Escudo de Torreón

Escudo de Torreón

lunes, febrero 18, 2013

La ética protestante en los orígenes de Torreón



Max Weber, sociólogo


Por lectura o por referencias, todos hemos sabido que existe cierta relación entre el espíritu del protestantismo y la búsqueda del éxito económico. Este es un tema que aborda Max Weber en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”. Pero cuando Weber escribía sus textos, de hecho tenía en mente la doctrina de ciertas ramas del protestantismo, como son aquellas que profesan la fe Calvinista.

¿Esta mentalidad de bendición y éxito económico como algo deseable en la vida cotidiana, se encuentra solo en el Calvinismo? La verdad es que no. La encontramos en muchas otras de las ramas del protestantismo histórico, el que tuvo su principio con Lutero. De hecho, Martín era un monje agustino, católico alemán, que, influenciado por las circunstancias de su tiempo y lugar de origen, realizó una nueva lectura sobre el mensaje de los evangelios. Como maestro de Sagradas Escrituras, sabía bien que en el Antiguo Testamento, la riqueza era interpretada como una bendición de Dios, y la pobreza, como una maldición.

Parece existir una correlación positiva en el hecho de que los Estados Unidos y algunos países del norte de Europa cuenten a la vez con mayoría protestante y con mayor calidad de vida. A finales del siglo XIX o principios del XX, algunos de los habitantes de estos países vinieron a poblar Torreón, y trajeron consigo la expectativa de éxito económico propia de sus credos religiosos. Esta gente creía en el trabajo duro y en el éxito en esta vida. Muchos de ellos se encuentran entre los ilustres forjadores de nuestra ciudad.

Apellidos laguneros de procedencia alemana como Achilles, Aschenbach, Aulenbacher, Billerbeck, Blobaum, Brasch, Bunsen, Christ, Dinkel, Dumke, Feige, Garbrecht, Grave, Groth, Hamm, Hansen, Hedderich, Hichsches, Hoser, Hubner, Kempke, Kientzle, Kinkel, Klostermann, Kuster, Ladwig, Luetke, Menzel, Meyer, Muller, Oelmeyer, Priesemuth, Ramm, Reichle, Reuter, Richter, Rickmann, Riemer, Riess, Ruesch, Schaab, Schereiner, Spar, Spengler, Ude, Wick, Wigand, Witt, Woerner son de origen luterano o protestante.

Entre los apellidos laguneros de procedencia estadounidense y origen luterano o protestante se cuentan, entre otros, los siguientes: Allen, Amos, Arkeketo, Attuell, Avery, Banks, Bell, Bennett, Bird, Blaner, Bledsoe, Boren, Boyle, Bragg, Brewer, Butt, Buttler, Calvin, Carahan, Carrie, Carson, Caudell, Clark, Clarke, Clary, Cope, Crane, Crawford, Creelie, Champney, Dickenson, Dodson, Downs, Duckett, Eager, Evans, Ferguson, Filimore, Fischer, Flynn, Follet, Franke, Giese, Godlieb, Golson, Goodman, Gorham, Graham, Graves, Greenwalt, Hadfield, Halbert, Hancock, Harper, Heirs, Holbrook, Hughes, Hunt, Huthsteiner, Jackson, Jockel, Kalisch, Karnes, Kirklin, Kruger, Lane, Lee, Lewis, Litchfield, Mapp, Marrs, Martin, Mattox, Mc Elvenny, Midgett, Milton, Miller, Milling, Moulton, Mugge, Nelson, Owen, Owens, Parker, Pederson, Pester, Quinn, Reese, Roberts, Rountree, Rowe, Ruffin, Rufus, Schlatterer, Smith, Soper, Sorke, Stewart, Stubblefield, True, Tucher, Ulmer, Vester, Volkhausen, Walker, Watts, Webb, Welmaker, Wesley, Wilson, Williams, Wise, Yeandle, Young.

