Escudo de Torreón

Escudo de Torreón

domingo, julio 29, 2012

Coahuila: la deconstrucción de su historia





















Durante la guerra de agresión estadounidense de 1847, de tan amarga memoria para México, el gobierno central mexicano cayó en la cuenta de que algunas regiones de la república no se habían solidarizado con una causa que debería haber sido nacional. Existen muchos testimonios que dan cuenta de que innumerables mexicanos pensaron que esa guerra era un mero asunto entre los Estados Unidos y la ciudad de México. En pocas palabras, un gran número de mexicanos tenían más identidad regional que nacional.  

En vista de situación tan potencialmente peligrosa, los gobiernos liberales mexicanos posteriores a la caída de Maximiliano —los mismos que fortalecieron la autoridad del gobierno central por medio de la política, la economía, el ejército y la educación— consideraron pertinente la creación e impulso de un modelo historiográfico que incrementara el nacionalismo y la lealtad de los estados de la federación para con el centro del país. De esta premisa resultó una historia oficial y estandarizada, un discurso histórico que dio un papel protagónico a la ciudad de México a costa de las historias regionales.

Desde luego, esta resultó ser una “historia nacional” más ideológica que científica, particularmente por lo que se refería a la conquista y, en buena medida, al período colonial. Era un discurso que en retrospectiva hizo del Imperio de México-Tenochtitlan el mítico centro de nuestra “vida y orgullo nacional.” Esta pretensión, además de ser inexacta, constituyó un flagrante anacronismo. Cuando llegó Cortés en 1519, nuestro actual territorio estaba poblado por muchas naciones —soberanas o sometidas— que de inmemorial contaban con población sedentaria, tierras ancestrales, gobiernos, leyes y lenguas o dialectos propios. Sin duda alguna pensaríamos ahora que todas ellas tenían el derecho a la existencia y a la libertad.  

En la parte norte de nuestro país existían los grupos llamados “chichimecas”, nómadas o seminómadas, con una configuración política y una relación espacial diferente a la de las naciones sedentarias. Es decir, para 1519 existía una enorme pluralidad de culturas, etnias, lenguas, naciones y grupos. Hacer del Imperio de México-Tenochtitlan el fundamento y paradigma de nuestra historia nacional antigua equivale a legitimar el imperialismo de una agresiva nación indígena a costa de aquellas que padecieron e incluso resistieron su militarismo. 

Como todo imperialismo, el de los mexica era injusto, abusivo y muy odioso para quienes lo padecían. Debido al enorme poderío militar que éste desplegaba, solamente las vecinas naciones purépecha (tarascos) y tlaxcalteca pudieron resistir la máquina guerrera mexica.  

De hecho, los cuatro reinos confederados de Tlaxcala (Tizatlán, Ocotelolco, Tepectípac y Quiahuiztlán) constituían una nación profundamente amante de su libertad, soberanía y costumbres. Por mantener su libertad, los tlaxcaltecas peleaban hasta la muerte. Es muy notable que pensaran que el orgullo y la nobleza del hombre consistía básicamente en la vida libre, exactamente como los alemanes entendían la libertad del “freiherr” o los vascos la del “hidalgo”. No entendían la nobleza de la sangre sin libertad y sin el correspondiente ejercicio de las armas. Consideraban preferible la muerte a la deshonra o la esclavitud. El caso del guerrero tlaxcalteca-otomí Tlahuicole, histórico o imaginario, ejemplificaba esta mentalidad.   

Los mexica no estaban dispuestos a tolerar el espíritu independiente de los tlaxcaltecas ni sus consecuencias políticas. Trataron de debilitarlos para luego someterlos. Organizaron un gran bloqueo económico contra Tlaxcala y posteriormente acudieron a la estrategia de la guerra sistemática. Los gobernantes de México-Tenochtitlan mostraron con toda claridad su pretensión de someter por la guerra a los tlaxcltecas llegando hasta el genocidio si fuera necesario.  

