A cuatro años de la consumación de la independencia nacional, es decir, en 1825, el Partido de Parras, cuya cabecera era la villa de Parras, medía 200 kilómetros de norte a sur, y 348 de oriente a poniente. En esta dirección, el partido llegaba hasta la el río Aguanaval, la Boca de Picardías, y la Boca de Calabazas, punto situado entre lo que ahora es Torreón y Gómez Palacio, y por el cual corría y a veces corre todavía el río Nazas. El Partido comprendía 2 cabildos constitucionales, Parras y Álamo (Viesca), 1 parroquia, 5 vicarías y ayudas, 4 alcaldías constitucionales, 1 villa, 1 pueblo, 6 haciendas, 5 quintas, 3 aldeas, 12 estancias, 35 ranchos.
Para 1825, el Partido de Parras era el remanente delo lo que había sido la vieja “Alcaldía Mayor de Parras, Laguna y Río de las Nazas” cuya cabecera, Parras, fue fundada en 1598. Al territorio de esta alcaldía mayor se le conocía desde 1594 como “Provincia de La Laguna” (así la llamaba Felipe II) o “País de La Laguna”. Con el tiempo, de la original se fueron segregando otras nuevas alcaldías y partidos, pero la de Parras llegó a abarcar prácticamente todo lo que ahora llamamos Comarca Lagunera de Coahuila y Durango.
Las etnias más importantes que habitaron estas tierras fueron, en primer lugar, los aborígenes, a quienes los misioneros jesuitas llamaron “laguneros” precisamente porque su hábitat lo conformaba todo el sistema hidrológico —ríos, lagunas, esteros y charcos— que caracterizaba a la “Provincia de La Laguna”, que precisamente por esa abundancia de agua superficial fue llamada así. Sin embargo, con el paso del tiempo prácticamente se extinguieron, ya por enfermedades, ya por mestizaje. Su cultura era extremadamente primitiva.
Posteriormente, durante el último tercio del siglo XVI llegaron los españoles, y a partir de 1598, los tlaxcaltecas, que fueron invitados a instalarse en Saltillo y en Parras en plan de igualdad con los españoles, e incluso con la concesión de nobleza de sangre para todo el que acudiera. La invitación la extendieron el Virrey Luis de Velasco, el gobernador de la Nueva Vizcaya el capitán Rodrigo Río de la Loza, y por supuesto, la Compañía de Jesús, que recién comenzaba sus actividades misioneras en la región. Posteriormente, durante el primer tercio del siglo XVIII, los tlaxcaltecas de Parras fundaron San José y Santiago del Álamo (Viesca) también como población tlaxcalteca. La española y la tlaxcalteca fueron las etnias cuyas culturas mestizadas forjaron lo que podemos llamar la cultura madre lagunera. Ambas etnias eran profundamente orgullosas, tenían una gran autoestima, y no desdeñaban trabajar con las propias manos, si era necesario. Los tlaxcaltecas nunca padecieron “trauma de conquista” porque nunca fueron conquistados. Se enorgullecían de ser invictos, y a diferencia de los indios del sur, eran francos y hablaban como hombres libres. Seguramente de ahí y de la franqueza española nos viene la franqueza “reforzada” como característica de los laguneros.
Hubo otras etnias que fueron minorías y en gran medida, marginadas socialmente. Es decir, su cultura no llegó a impactar con la fuerza de las que hemos mencionado. Hubo indios purépechas, africanos esclavos y libertos, muchos de los cuales se mestizaron con los indios de bajo nivel social.
Ya para 1825, de acuerdo al censo y estadística levantadas en el Partido de Parras, existía una noción clara de cómo era la gente de toda la jurisdicción. Ya habían pasado 227 años de colonización, y los laguneros del sur de Coahuila (o Partido de Parras) eran percibidos como gente que poseía características propias muy definidas, entre ellos los habitantes de la villa de Parras, del pueblo del Álamo (Viesca), Hacienda de los Hornos y la Hacienda de La Laguna (San Lorenzo).
El censo de 1825 dice que los habitantes de esta región se caracterizan por ser “activos, enérgicos, intelectuales, especulativos, profundos, empresarios, sobrios, fieles, sociales, patricios, generosos, rectos, valerosos, y más que todo, religiosos” (Ver Sergio Antonio Corona Páez, “Censo y estadística de Parras (1825)”, Ayuntamiento de Saltillo y Universidad Iberoamericana Laguna, Torreón, 2000. pp. 43-44).
Las cualidades que se atribuyen a los habitantes de la Comarca Lagunera de Coahuila en 1825, no son nada diferentes de las que mencionaríamos hoy al referirnos a los habitantes de Torreón. Y vaya que el responsable del levantamiento del censo, el Alcalde de Parras y autoridad máxima del Partido, José Ignacio de Mijares, jura por su propio honor decir verdad, no ser originario de esta región y por lo mismo no estar inclinado a favorecer a los comarcanos con una opinión falsa o inexacta.
Se dice pues que los comarcanos estaban llenos de energía y por lo tanto eran activos, eran “empresarios”, es decir, emprendedores; intelectuales y especulativos, pensaban y calculaban antes de actuar. No era de extrañar tras 227 años de impulsar constantemente agroindustrias como la vitivinicultura, siembra e hilado de fibras textiles como el algodón e incluso el lino (ver mapa glosado de Núñez de Esquivel y Dionisio Gutiérrez, 1787). Ya tenían incorporados los hábitos de calcular, buscar la mejor opción, arriesgar en la inversión para buscar la ganancia.
Los comarcanos eran “sobrios” que equivale a austeros, “fieles” y “sociales” es decir, leales y amigables, como quien aprecia a su propia gente en una tierra donde los ataques de indios salvajes son una posibilidad cotidiana; “patricios” y “generosos”, es decir, nobles y magnánimos. Este es un rasgo muy tlaxcalteca. No nos extrañe que en el campo lagunero exista todavía la generosa hospitalidad y el deseo de atender al extraño en necesidad (nobleza de corazón, grandeza de alma), y la costumbre de saludar a los vecinos, por pobres que sean, con el “don” y “doña”, que eran títulos de nobleza.
“Los laguneros también eran “rectos”, “valerosos” (valientes, tenían que serlo para vivir en estas tierras, sin servicios médicos y rodeados de enemigos) y, sobre todo lo demás, “religiosos”. Explicaba en mi libro “La Comarca Lagunera, constructo cultural” la relación directa que existía entre la propia percepción del desamparo y la necesidad de la experiencia religiosa. Dios, la virgen María y los santos eran muchas veces los únicos que podían ayudar a los colonos de estas tierras contra las enfermedades, las mordeduras de serpientes, los piquetes de insectos ponzoñosos, la sequía, el granizo, las dificultades del parto o los ataques de indios. Esta religiosidad “pragmática” no implica que no pudiera darse la madurez cristiana entre dichos colonos. Tanto los españoles como los tlaxcaltecas fueron siempre excelentes cristianos.
En resumen, las buenas características de los laguneros no son nuevas, y a decir verdad, las nuevas no necesariamente son buenas. Es importante que echemos una mirada al espejo del testimonio histórico y entendamos y valoremos nuestras raíces. ¿Podemos honestamente decir que somos como nuestros abuelos?
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