En vista de la gran cantidad de familias de procedencia extranjera que profesaban la fe cristiana en alguna de las iglesias protestantes, sería oportuno considerar que la mentalidad, la actitud que estas personas tenían hacia el trabajo duro y hacia la creación de la riqueza no era un factor meramente étnico o racial, sino eminentemente cultural. No hemos estudiado aún el impacto que los valores del protestantismo pudieron haber tenido en el desarrollo económico de Torreón y de La Laguna. 

sábado, febrero 09, 2013

Ancestros del general González Herrera


Recientemente publiqué un artículo sobre el 137 aniversario del asesinato del general liberal lagunero Jesús González Herrera. Con curiosidad siempre insatisfecha, me di a la tarea de hurgar en los archivos en búsqueda de datos sobre sus ascendientes. Lo más reciente es conocido, pero lo más remoto, no. Muestro a continuación, algunos de los datos obtenidos.

General Jesús González Herrera

Por la línea paterna, el general Jesús González Herrera, originario de Viesca, Coahuila, era hijo de don Jesús González Borrego y de doña María del Pilar Herrera Flores; nieto de don Salvador González Castañeda y de doña María del Pilar Ponce Borrego y de la Garza (a veces el “Ponce” se omitía); bisnieto paterno de don Francisco González y doña Rita Castañeda. Doña María del Pilar Ponce Borrego era hija de don José Miguel Ponce Borrego y de doña María Rosa de la Garza. Por razón de sus negocios, este último matrimonio se asentó en Villa de García, Nuevo León; en Monclova y en Viesca, Coahuila.

Por la línea materna, la de los Herrera, o más correctamente, los “García de Herrera” (era un apellido compuesto) el general Jesús González era nieto de don José María Catarino de Jesús Herrera Moreno, nacido en Parras el 25 de noviembre de 1778, y de doña María del Pilar Flores; bisnieto materno de don Ignacio García de Herrera y Villegas y de doña María Basilia Moreno y Gutiérrez.

Don Ignacio García de Herrera y Villegas casó en Parras el 4 de febrero de 1776, y era criollo, originario del pueblo de Teotitlán, Puebla y vecino de Parras desde 1765. Era hijo de don Luis García de Herrera y de doña María Gertrudis Villegas. Doña María Basilia Moreno y Gutiérrez era originaria de Durango, hija de don Pedro José Moreno y de doña Francisca Xaviera Gutiérrez. La partida de matrimonio de esta pareja está firmada por el célebre cura de Parras, José Dionisio Gutiérrez, autor de la “Pequeña Historia [Historeta] de La Laguna” relato rubricado en diciembre 31 de 1786. Para 1780, año en que nació su hijo Ignacio Mariano de Jesús, don Ignacio García de Herrera y Villegas, bisabuelo del general González Herrera, era Primer Capitán de la Compañía Militar de Parras, y Corregidor de Chihuahua por designación de don Teodoro de Croix, Comandante General de las Provincias Internas. En 1787, ya como ex corregidor, participó en el “Dictamen del asesor de la Comandancia”, documento en el que don Ignacio denunció los malos tratos a los indios de Chihuahua. La familia de los García de Herrera comerciaba en la ciudad de México con vinos de Parras, e incluso un miembro de esta misma familia estuvo a cargo de los bienes de los jesuitas ya expulsos, también en Parras.

La esposa de don Ignacio, doña María Basilia, fue bautizada en Durango el 20 de junio de 1756, con los nombres de “María Basilia Bárbara Josepha Ignacia”, criolla hija de don Pedro Moreno y Lodoza, y de doña Francisca Xaviera Gutiérrez. Don Pedro Moreno y Lodoza, tatarabuelo del general González Herrera, fue bautizado el 15 de febrero de 1721 en Durango, hijo de don “Joseph Moreno y Lodoza” y de doña “Theresa Guares Villalba” ambos nacidos en España, y ambos re-tatarabuelos del general González Herrera. El bautismo del infante se llevó a cabo en caso de apremio, y el oficiante fue Manuel María de Ortega, maestro de teología moral de la Compañía de Jesús en Durango.