Quizá lo hubiesen logrado con el tiempo si las circunstancias no hubieran actuado a favor de los tlaxcaltecas. Ante la súbita irrupción de Cortés en 1519, el mundo indígena no pudo quedar indiferente. 

Cuando las fuerzas de Cortés llegaron al territorio tlaxcalteca en 1519, los cuatro reyes confederados pensaron que se trataba de fuerzas aliadas de Moctezuma II dispuestas a cumplir sus amenazas de conquista. En consecuencia, les hicieron la guerra de manera feroz. 

Los españoles, tras padecer varios enfrentamientos encarnizados, evaluaron la fuerza y el número de los guerreros tlaxcaltecas. Cortés optó por enviarles mensajeros de paz y alianza. Los cuatro reyes confederados, según nos lo refieren tanto el cronista Díaz del Castillo como el mestizo Muñoz Camargo, entendieron lo trascendental que sería para la defensa de los cuatro señoríos contra los mexica una eventual alianza hispano-tlaxcalteca.  De hecho, los cuatro gobernantes fueron más allá: comenzaron a preguntarse si no serían estos guerreros blancos aquellos con quienes sus dioses ancestrales les dijeron que habrían de unirse y mestizarse: 

Muñoz Camargo refiere lo que dijo el rey Xicoténcatl a los otros reyes de Tlaxcala en 1519:

“Ya sabéis, grandes y generosos Señores, si bien os acordáis, cómo tenemos de nuestra antigüedad como han de venir gentes de la parte de donde sale el sol, y que han de emparentar con nosotros, y que hemos de ser todos unos…Estos dioses u hombres, veamos lo que pretenden y quieren, porque las palabras con que nos saludan son de mucha amistad, y bien deben de saber de nuestros trabajos y continuas guerras, pues nos lo envían a decir.”  Muñoz Camargo, Diego. “Historia de Tlaxcala”. Crónica del siglo XVI. Editorial Innovación. México. 1982. Libro II. Capítulo III. p. 85

De este mismo discurso da cuenta un asombrado Bernal Díaz del Castillo:

“También dijeron aquellos mismos caciques que sabían de sus antecesores que les había dicho un su ídolo en quien ellos tenían mucha devoción, que vendrían hombres de las partes de donde sale el sol y de lejanas tierras a los sojuzgar y señorear; que si somos nosotros, que holgarán de ello, que pues tan esforzados y buenos somos. Y cuando trataron las paces se les acordó de esto que les habían dicho sus ídolos, y que por aquella causa nos dan sus hijas, para tener parientes que les defiendan de los mexicanos. Y después que acabaron su razonamiento, todos quedamos espantados y decíamos si por ventura decían verdad.” Díaz del Castillo, Bernal. “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”. Editorial Porrúa. México. 1976. Capítulo LXXVIII (78). p. 135.

Es muy interesante que tanto los mexica como los tlaxcaltecas creyeran haber recibido avisos de sus deidades ancestrales. Pero mientras que los dioses mexica lloraban ante la inevitable aniquilación de sus guerreros, de su imperio y de su cultura expansionista, los dioses tlaxcaltecas anunciaban a su pueblo —no menos guerrero— una época de transformaciones, supervivencia, mestizaje y unidad política.    

Los tlaxcaltecas defendieron su libertad y su honor nacionales peleando contra los españoles. Cuando éstos les ofrecieron una alianza que resultó ser estratégica para ambos bandos, lo consideraron con cuidado. Celebraron consejo sin desechar las voces de sus antiguas deidades. Fueron fieles a sí mismos. Los mexica deberían atenerse a las consecuencias de sus propias acciones imperialistas y pagar las resultados. Y esto no sólo de parte de los tlaxcaltecas, sino de todos aquellos pueblos que México-Tenochtitlan tenía sometidos. El imperialismo mexica cavó su propia tumba al generar un odio mortal en los pueblos que conquistó, humilló y sangró. Todos ellos se convirtieron en aliados de Cortés. 

Cuando los historiadores oficiales crearon el mito de que la historia de la ciudad de México sería equiparable a la historia nacional, los tlaxcaltecas —de un plumazo— fueron considerados “traidores”.  A la luz de lo que hemos tratado aquí, es evidente que una nación soberana no puede ser tildada de “traidora” por el simple hecho de que no se deje conquistar por otra. Defender su territorio, su gobierno y su cultura no es traición. Incluso se puede perder algo de autonomía (principio del mal menor) con el fin de salvar el orgullo nacional y la propia identidad. Este fue el precio que los tlaxcaltecas decidieron pagar. La alianza con los españoles los iba a convertir en una especie de estado aliado asociado, en una “autonomía” dentro del Imperio Español de los Austria. Su religión iba a cambiar. Pero ¿no era esto lo que les habían anunciado sus deidades? Como lo demostrarían a lo largo de la era virreinal, los tlaxcaltecas cambiarían para seguir siendo los mismos. Jamás padecerían del trauma de conquista, pues ellos siempre fueron —de Jure  y de Facto— conquistadores, y muy particularmente en la Nueva Vizcaya. 

El impacto de la cultura tlaxcalteca en el norte virreinal, de manera particular en lo que hoy llamamos Coahuila, fue enorme. Es bien sabido que Saltillo, Parras, Viesca y otras poblaciones coahuilenses tuvieron un altísimo porcentaje de colonos tlaxcaltecas. Ellos aportaron la cultura madre del mestizaje norteño, y configuraron, junto con los españoles, una mentalidad, una manera de ver la realidad, una actitud ante la vida que explica hasta la fecha la manera de ser de buena parte de los habitantes de estas regiones. Es algo de lo cual podemos estar profundamente orgullosos. Su herencia cultural sigue viva entre nosotros. 

viernes, julio 27, 2012

Un vino que no enviciaba

















En alguna ocasión hemos hablado de la producción de vinos, aguardientes y vinagres en la Comarca Lagunera de Coahuila durante el virreinato. Hemos demostrado fehacientemente que, lejos de ser una actividad perseguida por las políticas peninsulares, la producción de vinos, aguardientes y vinagres de uva en el País de La Laguna, y particularmente en Santa María de las Parras, era una actividad que contaba con la protección oficial de la Corona y del obispado de Durango, en cuya jurisdicción caía dicho pueblo y parroquia. 

El monarca y la sede episcopal  protegían la fabricación de vinos y aguardientes de orujo (bagazo de uva) laguneros —que siempre fueron considerados legales— lanzando penas de excomunión contra todas aquellas personas que de alguna manera se viesen involucrados en la producción o el manejo directo o indirecto de bebidas elaboradas con alcoholes espurios o “ilegales”, es decir, aquéllos que no procedieran de la vid. Sin embargo, y por excepción, el pulque blanco era considerado por ley “bebida legal”. 

Gracias a esta disposición, los tlaxcaltecas e indígenas del sur de Coahuila pudieron fabricar esa clase de pulque, sin problema alguno. Es precisamente en virtud de esta consideración, que saboreamos a la fecha, el tradicional “pan de pulque” de Saltillo. La demanda de bebidas alcohólicas era muy grande en la Nueva España, sin ser la excepción la parte norte. Más aún, quizá dicha demanda era mayor en esta región debido precisamente a que, desde principios del siglo XVII, la Nueva Vizcaya (Durango, Chihuahua, sur de Coahuila, Sinaloa y Sonora) o al menos una buena parte de ella, era un área productora de bebidas alcohólicas, algunas de ellas legales (las de uva) y muchas otras, la mayoría quizá, ilegales, llamadas también “bebidas prohibidas”.   

