El afán de dominio o de intrínseca superioridad del hombre sobre la mujer (machismo) ha sido una constante cultural que, al parecer, se ha ido mitigando en México durante el curso de los últimos 40 años. Pero en 1893, en el mismo año en que Torreón fue elevado a la categoría de municipio, y su cabecera al de villa, la opinión que se tenía sobre la pretensión de la mujer a equipararse en igualdad de derechos con el varón, era risible. Afortunadamente, las cosas ya no son así, pero no deja de resultar sorprendente que los caballeros se escandalizaran de que las niñas de 10 años tuvieran libertad para invitar a sus casas a sus amigas los sábados, y peor aún, que tuvieran la desfachatez de divertirse. Tan mala crianza y ejemplo lo atribuían a los excesivos privilegios de que disfrutaban las mujeres estadounidenses.
Para ilustrar lo que digo, transcribo un par de textos publicados en “La Idea” de Lerdo, Durango, en 1893, textos que nos hacen posible mirar de cerca lo que se expresaba sobre la conducta femenina, y sobre la manera como se percibía y valoraba esta conducta.
Sobre las mujeres estadounidenses, se escribía que
“En los Estados Unidos se ha dado tanta libertad, tantos derechos, y tanta igualdad (con respecto al hombre) a la mujer, que insensiblemente, su carácter y su modo de ser se resienten de esos privilegios legales y sociales.
La americana, a la edad de 10 años va sola al colegio, compra sus cintas y juguetes, y los sábados convida a sus compañeras a que vayan a pasar la tarde con ella, y hacen bulla, y se divierten de todo corazón”.
Cosas de señoritas se consideraban las siguientes:
“Querer ser bonita a fuerza de polvo.
Apretarse el corsé para aparecer de cuerpo esbelto.
Enojarse siempre que las llaman feas.
Hablar de todo mundo.
Procurar saber lo que no les importa.
Delirar por el matrimonio.
Suspirar por los bailes.
Andar todo el día en la calle.
Tener cinco o seis novios.
Fingir que lloran, para hacer creer que deveras aman,
Ver los defectos ajenos, y no ver los propios.
Amar los bienes del hombre, y no al hombre.
Asistir al baile, y hacerse del rogar cuando las solicitan.
Darla de románticas, y pretender saber mucho.
Tener muchas amigas, y comerse unas a las otras.
Vivir ciegas de amor... propio
Aparecer buenas por conveniencia.
Decir que no son rogonas.
Meterse de rondón a algunas casas sin saludar a nadie.
Contestar a la carta primera con “tengo un inconveniente y no puedo corresponderle por ahora, que he sabido que tiene Ud. relaciones con fulanita, y le doy las gracias porque sin merecerlo se ha dirigido a su inútil servidora, quien Ud. sabe”.
Escribir “amor” con H.
Casarse con el mejor postor”.
Para ilustrar lo que digo, transcribo un par de textos publicados en “La Idea” de Lerdo, Durango, en 1893, textos que nos hacen posible mirar de cerca lo que se expresaba sobre la conducta femenina, y sobre la manera como se percibía y valoraba esta conducta.
Sobre las mujeres estadounidenses, se escribía que
“En los Estados Unidos se ha dado tanta libertad, tantos derechos, y tanta igualdad (con respecto al hombre) a la mujer, que insensiblemente, su carácter y su modo de ser se resienten de esos privilegios legales y sociales.
La americana, a la edad de 10 años va sola al colegio, compra sus cintas y juguetes, y los sábados convida a sus compañeras a que vayan a pasar la tarde con ella, y hacen bulla, y se divierten de todo corazón”.
Cosas de señoritas se consideraban las siguientes:
“Querer ser bonita a fuerza de polvo.
Apretarse el corsé para aparecer de cuerpo esbelto.
Enojarse siempre que las llaman feas.
Hablar de todo mundo.
Procurar saber lo que no les importa.
Delirar por el matrimonio.
Suspirar por los bailes.
Andar todo el día en la calle.
Tener cinco o seis novios.
Fingir que lloran, para hacer creer que deveras aman,
Ver los defectos ajenos, y no ver los propios.
Amar los bienes del hombre, y no al hombre.
Asistir al baile, y hacerse del rogar cuando las solicitan.
Darla de románticas, y pretender saber mucho.
Tener muchas amigas, y comerse unas a las otras.
Vivir ciegas de amor... propio
Aparecer buenas por conveniencia.
Decir que no son rogonas.
Meterse de rondón a algunas casas sin saludar a nadie.
Contestar a la carta primera con “tengo un inconveniente y no puedo corresponderle por ahora, que he sabido que tiene Ud. relaciones con fulanita, y le doy las gracias porque sin merecerlo se ha dirigido a su inútil servidora, quien Ud. sabe”.
Escribir “amor” con H.
Casarse con el mejor postor”.
Fuente: “La Idea” revista quincenal de literatura, artes, ciencias, agricultura, industria y comercio. Villa Lerdo, 15 de mayo de 1893 y 30 de junio de 1893.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario