Escudo de Torreón

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lunes, marzo 05, 2007

Indiferencia ante el dolor ajeno

Uno de los santos favoritos de la cristiandad occidental desde la era medieval, tanto para católicos como para protestantes, lo ha sido Francisco de Asís.

Un ser humano en el cual el cielo y la tierra parecían encontrarse, llamaba la atención por el ardiente amor que lo consumía y que prodigaba a todos los seres de la manera más sencilla y natural.

Es de las pocas personas que han entendido cabalmente, por experiencia vital y no por aprendizaje filosófico o abstracto, que todos los seres de la creación forman lo que él llamaba una “hermandad”. Los astros, los árboles eran sus hermanos, porque todos habían sido creados por el mismo Dios.

Su especial cariño por los animales provenía del mismo Espíritu que lo llenaba y guiaba. No era miembro de Greenpeace ni era un ecologista que se beneficiara socialmente de sus “poses” esnobistas; simplemente amaba a los animales por los animales mismos. Sabía que eran como hermanos pequeños que sentían hambre, frío, miedo, dolor, alegría y tristeza, aunque no razonaran como los hermanos mayores, los humanos. Y actuaba con ellos en consecuencia.

Francisco aprendió esta verdad de Dios mismo. El amor de Francisco por los animales no era nada común en la sociedad en la cual Francisco se formó. No lo poseía por aprendizaje cultural. Ese amor era el Amor de Dios hacia sus creaturas, el cual se materializaba en Francisco.

He escuchado a mucha gente opinar que si nuestra sociedad permite el maltrato físico y mental de las personas, nada nos haría esperar un trato mejor hacia los animales. Yo me pregunto si no será precisamente el permitir el maltrato físico y mental hacia los animales lo que nos endurece contra nuestros semejantes. Hemos perdido por completo la capacidad de sentir con el otro y nos hemos habituado a la sangre, muchas veces derramada con increíble crueldad. Lo vemos como algo natural y hasta necesario.

Jesús nació en un pesebre, no debemos olvidarlo. Yo no creo que solamente haya querido decirnos con esto que prefería nacer pobre. El que habría de ser llamado Cordero de Dios quiso mostrar lo que Francisco de Asís veía con tanta claridad: todos los seres vivos somos hermanos, y que su redención se extendería a todos los seres vivos, como lo dice Pablo cuando comenta (Romanos 8: 21-22) que la creación entera aguarda, con dolores de parto, su completa liberación.

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