En el concepto español, solamente las bebidas alcohólicas derivadas de la uva eran “sanas” o “saludables”. Todas las demás causaban, bajo ese criterio, vicio y desórdenes orgánicos y morales, y por lo tanto, se consideraban ilegales. Por esta razón, el 26 de mayo de 1725, el obispado de Durango, que abarcaba los estados de la federación arriba mencionados, emitió un edicto episcopal que condenaba la embriaguez (con alcoholes ilegales) como un vicio detestable a los ojos de Dios y por ser aquella raíz de pecados, vicios y desordenes.  Por esta razón, se vetó la producción y consumo de bebidas como los aguardientes de maguey (tequila, mezcal, sotol) de caña o de miel (rones, chinguiritos). 

Se vetó asimismo una pléyade de bebidas de nombres pintorescos y hechuras diversas, como la cantincara, ololinque, mistelas de imitación, vinos de coco,  sangres de conejo, binguíes, tepaches, mezcales, guarapo, bingarrotes, pulques amarillos y otros muchos que con semillas de árbol del Perú, varias raíces y otros perniciosos ingredientes, se componían y fabricaban  “con conocido daño”. 

Bajo pena de excomunión mayor quedaba prohibida a toda persona del obispado, fuere cual fuese su estado o calidad (noble o plebeyo) la fabricación, compra, manipulación o uso de tales bebidas.  Consideramos que la verdadera razón de ser del edicto no era la de evitar o disminuir la embriaguez  —como si el vino de uva o el aguardiente de orujo no la provocasen— sino el temor al creciente arraigo y consumo de otras bebidas con el consiguiente decremento en la producción de vinos y aguardientes de uva, particularmente en el País de La Laguna, y la correlativa baja en los montos de los diezmos y en los beneficios sociales del cultivo de la vid.  


sábado, julio 21, 2012

Los Giammattei y los Wong Lean














En la Comarca Lagunera, la familia Giammattei tiene por tronco principal a Miguel Giammattei Peruchini, quien nació en Deccio de Brancoli, Lucca, en la Toscana (norte de Italia) el 30 de septiembre de 1868. A los 27 años de edad llegó a México procedente de los Estados Unidos. Ingresó al país el 27 de diciembre de 1895 por Ciudad Juárez, Chih.

Hacia 1900, Miguel Giammattei casó con la señorita Severina Ramos Maciel, descendiente de antiguas familias laguneras. Ella era originaria de Nazas, Dgo., donde nació el 8 de noviembre de 1875. Leonila, la primogénita del matrimonio, nació en Nazas, Dgo. el 28 de mayo de 1901. Otras hijas de este matrimonio fueron Josefina, Enriqueta, Amparo, Carmen y Micaela.

A continuación transcribo el acta de nacimiento de esta primera Giammattei mexicana y lagunera:

“209. Doscientos nueve. Nacimiento de Leonila Giammattei”. “En la ciudad de Nazas, a las 9 nuebe de la mañana del día 5 cinco de junio de 1901 mil novecientos uno, ante mí, Lic. Luis Estevané, Jefe Político del Partido y Juez del Estado Civil de este municipio, compareció el señor Miguel Giammattei, de 33 años de edad, casado, natural de “Deccio de Brancoli”, Ytalia, y vecino de esta ciudad, y presentó una niña viva, que nació en este lugar, el día 28 veintiocho de mayo anterior, a las 11 once de la noche, y a quien le puso por nombre Leonila, hija legítima del compareciente y de la señora Severiana Ramos, de 28 veintiocho años, casada con el compareciente, natural y vecina de este lugar. La niña presentada en este acto es nieta por línea paterna, del finado Nicolás Giammattei y de la señora Luisa Poruccini, de 76 setenta y seis años, natural y vecina de “Deccio de Brancoli”; por la materna, de los finados Victoriano Ramos y Juliana Maciel. Fueron testigos de esta manifestación los señores Juan Mendoza  y Antonio Enemejio, mayores de edad, casados, artesanos naturales y vecinos de este lugar. Leída la presente acta, manifestaron su conformidad y firmaron: Luis Estevané = Miguel Giammattei = Juan Mendoza = Antonio Enemejio = Rúbricas “

