amistad, fue una jornada de gran movimiento mercantil. Durante el día, los centros comerciales registraron mayores ventas de artículos para regalo, y por la noche, los restaurantes estuvieron abarrotados hasta ya tarde.

En general, y a pesar de los infaltables casos de violencia cotidiana, se notaba alegría en el ambiente. La gente de Torreón ha optado por la vida. Se han superado los temores que paralizaban la vida social de nuestra ciudad. Los torreonenses han aceptado que la muerte es un riesgo de la vida cotidiana. Por otra parte, es triste, porque este fenómeno implica cierto grado de desensibilización.

Me parece que hemos vuelto al tiempo de los apaches, cuando nuestra población era verdaderamente el lugar de los grandes esfuerzos. Se vivía con riesgos constantes, y se vivía con alegría, a pesar de todo.

Proyectos maliciosos




Me he enterado de que, al momento de publicar estas líneas, llegará a los miembros del Cabildo de Torreón el tan traído proyecto de reglamento de un consejo de la crónica, cuyos autores han ignorado olímpicamente al Cronista Oficial en Funciones.

Sería una pena que el cabildo tomara en serio semejantes propuestas, sin haber oido antes al Cronista Oficial, que curiosamente, es el encargado de orientar a las autoridades en esos temas.

No hay manera de que mi nombramiento, que es de por vida y fue aprobado por unanimidad en 2005, pueda ser anulado en 2012, por iniciativa de un grupito de “innovadores” aficionados. Más absurdo sería que ese grupito pretendiera, por sus propios fueros, “nombrarme” Cronista en 2012, cuando mi nombramiento es vitalicio, irrepetible y perfectamente legítimo. Y sobre todo, debieron de haber escuchado mi opinión, y no irse por la libre.

Actualización: Le traigo a la memoria al lector, que este grupo de personas es el mismo que se ha presentado en programas de radio y televisión, con el objeto de desacreditarme profesionalmente. Creo que si hubiera tenido buenas intenciones, me habrían invitado para estar presente y responder adecuadamente a cualquier cuestionamiento que pudieran hacerme. Yo no tendría el menor inconveniente en presentarme ante los medios, y defender mi trayectoria y buen nombre. Yo tengo mucho trabajo que presentar como evidencia de mi trayectoria. Mi trabajo habla por mí.

miércoles, febrero 15, 2012

Nuestras monedas felices

Como lo he mencionado varias veces, referir sobre el cambio es hacer historia, historiar. Nunca pensé que algún día haría un recuento de las monedas que usé en mi niñez y juventud, precisamente como un tema de historia. Pero se justifica plenamente: nuestras monedas, sus denominaciones y su poder adquisitivo han variado tanto, que el tema bien merece un artículo. Este es un tópico ignorado por los más jóvenes, particularmente por aquéllos que se perdieron el “numerito” de prestidigitación de 1993, la desaparición de tres ceros de nuestra moneda en un abrir y cerrar de ojos.

Cuando era niño, en la década de los cincuentas, solía comprar bolitas de chicle “Totito”. Estas venían envueltas en un papel transparente impreso, una especie de celofán, cuyos colores eran azul, blanco y rojo. Y claro, con la imagen al centro de “Totito”, cuya identidad jamás pude averiguar. Pero bien pudiera ser que, camino a la tienda, estanquillo o tabarete, cambiara de opinión, y me decidiera más bien por una galleta “marina”. Me llamaba mucho la atención que se le llamaran “galletas”, pues no estaba hecha a base de harina, sino de cacahuate. Era una especie de oblea rígida, color café quemado, con una cara rugosa y la otra muy lisa y brillante. Pero eso sí, una deliciosa golosina. ¿Qué tenían en común el chicle “Totito” y la galleta “Marina”? Pues el precio. Ambas costaban lo mismo, cinco centavos, “un cinco”. O sea, la vigésima parte de un peso. Durante mi niñez, las monedas de cinco centavos tenían apellido: se les llamaba “josefitas” porque en el anverso portaban el perfil de doña Josefa Ortiz de Domínguez. Las había de dos tamaños, chicas y grandes. Las chicas, que brillaban porque eran de latón, eran “las nuevas” (1970-1976) y las grandes, las “viejas” (1942-1955) estaban hechas de bronce y eran opacas.