El niño fue confirmado 7 días más tarde, el día 22 de febrero de 1721, y se le cambió el nombre provisional de “Juan” por el definitivo de “Pedro Joseph”. La familia debe haber tenido estatus social y recursos, ya que la confirmación se llevó a cabo en el oratorio del obispo de la Nueva Vizcaya, don Pedro Tapiz y García, en presencia de su secretario y de los superiores de todas las órdenes religiosas existentes en la ciudad de Durango.




domingo, febrero 03, 2013

"Acostadas" y "levantadas"



Felipe II de España

En 1594 Felipe II, rey de España y de las Indias, dio su permiso a la Compañía de Jesús para que sus miembros iniciaran los trabajos de evangelización de la comarca a la cual Felipe II llamó “Provincia de La Laguna” en su Real Cédua del 6 de abril de 1594. Esta denominación evolucionó a “País de La Laguna” durante la era colonial, y a “Comarca Lagunera” en el siglo XIX y principios del XX.

La laguna que dio nombre a la región era la “laguna grande de la Nueva Vizcaya”, posteriormente conocida como “Laguna de Parras”, “Laguna de San Pedro” o “Laguna de Mayrán”. Era la mayor entre varias lagunas formadas por los ríos “de las Nasas” y “Buenhabal”, o sea, Nazas y Aguanaval. Se trata de ríos de desembocadura interna, de ahí que dieran origen a toda una comarca de lagunas, que lamentablemente, solo subsisten en el nombre de la región. Entre esas lagunas estaban las del “Caimán” o “Tlahualilo”, la del “Álamo” (Viesca) e inumerables charcos. La última referencia al término “País de Las Lagunas” la hizo D. B. Robinson, al citar al ingeniero Morley, de la Compañía Limitada del Ferrocarril Central Mexicano, el 10 de enero de 1883.

En 1594, esta región estaba habitada por grupos de aborígenes seminómadas, cazadores y recolectores a quienes se denominó por consenso “indios laguneros” porque habitaban en las riberas de las lagunas, alimentándose de la caza, pesca y recolección de vegetales. Había algunas haciendas y habitantes españoles y criollos en ellas. En 1598 los jesuitas fundaron el pueblo indio de Santa María de las Parras, que se convirtió en la cabecera administrativa, religiosa y cultural de la que fuera llamada “Alcaldía Mayor de Parras, Laguna y Río de las Nazas”.

De acuerdo con las solicitudes del virrey Luis de Velasco II y del obispo Alzola de Guadalajara, los jesuitas incluyeron entre los primeros habitantes a los civilizados indígenas tlaxcaltecas, de tradición mesoamericana, extraordinarios agentes de cambio agrícola y promotores de la occidentalización.

De esta manera, podemos trazar la historia cultural y religiosa occidental de la Comarca Lagunera a 1598, con la fundación oficial de la primera iglesia católica (Santa María) y la formación de las reducciones jesuitas de La Laguna, que tuvieron al pueblo de Parras por cabecera. La primera navidad cristiana fue celebrada en Parras en 1598, con una gran fogata en el atrio de la iglesia, alrededor de la cual danzaron indígenas de varias “naciones” comarcanas. De acuerdo con el testimonio de un religioso jesuita presente, estos indígenas cantaban en su lengua algo así como:

“Alaben los hombres a nuestra Señora Madre,
adoremos el lugar donde está nuestra Señora,
Madre que es de nuestro Señor.
Muy oloroso es el sombrero de Dios,
digno de ser alabado es Dios nuestro Señor,
mucho nos alegra la pascua de nuestra Señora.” 