Para 1905, la familia Giammatei Ramos estaba ya bien establecida en Torreón. En ese año, Miguel era uno de los comerciantes de la ciudad, con su negocio en la calle Ildefonso Fuentes. En 1932, la residencia familiar se encontraba ubicada en la avenida Matamoros número 428 poniente.

Leonila Giammatei Ramos, a quien ya hemos mencionado, se convirtió en una maestra, y para 1932 permanecía soltera, entregada a su vocación.

Josefina nació el 3 de diciembre de 1905 en Torreón. Siguió el ejemplo de su hermana mayor, y se convirtió en una reconocida maestra. En Torreón, una institución de enseñanza preescolar lleva su nombre.

Enriqueta nació en Nazas, Dgo. hacia 1906. En 1932 vivía en la casa familiar ocupada en labores propias del hogar.

Amparo nació el 15 de enero de 1908 en Torreón. En 1932 vivía con sus padres y hermanas en la casa de la avenida Matamoros.

Volviendo a la señorita Leonila Giammattei Ramos, diremos que hizo sus primeros estudios en el Colegio “La Paz” (antes Jesús María) y en la Benito Juárez. Estudió en la Escuela Normal de Saltillo, donde ingresó el 1 de marzo de 1915. El sábado 22 de junio de 1946, celebró sus bodas de plata profesionales, cuando sus padres aún vivían.

Otra familia lagunera de viejo cuño fue la de los Wong Lean Esta familia estuvo conformada por dos hermanos, Jesús y José. El mayor era Jesús, nacido el 5 de octubre de 1871 en el puerto de Cantón, en China. José, el menor, había nacido el 30 de octubre de 1876, también en Cantón. Era cinco años menor que Jesús.

Fue el hermano menor, José, el que se aventuró a buscar mejores condiciones de vida en ultramar y se embarcó para México. Llegó al puerto de Salina Cruz, Oaxaca, durante la era porfiriana, el 16 de diciembre de 1906. En 1911 siguió su ejemplo su hermano mayor, Jesús, quien desembarcó en Manzanillo, en Colima, el 26 de septiembre de 1911.
Nada indica que José haya estado viviendo en Torreón durante los trágicos acontecimientos del 15 de mayo de 1911. Su hermano apenas desembarcaba en Manzanillo a cuatro meses de ocurrido el genocidio. Lo más seguro es que ambos hermanos se encontraran laborando en otra región del país.

Según un registro documental, al inicio de los años treintas (1932) José era comerciante, y su domicilio había estado ubicado en la avenida Juárez número 919 oriente (a unos pasos de la calle nueve, por la Juárez) en Torreón. En esa época, Jesús, ya viudo, era comerciante de abarrotes y residía en la avenida Iturbide (ahora Presidente Carranza) número 915, en Torreón. Es decir, también vivía a unos pasos de la calle nueve, pero por la Iturbide. Seguramente ambos hermanos habían sido vecinos de casa, pero para esa fecha, José residía en Parral, en Chihuahua.

Ambos hermanos declaraban ser seguidores de las doctrinas morales y religiosas de Kongzi o Kong Fuzi, conocido en castellano como Confucio.

viernes, julio 20, 2012

Los Banda González













Es nuestro interés proporcionar sustento histórico (documental) a algunas de los datos que nuestro antecesor en el cargo, el Cronista Eduardo Guerra, menciona en la sección de “Nombres ligados a la historia de Torreón”, de su “Historia de Torreón”. La mayor crítica que se le ha hecho como historiador, es que nunca hizo una adecuada referencia a sus fuentes documentales, sino que simplemente las transcribió. No poder consultar los documentos en los que se basó, por omisión de una adecuada referencia, constituye un grave inconveniente en la escritura de la historia.