Un refresco que me encantaba tomar era el “Squeeze” (escuís), distribuido entonces por la Coca Cola. Lo había de limón, de naranja y de manzana (al menos son los sabores que recuerdo). La botella más antigua se caracterizaba por su estructura de prismas. Las botellas más nuevas eran curvilíneas. Este refresco costaba solamente diez centavos, es decir, dos josefitas, o bien, una moneda de a diez, un “diez”. Pero ya en los cincuentas, la moneda de diez era escasa, y por lo que a mí se refería, fea. Estaba hecha de cuproníquel, y se acuñó de 1936 a 1946. No me agradaban los motivos aztecas que la adornaban.


La moneda de veinte centavos era, para los niños, la más usada, creo yo. Muchos supimos de la existencia la ciudad de los Dioses, Teotihuacán, y de su pirámide del Sol, precisamente porque aparecía representada en la moneda de veinte centavos. Veinte centavos costaba una llamada telefónica en una caseta pública. Del peculiar ruido que hacía la moneda al caer al depósito del teléfono público, surgió la expresión “caerle a uno el veinte”. Porque no era hasta que caía el “veinte”, que se establecía la comunicación (o comprensión del mensaje). En algunos barrios populares, cuando inició la transmisión televisiva en Torreón, las señoras que tenían telerreceptor cobraban un “veinte” por dejar entrar a los vecinos a conocer el “maravilloso” invento. Era como una función de cine en casa, con el “ligero” problema de que la programación era muy escasa, y el horario de transmisión, mínimo. Aún así, mucha gente pagó su “veinte” para disfrutar un rato de la “asombrosa” innovación tecnológica.

Un “veinte” costaba una pieza de pan francés o de azúcar. Lo mismo costaba lanzar la canica en las “ruletas” de los churreros. Uno no perdía nada, ya que se garantizaba un “veinte” de churro azucarado. Pero si ganaba, podía ganar un peso de churro, o más. A estos churreros se les veía siempre fuera de las escuelas y colegios. Veinte centavos costaba también abordar un “carrito” de la ruta.

La moneda que le seguía en valor al “veinte” era la muy conocida “peseta”, es decir, la moneda de veinticinco centavos. Era de color plateado, y ostentaba la balanza de la igualdad. Se usaba mucho para comprar 5 artículos de 5 centavos, o bien, uno cuyo valor total fuera ése, precisamente. En lo personal, yo no recuerdo un solo artículo de ese precio.


Por lo general, los refrescos grandes que se vendían en la Comarca Lagunera, como la Coca Cola, la Pepsi Cola, el Squirt, Jarritos, Barrilitos, Pep, Del Valle, Ginger Ale, costaban menos de cincuenta centavos, por lo que se solían pagar con un “tostón”, es decir, con la moneda de 50 centavos. Esta moneda representaba a Cuauhtémoc, y era de bronce. La Coca Cola dominaba el mercado y el gusto urbano, mientras que la Pepsi Cola era más del gusto rural, y de las clases más populares. Yo recuerdo que era el refresco preferido de los albañiles, quienes se referían a esta bebida gaseosa (o “soda”) como “la pecsi”.


El peso podía ser metálico, o de papel, ya que durante mi infancia, el billete de un peso era de lo más común. Había una gran diferencia entre un billete nuevo y uno ya usado. El billete nuevo tenía cierta rigidez y una textura inconfundibles. Daba gusto sentir la marcada textura de los billetes de aquellas épocas, y a veces, hasta los aromas de las tintas. Pero un billete de un peso ya usado, tenía una apariencia muchas veces, lamentable. Enrollado y arrugado, sucio y fofo, daba hasta pena manejarlo. La moneda de un peso era de plata, y estuvo vigente durante mucho tiempo. Estaba adornado con la efigie de Morelos.

A finales de los cincuentas y principios de los sesentas, un kilo de pulpa (carne de res) costaba como dieciocho pesos, y un kilo de filete de mero, diez pesos. Las tortillas, dos pesos cuarenta centavos el kilo. Este era el mismo precio para las cajetillas de cigarros Raleigh, que eran de las más caras.

En un segundo artículo, trataré de las monedas y billetes que eran de mayor denominación que la del peso.

Sin embargo, y para terminar con esta primera parte, quiero recordar que, desde 1993, cada peso actual representa mil de aquéllos de los que he estado hablando. En otras palabras, que la inflación ha sido tan avasalladora, que el valor actual de una pieza de pan, cuatro pesos, en realidad equivale a cuatro mil de aquéllos pesos. Si hubiéramos tenido entonces cuatro mil pesos, hubiésemos comprado veinte mil piezas de pan. ¿Qué le parece?


lunes, febrero 13, 2012

Influenza



Ni la presencia de la influenza estacional, ni de la H1N1 en Coahuila, debe causar temor alguno. Se estima que los casos habidos en el Estado son las cuotas normales de cualquier temporada invernal. Basta con que uno no se descuide en caso de presentar síntomas, y acudir al médico para el correcto diagnóstico y tratamiento. Afortunadamente, los avances de la medicina actual son impresionantes, sobre todo si los comparamos con las carencias que en otros siglos, permitieron la llegada de enfermedades que no se podían combatir.

Por los relatos misioneros sabemos que la primera peste o epidemia que hubo en las recién fundadas misiones de la Comarca Lagunera, fue la de sarampión y viruela, en 1600 y 1601. Las misiones, apenas fundadas en 1598, habían congregado una buena cantidad de indios para su evangelización. Esa contigüidad física, sin duda alguna favoreció la rápida propagación de la enfermedad.

Los indios aborígenes de la región eran llamados genéricamente “laguneros” por vivir en las riveras o islotes del sistema hidrológico formado por el Río de las Nazas, la Laguna Grande (de Mayrán) y el Río Buenaval (Aguanaval). Estos indígenas no habían estado antes expuestos a las enfermedades comunes de Occidente, e incluso, de la Nueva España. Sus organismos no habían generado anticuerpos contra esas enfermedades. Precisamente por esta razón, resultaban tan mortíferas en ellos.

En 1607, la vista del cometa Halley, que ocupaba aproximadamente 90 grados de la bóveda celeste, los aterrorizó, ya que tenían dicho de parte de sus ancestros, que la aparición de cometas significaba siempre grandes mortandades. En esa ocasión, como en muchas otras, los indios más ancianos quemaron en grandes hogueras, canastas de fibras vegetales repletas de pescados y de frutos del mezquite. Se trataba de ofrendas propiciatorias, buscando la “benevolencia” del cometa.

Pero a pesar de las ofrendas de los indios laguneros, hubo una gran epidemia de viruelas. Desde luego, el cometa nada tenía que ver con esta pestilencia, pues a la Comarca Lagunera solían llegar muchos indios gentiles que provenían de la provincia de Quahuila, al norte, y era muy común que llegaran enfermos, huyendo de las pestes que azotaban aquella región. El contagio era pues, inevitable.

Los años de 1622 y 1623 marcan una de los períodos más negros en la historia de las epidemias regionales, ya que en esos años, varias enfermedades atacaron de manera simultánea, a saber: la viruela, el “dolor de costado”, el “tabardete” y el “garrotillo”. El castellano antiguo denominaba “dolor de costado” a la pleuritis o neumonía, y como en La Laguna se describe como peste, debió tratarse de una neumonía viral (contagiosa). El “tabardete”, “tabardillo” o “Matlazáhuatl”, era el nombre con que se designaba el tifo exantemático, o tifo contagioso. El “garrotillo” era el nombre castellano de la enfermedad que conocemos como difteria. A los españoles, los síntomas de ahogamiento les recordaba la muerte por “garrote vil” o estrangulamiento. De ahí el nombre.

Fue tan terrible la mortandad entre los indios laguneros en ese período, que los misioneros comentaban que indios mexicanos y tlaxcaltecas estaban llenando, poco a poco, los tremendos huecos demográficos dejados por aquéllos. La razón era muy sencilla. Tlaxcaltecas y mexicanos contaban con los anticuerpos de los cuales los laguneros carecían. En la Nueva España, donde vivían estos indios sedentarios, el contacto con las enfermedades de Occidente había comenzado un siglo antes que en la Comarca Lagunera.

Las primeras oleadas de enfermedades fueron, sin duda alguna, las más mortíferas para los laguneros. El proceso natural de inmunización costó demasiadas vidas. Las epidemias siguieron, como la de viruela en 1650, y muchos indios la padecieron de manera benigna. Pero la gran mayoría sucumbió durante las epidemias iniciales. La mezcla biológica con tlaxcaltecas y mexicanos le permitió a algunas familias de laguneros, en Parras y en Viesca, evitar la completa extinción de sus linajes.