La occidentalización de la Provincia o País de La Laguna, fue un proceso de larga duración, aunque hubo manifestaciones inmediatas en el aspecto económico. La región resultó ser muy propicia al cultivo de la vid, y ya para 1630 existía una significativa producción de vinos, y desde 1659, de aguardientes de orujo y de borras del vino.

Por lo que respecta a la cultura religiosa, en la Comarca Lagunera coincidieron las tradiciones de dos grandes órdenes religiosas: la de los jesuitas, que eran los encargados de las misiones laguneras; y de manera indirecta, la de los franciscanos, quienes evangelizaron a los tlaxcaltecas y fueron sus pastores en su “país” de origen, los cuatro señoríos de Tlaxcala, desde el primer tercio del siglo XVI.

Ha sido necesaria esta breve introducción para comprender que una tradición como es la de “acostar” al “niño Jesús” en los hogares laguneros, tiene raíces que van mucho más atrás de la llegada de los jesuitas en 1594. Efectivamente, esta tradición tan querida para los franciscanos, la conocían los indígenas de Tlaxcala prácticamente desde 1524, con la fundación del primer convento en esa provincia. Con la emigración de las 400 familias colonizadoras del septentrión en 1591, esta tradición vino con ellos. Los que llegaron al Saltillo en 1591, y que posteriormente comenzaron a pasar a Parras en 1598, ya eran cristianos de varias generaciones, educados por franciscanos.

En Nueva España, los jesuitas —con una formación clásica renacentista— fueron los promotores de las representaciones teatrales y religiosas conocidas como “pastorelas”, “coloquios” de las cuales ha quedado huella en el ámbito rural lagunero, profundamente conservador. Con su especial inclinación por las humanidades, las misiones y la docencia, alentaron a los habitantes de la Comarca Lagunera a celebrar representaciones profundamente religiosas en el contenido, y además de las públicas y solemnes, otras de carácter popular y familiar por su naturaleza y forma de representación.

En los hogares, la Fe Católica se expresaba de manera cotidiana. Los creyentes buscaban tener en sus casas las imágenes de sus santos predilectos. De ahí la multiplicidad de representaciones hagiográficas en los hogares, tan manifiesta en los testamentos e inventarios coloniales de La Laguna.

Entre estos ritos comunitarios o familiares se encontraba la ceremonia del “acostamiento” del “niño Dios” que es el tema que nos ocupa. En hogares comarcanos como el de “Lázaro Miguel” (1715) existía un “nacimiento” con su “tabernáculo”, o como el de Felipe Cano Moctezuma (1730) que contaba con un “niño Jesús”. Con el mismo fin, los jesuitas disponían de imágenes talladas del niño Jesús, de María y de José, y algunas de éstas que perduran hasta el día de hoy, muestran a los personajes con ojos rasgados, lo cual delata su manufactura china o filipina.


Moderno ¨niño dios"

Estas viejas tradiciones han sobrevivido hasta nuestros días. Torreón es una ciudad nueva que se ubica en la relativamente vieja Comarca Lagunera. Torreón cuenta con una historia de 157 años como sitio poblado, 114 desde que era una simple villa, y 100 como ciudad. La gran mayoría de los habitantes de la zona metropolitana procede de los viejos pobladores coloniales de la región, o bien, de muchos otros inmigrantes nacionales, y los menos, de inmigrantes internacionales que llegaron, en su gran mayoría, con las rutas del ferrocarril (es decir, desde 1884).

Aunque en muchos de los hogares torreonenses o laguneros puede haber “nacimientos” o “belenes”, la ceremonia del acostamiento del niño Dios tiende a ser más propia de las familias muy católicas de las clases media y popular, que de las clases más acomodadas, económica y socialmente.

