Escudo de Torreón

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jueves, febrero 23, 2012

Nuestros billetes felices

El peso de 1744, llamado "Columnario" de a 8 reales


En el anterior artículo, prometí un segundo texto que tratara de las monedas y billetes que eran de mayor denominación que la del peso. Para comenzar, diré que nuestra moneda, el peso, era la moneda fuerte e internacional en el siglo XVIII, es decir, entre 1700 y 1800. Se usaba en todo el mundo, incluso en China; cuando los comerciantes de las 13 colonias británicas querían indicar que la operación se haría en moneda fuerte (como se haría con dólares en la actualidad) anteponías el signo “ $ “ que era una simplificación de la imagen que aparecía en las monedas de peso novohispanas, el pilar y la banderola del lado derecho de la moneda formaban ese curioso signo.

Un peso constaba de ocho reales, así que cuatro reales equivalían a nuestro “tostón”. Pero su poder adquisitivo era mucho mayor entonces, ya que con cuatro reales, que era el salario diario de un jornalero, se podía comprar un borrego, o alimentar a una familia de doce personas.

En los 1860´s, se adoptó el sistema centesimal. El peso quedó dividido en cien centavos, y ya no en ocho reales. La gente tardó en adaptarse al cambio. A principios del siglo XX, muchas personas seguían usando el término “real” para referirse a la moneda fraccionaria.

Todos nosotros, los nacidos a mediados del siglo XX, escuchamos a nuestros abuelos contar las maravillas que un niño podía hacer con un centavo. Con cinco centavos, se sentían las personas más solventes del mundo.

Es verdad, con el paso de los siglos, el peso fue perdiendo poder adquisitivo, pero este era un proceso muy lento, a través de décadas y hasta centurias. Nada que sucediera durante una sola generación.

El verdadero parteaguas para referir la pérdida acelerada del poder adquisitivo de nuestra moneda, se dio durante el último informe de gobierno del presidente Luis Echeverría, en septiembre de 1976, cuando puso a “flotar” el peso, sin atreverse a decir lo que esto realmente significaba: una devaluación. Recuerdo que los miembros del congreso le aplaudieron a rabiar. En este caso, músicos pagados tocaron buen son, aunque la devaluación implicara un desastre para los mexicanos.

El peso continuó su caída, perdiendo más y más valor, durante los períodos presidenciales de López Portillo, un verdadero “chucho” para defender el peso, según él decía; Miguel de la Madrid, con el “Pacto” para que no subieran los salarios de los trabajadores; Salinas de Gortari, con el Tratado de Libre Comercio (solidaridad para con los EEUU); Zedillo, Fox y nuestro actual presidente, Calderón.

La brillante carrera económica e histórica de nuestro peso, la moneda fuerte del mundo desde el siglo XVIII, terminó en enero de 1993, cuando se le quitaron los tres ceros, para borrar de la memoria de los mexicanos los grandes errores económicos de los presidentes que gobernaron entre 1976 y 1993, que significativamente, pertenecían a un mismo partido. Sin embargo, la historia muestra que la alternancia política no mejoró las cosas. La ruina del peso y el brutal empobrecimiento de los mexicanos, los presenciamos en el curso de una sola generación.

Esta introducción pone en contexto la aparición de billetes de denominaciones cada vez más altas, entre 1976 y 1992.


Como explicaba anteriormente, cuando yo era niño, los billetes que usaba la clase media para la vida cotidiana eran los billetes de un peso (una buena torta o lonche costaba un peso); uno podía entrar al cine Nazas con un billete de cinco pesos, cuando esta sala era la más lucidora y la más cara de Torreón, y todavía uno recibía el vuelto, el cambio, la feria. Con otro billete igual, uno se compraba un sándwich (que recuerdo que revisaba bien, porque en la penumbra del cine, un chile jalapeño y una cucaracha incrustada en el sándwich podían lucir igual), un refresco (Lucky) y un chocolate, y también recibir el vuelto.

Esta capacidad adquisitiva de nuestra moneda en los sesentas, que en retrospectiva nos parece maravillosa, hubiera escandalizado a nuestros abuelos, por el atraco que significaría para ellos.