Afortunadamente, la ciencia moderna ha puesto a nuestro alcance los antibióticos y los antivirales que se requieren para evitar estas tragedias sociales. En el 2009, la presencia de la influenza H1N1 alarmó al país y al mundo, por tratarse de una nueva cepa, cuyo índice de mortalidad no se conocía. Las medidas tomadas entonces por el gobierno federal fueron muy efectivas, aunque también costosas. Sin embargo, las acciones realizadas evitaron muchas muertes. En 2012, sabemos que si uno presenta síntomas severos de gripe, entre ellos la fiebre alta, hay que consultar al médico para atenderse y recibir el tratamiento correcto. Con una atención adecuada, nadie tiene por que enfermar de gravedad.


domingo, febrero 05, 2012

Crónica de una guerra sucia




Nuestra moderna ciudad de Torreón es testigo de la feroz lucha con que un grupo de “historiadores” le hacen la guerra sucia a su cronista legítimamente nombrado por unanimidad por un cabildo plural.

En realidad, se trata de un fenómeno de lucha en contra de la profesionalización de la historia. Se trata de la lucha que algunos grupos de historiadores aficionados mantienen contra la historia escrita por profesionales. Porque, evidentemente, carecen de la preparación y de las habilidades que requiere la escritura de una historia académica. Y quieren, a como de lugar, un nicho en la estructura política municipal.

Y como no pueden acreditar sus trabajos (si los tienen) entonces se dedican a desacreditar al Cronista de la Ciudad. Porque para sus fines e intereses de escribir la historia o la crónica amateur, el Cronista de Torreón es un verdadero obstáculo.

Mientras los integrantes de este grupito se han dedicado a vociferar, el Cronista de Torreón ha escrito y publicado varios libros de investigación, y ha ganado dos premios internacionales. Y si creen que este Cronista solamente escribe historia, y no crónica, deberían visitar mi página de Crónica Virtual, donde doy fe del acontecer de nuestra ciudad y municipio desde 2006, con más de 900 artículos. Está página fue elogiada por las autoridades de la UNAM como la más constante y antigua de México en su categoría.

Los argumentos de este grupito de “historiadores” son tan ingenuos, que hasta da pena considerarlos. Lo que ellos pretenden hacer, lo hace el suplemento de fin de año de cualquier diario regional. Y son los medios de comunicación los que dan fe del diario acontecer en cualquier ámbito de la actividad torreonense. Es absurdo que un Cronista quiera competir con la prensa, la radio o la TV; el cronista debe ser selectivo e interpretativo. Para eso es cronista. Se le encomienda la responsabilidad de discernir entre los acontecimientos, no la tarea de consignarlos todos, y de escribir la historia de la ciudad. La premisa "historia" o "crónica" es falsa. El Cronista de una ciudad siempre ha hecho ambas cosas.

Muchas de estas “historiadoras”, “historiadores” y “políticos de la historia” poseen una trayectoria poco clara. No alcanzo a creer la enorme temeridad con que hablan a la comunidad de Torreón, sobre estos temas o sobre cualquier otro. Hace meses les propuse un debate académico ante los medios de comunicación, en vivo, y nadie recogió el guante. Sigo esperando respuesta.

Finalmente, mi nombramiento como Cronista es legal y es vitalicio. No me molestaría en lo absoluto nombrar un consejo de la crónica, como dice la señora Isabel Saldaña que hizo el señor Guillermo de Tovar y de Teresa, Cronista de la Ciudad de México. Es mi prerrogativa como Cronista el hacerlo. Pero señores aspirantes al consejo de la crónica de Torreón, por favor, hay maneras de hacer las cosas. Yo no he recibido una sola invitación del señor secretario del ayuntamiento, ni de nadie, para dialogar sobre el tema. Así que si se efectivamente se llegara a nombrar un consejo de la crónica sin tomar mi opinión ni respetar la dignidad de mi legítimo cargo, será por imposición y obedeciendo a sabrá Dios qué obscuros intereses.

Y esta guerra sucia que consigno, estimados lectores, es un artículo más de mi crónica. No está de más mencionarlo, por aquéllos que dicen que solamente escribo historia.

jueves, febrero 02, 2012

Nuevo libro de historia regional




Hoy a las veinte horas, en el recinto del Museo de La Revolución, fue presentado el libro "El Río Nazas a través de sus obras hidráulicas". Este cronista fue uno de los comentaristas, y transcribo el texto que se leyó para la ocasión.

"En mi calidad de Cronista Oficial de Torreón, me encuentro entre ustedes para comentar, con beneplácito, la aparición de un nuevo texto de historia lagunera, el cual lleva por nombre EL RIO NAZAS A TRAVÉS DE SUS OBRAS HIDRÁULICAS. El libro es fruto del esfuerzo de la arqueóloga Marisol Sala Díaz, y del Mtro. Gerardo Berlanga Gotés.