La celebración de este rito está asociado, por lo general, con la presencia de los mayores de la familia, como abuelos o padres. Cuando las nuevas generaciones se desprenden de las anteriores por razón de matrimonio, es común que la ceremonia se lleve a cabo con la presencia de las nuevas familias reunidas en casa de los padres, con un niño Dios por familia. A veces encontramos pesebres con varias imágenes del niño Dios, una por cada nueva familia. Es una norma popular no escrita, que la única manera de adquirir figuras del niño Dios sea por regalo, y nunca por compra.

Suele haber padrinos y madrinas de niño Dios, lo cual es una vieja costumbre tlaxcalteca que originalmente incluía mayordomos. Los padrinos, o bien, el padrino o la madrina dotan al niño de ropa nueva cada año, durante un ciclo que por lo general dura tres. Una vez completado el ciclo, habrá nuevos padrinos.

La función de los padrinos es la de manipular al niño durante la ceremonia: vestirlo o desvestirlo, limpiarlo, arrullarlo, colocarlo en la bandeja del besamanos y circularlo entre la concurrencia, o bien, colocarlo y levantarlo del pesebre. También suelen dirigir los rezos o los cantos.

La ceremonia suele ser eminentemente familiar, aunque en ocasiones los vecinos son convocados a participar.

La fecha de la ceremonia del acostamiento es, naturalmente, la Nochebuena. En ocasiones se comienza desde la noche del 15 de diciembre, con la petición de alojamiento de “los peregrinos” en las “posadas”, y se repite noche con noche, hasta que se celebra la más importante y principal, que es la noche del 24 de diciembre, antes de la cena.

Lo usual en la ceremonia es que la madrina, previa lectura del Evangelio o a medida que se ejecuta el rezo del Rosario, vaya desvistiendo al niño Dios para dejarlo limpio y casi desnudo en el pesebre, tal y como el relato evangélico indica que estaba durante la nochebuena original. La desvestida y la limpieza obedece al hecho de que la figura permanece cubierta de ropa y muchas veces expuesta (ordinariamente guardada) durante todo un año, y el polvo (que no escasea en La Laguna) ensucia ropa y figuras.

Llama la atención la diversidad de atuendos que suelen tener las figuras del niño Dios. Lo tradicional es un ropón como de bautizo. Pero existen también variantes, como es la de vestir la figura con el atuendo de otro “niño” conocido y venerado, como el “Santo Niño de Atocha” o con el de algún otro personaje del santoral. A veces se llega al extremo de vestirlo con el uniforme del equipo deportivo favorito, que en la región es, sin duda alguna, el albiverde Santos-Laguna. Para exhibir los atuendos usados por el niño los años anteriores, a veces el pesebre cuenta con un “tendedero” para colgarlos.

Durante la ceremonia, se suele rezar el rosario, y cantar entre misterio y misterio. A veces hay lecturas del Evangelio, particularmente del de Lucas. Otros, en cambio, prefieren guardar los rezos para el día de la “levantada” del niño, que suele ser el día de la Purificación de la Virgen o día de la Candelaria, el 2 de febrero. En otros casos, la levantada se programa para el 6 de enero, fiesta de la Epifanía.

Terminados los rezos y antes de acostar al niño, se le suele circular entre los invitados para que reciba el beso de veneración (o de buenas noches). En algunas casas, se le coloca sobre una bandeja que contiene los “bolos” (paquetitos de dulces) para la concurrencia.

Con la acostada del niño Dios, pero sobre todo con la “levantada”, se asocia la ingesión de tamales salados, con diferentes rellenos; tamales dulces, champurrado y por supuesto, los tradicionales buñuelos.

Es una costumbre muy difundida en México que en el interior de las “roscas de reyes”, es decir, las roscas de pan dulce que se consumen el día de la Epifanía (6 de enero) haya dos o tres diminutas figuras del niño Dios (generalmente de plástico). Aquellas personas a quienes les toque una miniatura en su rebanada de rosca, se comprometen a costear los tamales que se servirán para el día de la “levantada del niño”, es decir, el 2 de febrero.