Esos billetes de cinco pesos eran, creo, los más comunes en las operaciones cotidianas. En su anverso presentaba la figura de una dama enigmática, que me parecía vestida un poco a la turca o a la flapper. A mí me resultaba mucho más misteriosa que la Gioconda. ¿Quién era? ¿Qué méritos tenía para aparecer en los billetes? Resulta que una vez que fui mayor, me enteré del “chisme” que se escondía tras esta figura, un chisme que raya en leyenda. Según algunas fuentes, a la mujer del billete, de origen catalán, se le llamaba “la gitana”, y había sido bailarina de teatro de revista. Se dice asimismo que fue amante del entonces secretario de hacienda. Al llevarla a Nueva York, este secretario fue acusado de trata de blancas, y el donjuanesco secretario presentó su renuncia al presidente Calles. Según esta fuente, Calles no aceptó la renuncia, afirmando que “no quería eunucos en su gabinete” Cuando apareció por vez primera el rostro de “la gitana” en los billetes de cinco pesos, la recatada ciudadanía mexicana se indignó. La versión oficial de la casa que fabricaba los billetes mexicanos, la American Bank Note, declaró que se trataba del rostro de una argelina, tomada hacia 1910.

Otra mujer exótica que aparecía en los billetes de diez pesos, era la “Tehuana”, por el traje típico oaxaqueño que lucía. En este caso, se trataba de una maestra, María Estela Ruiz Velázquez, quien a sus 25 años, ganó un certamen de belleza convocado por la presidencia de la República. El requisito era que las damas llevaran puestos sus trajes regionales. Ella, ganadora del certamen, fue designada para aparecer en los ya mencionados billetes, representando la belleza de las etnias mexicanas.



Un billete muy conocido era el de cincuenta pesos, que era el “domingo” de los niños más afortunados. Con un billete de esos, se iba al cine y se comía o cenaba en el restaurante que uno quisiera. Este billete, color azul y con la efigie del prócer insurgente Ignacio Allende, poseía un poder adquisitivo emblemático. Por lo azul, era llamado popularmente “ojo de gringa”. De ahí nació el juego de palabras de que una mujer “fea” puede tener “muy bonitos ojos” (es decir, ser muy rica, y por lo tanto “atractiva”).

Los billetes de quinientos, y más aún los de mil, muy rara vez se veían circulando en la calle. Más bien se destinaban a operaciones bancarias o pagos verdaderamente cuantiosos. En los años sesentas, el popular Volkswagen, el escarabajo, se compraba por 18 billetes de a mil.

A partir de 1977, los billetes comenzaron a subir sus denominaciones, evidencia de la pérdida vertiginosa del poder adquisitivo. Usted, amable lector, entienda que un billete es en realidad un cheque al portador (por eso la frase que traían todos “el Banco de México pagará a la vista del portador”). Para que un cheque valga la cantidad que dice que vale, la cuenta debe contar con fondos equivalentes. Un cheque que no tiene fondos, pierde su valor. Es lo que pasa en una inflación, la reserva de los bancos, en oro o divisas, es mucho menor que la cantidad que se comprometen a pagar con esos “cheques” llamados billetes. Son cheques “balines”, depreciados.

Hay otros billetes que cuentan con orígenes curiosos. Uno de ellos, el de 200 pesos de Sor Juana Inés de la Cruz, habla de la manía de la hermana de un presidente de la República. Ella se consideraba reencarnación de sor Juana, y hasta le escribió unas “redondillas” a cierto encapuchado del sur. Claro que ello no demerita en lo absoluto la figura de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, luminaria de la cultura novohispana colonial.

Desde 1976 hubo tantas actualizaciones, modificaciones e incrementos nominales en los billetes, que simplemente no los recuerdo. Se me pierden y confundo por sus variados colores, figuras, emblemas, tamaños, materiales, símbolos, efigies y diseños. Me quedo con aquellos “billetes felices” que parecían inagotables en su capacidad adquisitiva, con una economía tan estable, que tardaron mucho tiempo en desaparecer. A partir de septiembre de 1976, todos esos billetes nuevos “flotan” en mi mente, como sigue “flotando” al alza la economía casera. Esa economía que los magnates desdeñan para manejar la ficción del producto interno bruto de la nación, prorrateado entre el número de habitantes. Ingreso per cápita, mera estadística y demagogia.

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