El caso que hoy mencionaremos, se basa en la historia oral que Eduardo Guerra recogió y transcribió. Lo que haremos en este artículo será un simple ejercicio de verificación y sustentación documental de la información recopilada.

Se trata de la familia “Banda”. Eduardo Guerra entrevistó a dos miembros de esta familia, a Ignacio y a Manuel, quienes declaraban ser hijos de Librado Banda, y sobrinos de José Banda, estos dos últimos relacionados con la administración del rancho del Torreón. José lo administraba en 1877, y años más tarde, Librado sería administrador del rancho y encargado de la presa.

El testimonio de Ignacio Banda recogido por Eduardo Guerra indica que aquél nació en Mapimí el 5 de febrero de 1867. Al realizar la búsqueda en el archivo de los Santos de los Últimos Días, hemos encontrado que Ignacio en realidad fue bautizado en Mapimí el 13 de enero de 1867. Seguramente nació, no el 5 de febrero, sino el 5 de enero de ese año. Sus padres fueron Librado Banda y María Isabel Gómez. De estos mismos padres nació Manuel Banda, hermano de Ignacio.

Librado Banda era a su vez hijo de Simón Banda y de Paula González, y se casó con María Isabel Gómez el 31 de diciembre de 1864 en la “capilla de Avilés” (Hacienda de Avilés, en la margen derecha del Río Nazas) frente a lo que ahora es Lerdo, Durango, apenas a un tiro de piedra de la presa del rancho del Torreón.

José Banda, el mencionado tío de Ignacio y Manuel, era hijo de Simón Banda y Paula González, y por lo tanto, hermano de Librado, y se casó en Mapimí el 15 de octubre de 1874, con Micaela Porras. En el padrón de la Congregación del Torreón, levantado en 1892, aparece un José Banda casado con Epigmenia Mascorro. Casi seguramente se trata de un segundo matrimonio de José, el cual declaró en 1892 tener 37 años de edad (habría nacido en 1855), ser comerciante y saber leer y escribir. Su mujer tenía 26 años de edad, y sus hijos, en esa fecha, eran Antonia, de 6 años, Paula, de 3, y Carmen, de 1.

El bisabuelo paterno de Ignacio y Manuel Banda habría sido Juan José Eligio Banda, casado con María Rafaela de los Ríos, nacidos y radicados en el Partido de Mapimí del siglo XVIII.

Eduardo Guerra menciona que la familia Banda “estuvo vinculada fuertemente a la historia de Torreón, en su origen”. José y Librado Banda fueron administradores del Rancho del Torreón, y Manuel, hijo de Librado, fue testigo ocular del paso del ferrocarril en 1885. Fue tal el susto del niño (tenía 7 años de edad) que salió corriendo a esconderse entre los mezquitales que existían en lo que después se llamó “La Alianza”.

Eduardo Guerra atribuye un papel importante a Ignacio Banda, en la recolección de documentos que sirvieron para la escritura de la “Historia de Torreón”. Los laguneros de vieja cepa colonial tuvieron un rol fundamental en la fundación y en los primeros años de nuestra ciudad. Muchos inmigrantes que llegaron a este lugar fueron laguneros de vieja cepa, y aportaron su trabajo, ya como simples labradores o como administradores del Rancho y Hacienda del Torreón. Fue a través de estos inmigrantes regionales que la cultura lagunera de la época colonial llegó para quedarse en nuestra ciudad.

jueves, julio 12, 2012

La Segunda Compañía Volante de Parras








Difícilmente se puede hacer la relación de los militares de La Laguna Colonial, sin mencionar antes a los cuerpos de soldados que existieron en nuestra Comarca Lagunera.