Antes de pasar a comentar dicho texto, mencionaré que uno de los más antiguos y poderosos protagonistas de la historia lagunera, ha sido precisamente el Río Nazas. Caudal milenario de aguas vivificantes, sus funciones y su propia historia han cambiado, según ha cambiado la cultura de sus propios usuarios.

El Río Nazas, llamado en el siglo XVI “Río de las Nasas”, por los artefactos que usaban los indios laguneros para pescar o para transportar lo pescado, era el integrante de mayor importancia cualitativa y cuantitativa de un sistema hidrológico, del cual el río Buenaval, llamado posteriormente “Aguanaval”, también formaba parte, lo mismo que las grandes lagunas de Mayrán, Viesca y Tlahualilo.

Este sistema hidrológico era tan evidente e identificable, que en 1594, el rey Felipe II llamó al territorio en el cual se asentaba, “Provincia de La Laguna” y posteriormente “País de La Laguna”.

Para los aborígenes laguneros de la etapa prehispánica, las aguas del Nazas, durante los años de lluvias normales, constituían bienes libres para el consumo, es decir, agua para beber. También conformaban el hábitat de peces y aves, es decir, de algunos animales útiles para la alimentación. Las aguas del Nazas también servían de soporte para sus balsas de tule, llamadas naboyas. En los años de sequía, los escurrimientos del río y algunos peces, se depositaban en esteros donde ordinariamente se formaban las lagunas. Dichos esteros, verdaderas reservas alimenticias, eran disputados por los grupos de aborígenes, y los más fuertes y poderosos se adueñaban de ellos. Los grupos laguneros más débiles, practicaban entre sí la guerra para comerse a los cautivos y a los muertos. El agua era vida, y su ausencia significaba muerte, incluso muerte violenta.

Con la llegada de los colonizadores occidentales u occidentalizados, como eran españoles peninsulares y criollos, indios tlaxcaltecas, indios mesoamericanos, mestizos y negros esclavos de Angola y de Guinea, la relación con el suelo y con el agua cambió en la Comarca Lagunera. Suelo y aguas pasaron a ser propiedad del rey. Solamente el rey podía mercedarlas o cederlas, a título individual o colectivo, a través de las autoridades y de las leyes. Con la introducción de la cultura agrícola y ganadera, el agua dejó de ser un bien libre, y se convirtió en un bien de prducción con valor de cambio.

Desde entonces, desde finales del siglo XVI y principios del XVII, la historia del agua en la Comarca Lagunera ha estado vinculada a la historia de la producción agropecuaria o agroindustrial, y por lo tanto, a la historia de las relaciones entre sus usuarios. Ha sido también la historia de una cultura material orientada a la mejor y más eficiente conservación y distribución de las aguas, desde las fogaras tlaxcaltecas, hasta los tajos, presas y redes de canales revestidos, o de los puentes que los cruzan.

Precisamente, de muchos de estos fenómenos sociales, económicos y culturales nos habla EL RIO NAZAS A TRAVES DE SUS OBRAS HIDRÁULICAS.

Como arriba mencionamos, el protagonista es el Río Nazas, así que en un primer capítulo, se muestran sus generales: Geografía, geología, comunidades por las que pasan o pasaban sus aguas. En un segudo capítulo, leemos algunos antecedentes históricos sobre la tenencia del agua, los conflictos de interés entre sus usuarios, así como las comisiones y reglamentos que generaron estos conflictos. En el capítuo tercero, leeremos acerca de las obras materiales que se construyeron para cumplir los reglamentos, para eficientar el uso y manejo del agua, para represar y conservar los excedentes del agua de lluvia de las cuencas, y para permitir el tránsito seguro y rápido sobre los cauces del río.

El capítulo cuarto nos da cuenta de las avenidas memorablemente destructivas del río Nazas, así como de las obras materiales que se realizaron para proteger a la ciudadanía de tales avenidas. Un apéndice final, presenta el proyecto Parque Río Nazas.

Y para hablar del significado de este libro para los laguneros, señalamos que se trata de una obra de carácter divulgativo, ricamente sazonada con ilustraciones a todo color, verdaderos testimonios gráficos de un pasado que no podemos ver de manera directa. Se trata de un texto del mayor interés para los laguneros curiosos por nuestra historia, y particularmente, por nuestra historia hidrológica, en su conjunto o en su detalle, ya que el libro aporta infinidad de datos históricos concretos relacionados con el uso y manejo del agua en nuestra región".