Las fiestas decembrinas como las
posadas, las nochebuenas, las navidades y las nocheviejas suelen ser períodos
de regocijo, de reuniones familiares; de despreocupadas y a veces etílicas
reuniones con los amigos. Para otros, se trata de un período de salir de
vacaciones, de esquiar en las nieves de Denver o en Ruidoso. Otros prefieren
Las Vegas para pasar las fiestas.
Para muchos otros, sobre todo en los
adultos, el sentimiento que provocan estas fiestas decembrinas es ambivalente.
Alegría por los que están, melancolía por los que se han ido. De ahí que esta
época del año cuente con mayores índices de depresión entre las personas, más
que en cualquier otra.
Durante mi niñez, y como no aparecían
aún los grandes centros comerciales que existen actualmente, las familias iban
a comprar a la Alameda Zaragoza, entre el Pensador y la Juárez, por la calle
González Ortega esos inefables pinos canadienses que olían a resina y a bosque.
Uno solo de esos pinos importados perfumaba a navidad el hogar.
Por supuesto que existían variantes de
acuerdo a la clase, posibilidades y los gustos de las familias laguneras. En
muchas casas se prefería el mezquite con una capa de pintura plateada, adornado
con esferas y luces eléctricas. Y por lo general, en esas casas se exponían
nacimientos monumentales, con figuras de todo tipo y tamaño. En dichos hogares,
era la gobernadora, arbusto del desierto, la que perfumaba de la manera más
grata.
Aunque en muchos de los hogares torreonenses o
laguneros puede haber “nacimientos” o “belenes”, la ceremonia del acostamiento
del niño Dios tiende a ser más propia de las familias muy católicas de las
clases medias y populares, que de las clases más acomodadas, económica y
socialmente.
La celebración de este rito está asociado,
por lo general, con la presencia de los mayores de la familia, como abuelos o
padres. Cuando las nuevas generaciones se desprenden de las anteriores por
razón de matrimonio, es común que la ceremonia se lleve a cabo con la presencia
de las nuevas familias reunidas en casa de los padres, con un niño Dios por
familia. A veces encontramos pesebres con varias imágenes del niño Dios, una
por cada nueva familia. Es una norma popular no escrita, que la única manera de
adquirir figuras del niño Dios sea por regalo, y nunca por compra.
Suele haber padrinos y madrinas de
niño Dios, lo cual es una vieja costumbre franciscana-tlaxcalteca que
originalmente incluía mayordomos. Los padrinos, o bien, el padrino o la madrina
dotan al niño de ropa nueva cada año, durante un ciclo que por lo general dura
tres. Una vez completado el ciclo, habrá nuevos padrinos.
La función de los padrinos es la de
manipular al niño durante la ceremonia: vestirlo o desvestirlo, limpiarlo,
arrullarlo, colocarlo en la bandeja del besamanos y circularlo entre la
concurrencia, o bien, colocarlo y levantarlo del pesebre. También suelen
dirigir los rezos o los cantos.
En cuanto a la cena de nochebuena o la
comida navideña, había, como lo sigue habiendo, diversas posibilidades y
preferencias. Los platillos más comunes son el pavo, el bacalao a la vizcaína,
la pierna de puerco, la fabada, el guajolote en mole, los tamales, y mucha más
variedad.
Por último, este cronista desea a sus
amables lectores la más feliz de las temporadas navideñas.
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