El pasado viernes se dio a conocer la noticia de que los diputados federales panistas presentaron un proyecto de reforma constitucional que abriría la posibilidad de configuración de La Laguna como un nuevo estado de la federación.
Para muchas personas, sobre todo desde la óptica saltillense y duranguense, La Laguna de Coahuila y de Durango constituyen dos territorios “separatistas” que “inexplicable y tercamente” tratan de unirse. Es decir, lo interpretan como un fenómeno de separatismo y se califica como algo “pretencioso” e indeseable, casi un acto de traición a los estados madre de Coahuila y Durango.
Saltillo y Monclova cargan ya con el trauma de la separación de Texas cuando ésta era parte de Coahuila y aquéllas sus capitales, por lo cual hablar de secesión de parte del territorio estatal les enerva.
Sin embargo, sobre La laguna, la historia nos da una perspectiva muy diferente. La Comarca Lagunera fue arbitrariamente separada en dos por el monarca Carlos III al final de su reinado. Una parte se quedó en la Nueva Vizcaya, y la otra fue añadida a Coahuila, que en esa época era solamente la parte centro y norte del estado actual.
Es decir, La Laguna conformaba una región integral que fue arbitrariamente separada durante el último tercio del siglo XVIII; se trata de dos jurisdicciones que buscan reunirse tras haber sido separadas, y no de dos regiones separatistas que buscan configurar la unidad por vez primera.
En efecto, desde 1594 la región era conocida como “Provincia de La Laguna”. El 6 de abril de ese año, Felipe II permitió a los jesuitas pasar a evangelizar dicha “provincia” (la palabra se usaba en el sentido de región).
En 1598, con la fundación de Parras, esta percepción se formalizó al erigir la Alcaldía Mayor de “Parras, Laguna y Río de las Nazas”. Antón Martín Zapata fue el primer Justicia Mayor de dicha jurisdicción.
Las misiones Jesuitas de esta provincia y Alcaldía Mayor incluían Mapimí, San Juan de Casta (León Guzmán), Cinco Señores (Nazas) y muchísimas otras poblaciones de La Comarca. Esta provincia o Alcaldía Mayor se ubicaba en la Gobernación de la Nueva Vizcaya.
Por si fuera poco lo anterior, al unirse por matrimonio las familias de los marqueses de Aguayo y la de los condes de San Pedro del Álamo durante el primer tercio del siglo XVIII, las posesiones de ambas familias prácticamente coincidieron con lo que llamamos Comarca Lagunera de Coahuila y Durango. La administración de la producción agropecuaria de toda la región se llevó a cabo de manera unitaria e integral durante casi un siglo. Pasaban trabajadores con sus familias de uno a otro punto, y se configuraron lazos y redes de parentesco en toda esta área.
No fue sino hasta la reforma jurisdiccional y creación de la Comandancia de las Provincias Internas que la parte de la Comarca Lagunera ubicada al oriente del Río Nazas fue incorporada a la Provincia de Coahuila (1787).
Insisto: bajo esta perspectiva, las dos Comarcas laguneras no son dos regiones que tratan de separarse y unirse por capricho, sino dos regiones que jamás han perdido su sentido de identidad y de unidad.
Para muchas personas, sobre todo desde la óptica saltillense y duranguense, La Laguna de Coahuila y de Durango constituyen dos territorios “separatistas” que “inexplicable y tercamente” tratan de unirse. Es decir, lo interpretan como un fenómeno de separatismo y se califica como algo “pretencioso” e indeseable, casi un acto de traición a los estados madre de Coahuila y Durango.
Saltillo y Monclova cargan ya con el trauma de la separación de Texas cuando ésta era parte de Coahuila y aquéllas sus capitales, por lo cual hablar de secesión de parte del territorio estatal les enerva.
Sin embargo, sobre La laguna, la historia nos da una perspectiva muy diferente. La Comarca Lagunera fue arbitrariamente separada en dos por el monarca Carlos III al final de su reinado. Una parte se quedó en la Nueva Vizcaya, y la otra fue añadida a Coahuila, que en esa época era solamente la parte centro y norte del estado actual.
Es decir, La Laguna conformaba una región integral que fue arbitrariamente separada durante el último tercio del siglo XVIII; se trata de dos jurisdicciones que buscan reunirse tras haber sido separadas, y no de dos regiones separatistas que buscan configurar la unidad por vez primera.
En efecto, desde 1594 la región era conocida como “Provincia de La Laguna”. El 6 de abril de ese año, Felipe II permitió a los jesuitas pasar a evangelizar dicha “provincia” (la palabra se usaba en el sentido de región).
En 1598, con la fundación de Parras, esta percepción se formalizó al erigir la Alcaldía Mayor de “Parras, Laguna y Río de las Nazas”. Antón Martín Zapata fue el primer Justicia Mayor de dicha jurisdicción.
Las misiones Jesuitas de esta provincia y Alcaldía Mayor incluían Mapimí, San Juan de Casta (León Guzmán), Cinco Señores (Nazas) y muchísimas otras poblaciones de La Comarca. Esta provincia o Alcaldía Mayor se ubicaba en la Gobernación de la Nueva Vizcaya.
Por si fuera poco lo anterior, al unirse por matrimonio las familias de los marqueses de Aguayo y la de los condes de San Pedro del Álamo durante el primer tercio del siglo XVIII, las posesiones de ambas familias prácticamente coincidieron con lo que llamamos Comarca Lagunera de Coahuila y Durango. La administración de la producción agropecuaria de toda la región se llevó a cabo de manera unitaria e integral durante casi un siglo. Pasaban trabajadores con sus familias de uno a otro punto, y se configuraron lazos y redes de parentesco en toda esta área.
No fue sino hasta la reforma jurisdiccional y creación de la Comandancia de las Provincias Internas que la parte de la Comarca Lagunera ubicada al oriente del Río Nazas fue incorporada a la Provincia de Coahuila (1787).
Insisto: bajo esta perspectiva, las dos Comarcas laguneras no son dos regiones que tratan de separarse y unirse por capricho, sino dos regiones que jamás han perdido su sentido de identidad y de unidad.
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