Entre 1810 y 1820, en los actuales territorios de Coahuila y Texas (recordemos que mucho tiempo fueron una sola provincia) existieron famosos cuerpos militares, como los Tlaxcaltecas Provinciales de Coahuila, Milicias de Monclova, Piqueteros de Río Grande, Lanceros del Presidio de Río Grande, Voluntarios del Río Grande, Patriotas de Coahuila, Artilleros de Monclova, Provinciales de Río Grande, Compañía de Béjar, Compañía Presidial de la Bahía del Espíritu Santo, Compañía Volante de Parras, Milicias de Béjar, Milicias de Texas, Compañía Presidial de Coahuila, Compañía Presidial de Bavia, Compañías Volantes de Coahuila, Lanceros de Coahuila y el Regimiento de Extremadura.

El área comprendida entre Mapimí, Cuencamé y Saltillo, era resguardada de los ataques de los indios bárbaros por una compañía de caballería, llamada la Segunda Compañía Volante de Parras, conocida también como de San Carlos de Parras o del Álamo de Parras. El nombre le venía por tener su cuartel en el Álamo de Parras (Pueblo del Álamo, en la jurisdicción parroquial de Parras) actualmente la ciudad de Viesca, en la Comarca Lagunera de Coahuila.

En 1783, el subinspector de las tropas de Coahuila, Luis Cazorla, solicitó un reclutamiento de gente para la creación de dos compañías de caballería, o volantes: una para Parras, y otra para Saltillo. Los primeros soldados de la recién formada Segunda Compañía de Parras, ingresaron en ella en enero y febrero de 1784.

Ocho años después, en 1791, las autoridades militares de las Provincias Internas decidieron que la Segunda Compañía Volante de San Carlos de Parras (San Carlos era el Presidio, y el Álamo de Parras era la cabecera y cuartel de su Segunda Compañía Volante) pasara con sus soldados y familias, al Valle de Santa Rosa (Múzquiz, Coahuila). Sin embargo, los pueblos de Parras y Álamo de Parras levantaron un memorial, argumentando que “este pueblo y vecindario de Parras y el corto pueblecito del Álamo están situados a la frente directa meridional del Bolsón que se nombra de Mapimí”, que entre Cuencamé y Saltillo no hay otras poblaciones que Parras y el Álamo, que si se trasladaba la Segunda Compañía, quedarían a merced de los bárbaros, puesto que “desde el año de 1766 en adelante ha llegado a lo sumo el poder de dichos bárbaros en todas las Provincias Internas” y que Parras sería “la primera víctima de su furor” puesto que “no han dejado en dicho País de La Laguna, ni una sola res, yegua, caballo o mula” y los indios habían hecho innumerables muertes. La petición fue despachada a favor de los laguneros.

Un precioso documento del Archivo General de Simancas (España) menciona el estado de cosas de la Segunda Compañía Volante de Parras al 20 de octubre de 1797. Este manuscrito está firmado en Álamo de Parras, por Antonio García de Tejeda, capitán del Presidio de San Carlos desde 1795. El encabezado del documento dice textualmente: “Cuerpo Volante. Provincia de Coahuila. Caballería. Compañía de San Carlos de Parras. Mes de Octubre de 1797”. “Extracto de la Revista de Inspección que por comisión del Señor Comandante General Mariscal de Campo Dn. Pedro de Nava ha pasado a la Compañía que guarece el cuartel del Pueblo del Álamo el capitán del Presidio de San Carlos, Don Antonio García, en los días 16, 17 y 18 de Octubre de 1797”.

Los oficiales y plana mayor eran los siguientes: capitán don Pedro Carrasco, oficial de acreditado valor y práctica en la guerra. El teniente don Antonio Toledo, oficial de buena conducta. El primer alférez don José Montenegro, oficial de buena conducta y práctica en la guerra, pero imposibilitado para seguir en la carrera por sus achaques. El segundo alférez don Pedro Larramendi, quien tiene buena conducta y la instrucción necesaria para el manejo de intereses. El capellán don Manuel Sáenz de Juangorena, quien desempeña con regularidad las funciones de su ministerio. El armero Vicente Rivera. El tambor Cipriano Algarate.

La sargentos y la tropa estaban constituidas de la siguiente manera: sargento Raymundo Sánchez, 1 plaza, 7 caballos, 1 mula. Sargento Ignacio Cardoza, 1 plaza, 7 caballos, 1 mula. Sargento José Méndez, 1 plaza, 7 caballos, 1 mula. Cabos: 6 plazas, 33 caballos, 4 mulas. Otros cabos: 2 plazas, 10 caballos, 2 mulas. Soldados: 50 plazas, 200 caballos, 37 mulas. Otros soldados: 32 plazas, 132 caballos, 17 mulas. Los totales eran: de oficiales y plana mayor: 7 plazas. De tropa: 93 plazas, 396 caballos y 63 mulas.

Dice el texto original que “Es la tropa de mediana talla, robusta, de acreditado valor en lo general, endurecida en la fatiga y de honrados procederes, observa subordinación y disciplina, tira regularmente al blanco y está medianamente instruida en los ejercicios de a pie y a caballo propios de su instituto, y se ocupa incesantemente en campañas contra los indios enemigos”.

A partir de 1798, la Segunda Compañía Volante de San Carlos de Parras fue trasladada a diferentes lugares, hasta que, hacia 1803, se le asignó por destino San Antonio de Béjar y San Antonio de Valero (Texas). En esta vieja misión, los 100 laguneros y sus familias construyeron un fuerte —que llegaría a ser histórico— al que llamaron “El Álamo” en recuerdo de su natal Álamo de Parras.

Algunos de los miembros de la Segunda Compañía lucharon a favor de la independencia de Texas, y otros, en contra.
Ver Sergio Antonio Corona Páez, “Presidios y militares laguneros en el siglo XVIII” en “Llanura sin fin. Ensayos de historiografía lagunera”. Dirección Municipal de Cultura de Torreón. Comisión de Historia del Consejo para la Celebración del Centenario de Torreón. Torreón, 2005, pp. 13-33.

lunes, julio 02, 2012

Investigación sobre cultura juvenil














En relación a una nota periodística publicada por un reportero local hace unos días, mencionamos que las universidades y tecnológicos pertenecientes al Sistema Universitario Jesuita (SUJ) hace ya buen tiempo que manejan, entre sus líneas de investigación, la de “Cultura Juvenil”. La Universidad Iberoamericana Torreón, como parte del SUJ, participa en esta investigación a través del Centro de Investigaciones Históricas, el cual desarrolla, desde el verano de 2011, la sublínea “Apatía juvenil”.  

Los primeros resultados de esta investigación, disponibles ya en abril de 2012, resultaron muy reveladores. Debe recalcarse que no se trata de una investigación predictiva, sino interpretativa. No predice conductas, solo trata de explicar las que existen entre los jóvenes. 

Entre muchos otros factores, se analizaron las relaciones, perspectivas y expectativas de los jóvenes en torno a estructuras sociales de México, tales como familia, escuela, iglesia, economía y gobierno. Pudo constatarse que la política mexicana es una de las grandes generadoras de inquietud entre ellos, quizá la estructura que más lo hace (gobierno). Esto, mas las modernas tecnologías de comunicación y la existencia de redes sociales, explica movimientos recientes, como el “Yo soy 132” compartido por alumnos de muchas instituciones de educación superior. Sin embargo, a partir de los estudios del Centro de Investigaciones Históricas, no había manera de predecirlos. 

Los estudios sobre “Cultura Juvenil” y “Apatía” tienen fines pedagógicos, buscan incrementar el aprovechamiento escolar, entender mejor al joven en su moderno mundo actual, y son absolutamente apolíticos.